Luego de cuatro semanas de intenso debate diplomático, finalizó este viernes en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York la Décima Conferencia de Revisión del Tratado de No-proliferación de Armas Nucleares (TNP).
El Tratado, instrumento clave del marco jurídico internacional, cuenta con una adhesión casi universal que incluye a todos los países del mundo excepto India, Pakistán, Israel, Corea del Norte que se retiró en 2003, todos ellos poseedores de armas nucleares y Sudán del Sur. De los miembros del Tratado, sólo 5 países -Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido- tienen una situación privilegiada por ser considerados poseedores legales de armas nucleares, según el derecho internacional. Así y todo, es claro el creciente cuestionamiento internacional sobre la legitimidad de estas armas por sus devastadores impactos humanitarios.
Aunque estos poseedores legales se han obligado a “realizar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional”, el constante reclamo de los no poseedores ha sido siempre la falta de progreso hacia ese objetivo, que en última instancia llevaría a un mundo sin armas nucleares.
Muy por el contrario, la realidad muestra, hoy más que nunca, que todos los países poseedores, dentro y fuera del TNP, están modernizando sus arsenales, con aumento de su poder devastador y, algunos de ellos, incrementando el número de ojivas.
En esta Décima Conferencia, que se realiza a los 52 años de la entrada en vigor del Tratado, los conflictos internacionales en curso, sobre todo la invasión rusa a Ucrania, las tensiones entre Estados Unidos y China por Taiwán, el riesgo de proliferación en Irán y la situación general de Medio Oriente, han marcado el ritmo y estilo de los debates.
En ese marco fue imposible lograr un documento final de consenso, que expresara una visión unificada sobre cómo avanzar hacia el desarme, reducir los riesgos de uso de los arsenales, evitar que más países proliferen y proteger el derecho de todos al uso de la energía nuclear para fines pacíficos en forma segura, al punto que en el plenario de cierre muchos de los países apuntaron a Rusia como el responsable de bloquear esta posibilidad.
Desde el día uno, la guerra en Ucrania ocupó el centro de la escena, contaminando las discusiones y dividiendo las aguas con fuertes acusaciones cruzadas. Es importante notar que los riesgos nucleares implícitos en esta guerra son muy significativos.
Un factor de gran preocupación es el deterioro de la seguridad de las centrales nucleares ucranianas de producción de energía eléctrica, sobre todo la de Zaporizhzhia que, con 6 reactores, es la más grande de Europa. Esta central, que se encuentra operando en una zona de conflicto candente bajo control militar de Rusia, ha sufrido bombardeos recientes de los cuales las partes se acusan mutuamente. El caso es que de impactar un proyectil en alguno de los reactores o en sus servicios claves, se podría generar un nuevo Chernobyl, con diseminación de sustancias radioactivas en toda la región, en Europa y aún en la misma Rusia.
Al respecto y ante la negativa de los rusos de devolver a Ucrania la central tomada y habilitar acceso a los inspectores de seguridad del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA)y ante el riesgo de nuevos bombardeos, la comunidad internacional clama, hasta ahora sin resultado, por el establecimiento de una zona de paz o de exclusión alrededor de la central y hasta por un posible tratado de prohibición de ataques a instalaciones nucleares con fines pacíficos en situación de conflicto armado.
Otro llamado de alerta es la posibilidad de empleo de armas nucleares tácticas rusas en el conflicto, lo cual llevaría a una situación extrema, con una posible intervención directa de la OTAN. A la luz de los antecedentes de la invasión a Ucrania, se ha debatido con intensidad en la Conferencia la necesidad de fortalecer el concepto de garantías de seguridad, o sea de convenios específicos por los cuales los países poseedores se comprometen a no utilizar armas nucleares contra los que no las poseen, en función de la disparidad de fuerzas entre lo nuclear y lo convencional. Cabe destacar que esa posibilidad de uso está siempre latente en los vericuetos de las doctrinas de seguridad de las potencias.
Al respecto, muchas delegaciones hicieron referencia a la violación rusa al Memorándum de Budapest, de 1994, por el cual Ucrania aceptó entregar a Rusia su poderoso arsenal nuclear (heredado de la Unión Soviética) a cambio de la garantía de ese país, de los Estados Unidos y del Reino Unido de respetar su soberanía e integridad territorial. Luego de la invasión del 24 de febrero (y antes en oportunidad de la anexión de Crimea en 2014) queda planteada la pregunta de si la historia hubiera seguido el mismo curso con una Ucrania nuclearmente armada, un interrogante que daña en profundidad la confianza internacional y los esfuerzos de desarme y no-proliferación.
Un punto para destacar es el impecable rol del presidente designado de la Conferencia, el embajador argentino de carrera Gustavo Zlauvinen, quien logró llevar adelante con gran pericia estos difíciles debates, prestigiando así a nuestro país. Esto demuestra la importancia del mérito y experiencia en los encargados de manejar nuestras relaciones exteriores.
El caso es que aún sin documento final de consenso, que hubiera permitido actualizar el camino hacia el cumplimento más efectivo de los compromisos que los países han tomado en el marco del TNP, el Tratado continúa siendo un instrumento clave de la arquitectura global de seguridad internacional. Si bien imperfecto, se estima que sin este instrumento, en la actualidad habría muchos más países con armas nucleares, incrementándose así el riesgo de una detonación intencional, por accidente o por error.
Como reflexión final, es positivo que la negociación diplomática de un instrumento jurídico internacional de primera magnitud sea fiel reflejo de la realidad internacional que se vive, en vez de desarrollarse en el marco de lo normativo o ideal. Eso es lo que ha sucedido en la Décima Conferencia de Revisión del TNP.
Comprender este cambio de paradigma y actuar en consecuencia es fundamental para fortalecer el Tratado y aumentar su utilidad para enfrentar un contexto internacional cada vez más complejo e inseguro. Ese es el gran desafío.
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