Otra sandez: segmentar tarifas

Los precios son mecanismos de información que muestran dónde conviene invertir y donde no hacerlo. Al alterarlos se liquidan los incentivos y se destruyen las señales para el uso de los siempre escasos factores de producción

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Vernon L. Smith
Vernon L. Smith

Dejando de lado los embrollos conceptuales y estadísticos de la declarada segmentación de tarifas en servicios esenciales tales como el atribuir niveles de ingresos por ubicación geográfica del consumidor, es del caso señalar los errores garrafales de la idea de partir precios según los patrimonios de los usuarios.

El dislate se pone de relieve si se extiende la propuesta a todos los bienes y servicios puesto que operan bajo el mismo paraguas conceptual. En esta línea argumental habría que cobrar un precio distinto al millonario que compra pan respecto al pobre y así sucesivamente con todo en el proceso de mercado. Pues si esto fuera así el resultado inexorable de esta guillotina horizontal es la igualación de rentas y patrimonios, lo cual a su turno generaría una miseria también generalizada.

Los precios son mecanismos de información que muestran dónde conviene invertir y donde no hacerlo. Los comerciantes que aciertan en los deseos del prójimo obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Esto desde luego es muy distinto cuando los que la juegan de empresarios se alían al gobierno del momento para obtener mercados cautivos y privilegios de diferente naturaleza con lo que explotan a sus semejantes con precios más elevados, calidad inferior o ambas cosas al mismo tiempo.

En este contexto las desigualdades de rentas y patrimonios desempeñan un rol esencial al efecto de mostrar la eficiencia de cada cual para servir a sus semejantes. La pretensión de limar las referidas desigualdades liquida los incentivos y destruye las señales para el uso de los siempre escasos factores de producción. Cuando se va a surtidor a cargar nafta afortunadamente no se cae en la estupidez de cobrar precios diferenciales (segmentados) según la calidad del auto, de lo contrario se sucederían los graves desajustes que hemos marcado.

Lo curioso, por no decir cómico, es que las antedichas segmentaciones haciendo gala de la mayor de las hipocresías se proclaman por los políticos como un acto de “solidaridad” sin entender que la caridad y la solidaridad se llevan a cabo con recursos propios y de modo voluntario. Recurrir al aparato estatal de la fuerza alegando lo dicho se traduce en un atraco puesto que cuando se dice que el gobierno debe hacer tal o cual cosa se esconde que son los vecinos que son violentados en el uso del fruto de sus trabajos. Ningún gobernante solventa nada con sus ingresos, más bien es común que se los lleve de manera delictiva. Tal vez entre todos los economistas que se han pronunciado sobre el asunto de marras, el que con mayor claridad lo ha expuesto ha sido el premio Nobel en economía de 2002, Vernon L. Smith en su célebre ensayo titulado “On Price Formation Theory” y su insistencia en las suculentas equivocaciones por el desconocimiento de la clásica “mano invisible” del proceso de mercado donde las partes se benefician al tiempo que transmiten la información a la que antes aludimos. Dice este galardonado que lo que hoy ocurre en gran medida es la insolente y a todas luces contraproducente “mano visible de los gobiernos” que irrumpe sustentados en “la arrogancia fatal” a qué se refería otro premio Nobel en economía -Friedrich Hayek- todo los destruyen a su paso provocando daños muy especialmente sobre el nivel de vida de los más vulnerables.

Por supuesto que el desmadre de la segmentación de tarifas se acopla a los repetidos desatinos que viene realizando con entusiasmo digno de mejor causa distintos gobiernos de hace largo tiempo principal aunque no únicamente en materia energética.

Cuando un precio es diez en el mercado quiere decir que las partes han acordado ese monto debido a las correspondientes estructuras valorativas de los derechos de propiedad intercambiados. Si el capricho gubernamental impone cinco quiere decir que se ha destruido el sistema y se ha convertido en un simple número sin sentido económico a lo que era un precio. Precisamente en este plano debe tenerse en cuenta que en la medida en que se interfiere el mecanismo de precios, en esa medida se desfigura la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general. En otros términos, en nombre de los más necesitados se los multiplica por doquier en un círculo vicioso que no tiene término en una barranca abajo que indefectiblemente conduce a la miseria, siempre con discursos altisonantes pronunciados por los vagos y chupasangres de siempre que alardean de sentimientos nobles pero son mezquinos que solo piensan en el disfrute de sus asaltos al bienestar.

A veces la tropelía llega al tope de lo concebible cuando se mantiene alegremente que algo sea gratuito cuando en verdad nada es gratis, todo tiene un costo que podrá ser monetario o no monetario pero indefectiblemente toda acción humana requiere que se renuncie a un valor a los efectos de obtener otro. Como todo no puede hacerse al mismo tiempo hay que dejar de lado prioridades. Si se acepta la gratuitidad es porque otro se hace cargo que si es por la fuerza significa que se lesionan derechos. Como los bienes no crecen en los árboles y no hay de todo para todos todo el tiempo, la escasez obliga a asignar factores productivos para lo que sirven los precios que en la media en que se vulneran aparece la posibilidad de “tirar manteca al techo” que es lo mismo que decir que se remata todo para encaminarse a la pobreza.

Resulta crucial comprender que la única igualdad compatible con una sociedad libre es la igualdad ante la ley que no es mediante ella sino que se refiere a que todos deben ser protegidos en sus derechos de la misma manera. La igualdad de resultados es una noción completamente distinta y opuesta a lo dicho. Como se ha consignado en muchas ocasiones, la igualdad ante la ley está indisolublemente atada a la Justicia que es el “dar a cada uno lo suyo” y “lo suyo” destaca la propiedad, esto es el uso y disposición de lo que pertenece a cada cual. La absurda redistribución de ingresos equivale a lo que en ciencias políticas se conoce como “la tragedia de los comunes”, a saber lo que es de todos no es de nadie que conduce a que se le otorguen pésimos empleos y cuidados a los bienes y servicios disponibles.

El establecimiento de una marca igualitaria conduce a que los que se encuentran ubicados arriba de la misma al enterarse que serán confiscados por la diferencia naturalmente tenderán a no producir lo que está más allá de esa línea y los que están por debajo de esa marca esperarán en vano la redistribución que naturalmente nunca llegará puesto que se dejó de producir la mencionada diferencia. En otros términos un fraude por donde se lo mire. Y si los politicastros fueran sinceros en sus preocupaciones por los que menos tienen deberían donar parte de sus remuneraciones y dietas, pero como son caraduras pretenden hacerlo recurriendo a la violencia con el fruto del trabajo ajeno. Por otra parte es de gran interés estudiar lo sucedido allí donde impera la libertad en cuanto a las extraordinarias obras filantrópicas para ayudar a los más necesitados, situaciones que desde el luego no tiene lugar en la isla-cárcel cubana y sus imitadores, siempre megalómanos enriquecidos con recursos mal habidos.

Salvando las enormes distancias puede establecerse un correlato entre el estatismo y las academias de la lengua. Enormes distancias puesto que lo primero implica violencia mientras que lo segundo son dictámenes que no recurren a la violencia. Pero es interesante este paralelo ya que las academias de la lengua pretenden dirigir un idioma cuando éste en verdad surge de la parla popular que lo enriquece. Borges apuntaba que el inglés es más rico en palabras que el español debido a que no cuenta con una academia de la lengua. Juan Bautista Alberdi escribe que “el idioma es el hombre de que es expresión, está sujeto a cambios continuos sin dejar de ser el mismo hombre en su esencia […] dos grandes leyes fundamentales, peculiares al hombre, gobiernan el desarrollo natural de todo idioma: el neologismo y el arcaismo […] El arcaismo y el neologismo no son incompatibles; su juego armónico, al contrario, mantiene al idioma […] queda al cuidado del pueblo mismo que es el legislador soberano de los idiomas […] Los idiomas no son obra de las Academias.” Lo cual en mayor grado aún va para gobiernos autoritarios que pretenden imponer desde el poder estropicios como el invento estrafalario del “lenguaje inclusivo” y afines tan criticados por destacados escritores y literatos. Estos autoritarios confunden la importancia de la dirección y la naturaleza del asunto: es de abajo que surgen los cambios en un proceso de orden espontáneo como el mismo mercado, no es impuesto desde arriba.

Estos comentarios remiten a un plano más amplio de la epidemia del intervencionismo estatal que venimos padeciendo los argentinos hace décadas. Este plano son las mal llamadas empresas estatales. Decimos mal llamadas porque una empresa se caracteriza por arriesgar recursos propios, si se ponen en riesgo por la fuerza recursos de otros se trata de una organización política o una apoyada por ella que asalta vecinos. En el momento en que se establece la denominada empresa estatal se está necesariamente alterando prioridades de la gente puesto que hubiera destinado sus recursos en otras direcciones. Y si la llamada empresa estatal hace lo mismo que hubiera hecho la gente no tiene sentido su intervención con el consecuente ahorro de sueldos. La única manera de saber que quiere la gente es dejarla actuar lo cual se traduce en sus votaciones en el supermercado y afines al comprar y abstenerse de hacerlo.

Lo llamativo del asunto es que luego de que el consumidor vota en el mencionado plebiscito cotidiano del mercado, a la salida el gobierno decreta la redistribución de ingresos que inexorablemente se traduce en volver a distribuir por la fuerza en una dirección distinta de la que distribuyó voluntariamente la gente. A su vez, la así concebida redistribución, por las razones apuntadas significa derroche de capital que a su turno implica disminución de salarios e ingresos en términos reales puesto que la única causa de ello es la tasa de capitalización, es decir ahorros y consecuentes inversiones en maquinarias, equipos, instalaciones y conocimiento relevante que hace de apoyo logístico al trabajo para aumentar rendimientos. Esta es lo único que explica la diferencia entre países ricos y países pobres en el contexto de marcos institucionales civilizados.

Si se dice que deben establecerse empresas estatales para atender aquellos lugares y actividades que no son rentables y por ende ninguna empresa privada las servirá, debe tenerse muy en cuenta que cada una de estas aventuras antieconómicas también se traducen en despilfarro con lo que se extenderán los lugares inviables económicamente considerados hasta convertir a todo el país en una pocilga. No hay magias en economía sus principios deben cumplirse en todas las latitudes pero con más razón allí donde la situación es difícil.

En resumen, la segmentación opera a contramano de los nexos causales presentes en la economía por lo que afecta negativamente a toda la comunidad pero, como queda dicho, de manera muy especial sobre la condición de los más pobres. Segmentar es contradecir el conocimiento más elemental de la economía y no resulta posible mejoras materiales destruyendo los procesos que permiten aprovechar recursos. Se trata en definitiva de una trampa para incautos.

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