El mito de transformar planes sociales por trabajo genuino

Uno de los problemas de Argentina y sus gobernantes es tener una sociedad que cada vez le pide más al Estado. Y se lo dan

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Movimientos sociales se movilizan en el centro porteño (Franco Fafasuli)
Movimientos sociales se movilizan en el centro porteño (Franco Fafasuli)

No podemos limitarnos a administrar la pobreza mediante planes sociales. La Argentina tiene capacidades, recursos, territorio, riquezas naturales, pero sin embargo, nos preocupamos en cómo se administran los planes sociales y para colmo de males, ahora, el mito de pasar de la cultura de vivir del Estado a la Cultura del Trabajo. El problema es estructural, en la Argentina, la vieja generación de políticos no se anima, no quiere o no le interesa dar la batalla cultural y no se animan a aceptar el capitalismo como el único modelo de salida próspera y moderna, de acuerdo con la experiencia mundial.

El aparato asistencialista argentino es enormemente grande, oneroso y grotesco.

La activación de planes sociales por trabajo es una gran mentira. Ninguna persona que cobra un plan social, como el Potenciar trabajo, estará inverso en la cultura del trabajo. Está acostumbrada a pedir a un Estado insolvente y darle a cambio un acompañamiento político. Las cooperativas son una entelequia perfecta para no pagar impuestos y seguir viviendo del Estado bajo la premisa de producir. Representan una ofensa a las Pymes de índoles societarias o a emprendedores tributarios que están envueltos en algún proceso productivo y ganan dinero de manera licita pagando sus impuestos.

Les han enseñado que el plan social es trabajo, que el plan social es una buena política de inclusión social. Llegamos al extremo de tener tres generaciones que no conocen el concepto de empleo genuino, sino que visualizaron que había que pedir y pedir. Esta es la razón principal porque una persona que percibe un plan social tendrá muchas dificultades para adaptarse a la vida laboral activa. Sin ir mas lejos, hoy, quienes perciben planes sociales y programas del Estado como la AUH y la tarjeta alimentar, tienen mayores ingreso que un laburante a tiempo completo.

La única manera de pensar en una próxima generación que no sea como las ultimas tres es eliminar en los próximos 6 meses todos los planes sociales de la Argentina y girar esa partida a los que, de verdad, muevan la rueda del empleo y producen para que el país salga adelante. Las Pymes, el motor de la economía Argentina.

Veo un país con mucha gente que no trabaja, que vive de los planes y que vive en un circulo vicioso alimentado por los gobiernos que engordan el Estado sin escrúpulos.

El hombre recupera su dignidad mediante el trabajo. Sin dudas, el Estado debe estar allí y ayudar a quienes pierden el empleo, pero por un tiempo muy determinado, no de manera eterna.

A quien genera empleo hay que premiarlo y a quien no quiera trabajar, educarlo.

El nuevo proyecto de transformar planes sociales por trabajo será uno más de los fracasos de los políticos actuales que lucen sus discursos de marketing electoral pero vacío de contenido real. El problema es la falta de seguridad jurídica a la hora de contratar un dependiente y la industria del juicio laboral que crece en desmedro de la producción y el desarrollo económico.

Desaniman a los emprendedores con burocracia contable, destruyen puestos de empleo con la excesiva presión tributaria, tientan a los empresarios a la contratación clandestina por la inoperancia en políticas públicas de empleo, perfeccionan la mafia sindical, destruyen la economía con el asistencialismo extremo y coronan el pobrismo como la víctima destacada del Siglo XXI.

En la Argentina pareciera que para una clase dirigente enquistada ser empresario, emprendedor, empleador, tener un local, una empresa, ser industrial, ser productor agrario, es una mala palabra. Pero ser pobre (por elección) es motivo de premiación.

Pareciera que ser pobre es virtuoso y generar riquezas, trabajar, emplear, producir es un pecado. Por eso insisto, que el debate no es solo político, es cultural, es educativo, es laboral y es mucho más profundo y evidentemente escapa a la ineficacia de los políticos actuales.

En cambio, un país que invierte en educación y apuesta al trabajo como única política de inclusión social, alienta la inversión privada, engrandece a aquellos que quieren producir o generar empleo, apuesta a una económica con menor intervención estatal.

No hay ninguna duda: la educación y el trabajo son los dos factores de producción medulares para cambiar la vida de la gente.

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