La coalición que vencerá

Vivir en discordia es artificial, no es inherente a la existencia. La naturaleza, de una manera u otra, con su poder infinito, reclamará y obtendrá esa paz tan anhelada. Por ello, es inevitable que en algún momento de la historia emerja esa paz universal

El rabino Isaac Sacca en el saludo tradicional de Janucá

Terroristas que persiguen y atacan a quienes opinan diferente, delincuentes que viven de la rapiña, gobernantes corruptos que destruyen el presente y el porvenir de los pueblos. El mundo está amenazado por grupos de destructores que se tornan cada vez más peligrosos.

Solemos asociar a los terroristas, delincuentes y corruptos a una cultura o grupo determinado. Eso es un error enorme: la maldad no proviene de una etnia, religión o cultura específica, sino que es producto de los actos de personas sin una brújula moral que regule sus creencias e ideologías, es decir: personas deshumanizadas, autómatas que no piensan.

En general, los delincuentes, estafadores, asesinos, violadores, abusadores y discriminadores atentan contra la seguridad e integridad de las personas, sin distinguir la institución, nacionalidad o sector político, religioso, cultural o económico.

Los terroristas están matando y haciendo sufrir a individuos de todas las religiones, etnias, nacionalidades e ideologías. En la práctica, al sonar la alarma que anuncia un atentado, todas las personas, independientemente de su credo o nacionalidad, van juntos a los refugios para protegerse del ataque de los terroristas.

Los líderes corruptos, que materializan su avaricia, se pueden encontrar en todos los partidos políticos y sus defectuosos liderazgos afectan incluso a los de su propio partido.

El neurocientífico Mariano Sigman comenta un experimento: les preguntaron a niños sobre sus gustos e intereses. Luego les presentaban un personaje con sus mismos gustos e intereses. Finalmente les contaban una historia en la que ese personaje actuaba inmoralmente. De manera sorprendente, los niños simpatizaban con ese personaje y querían ser su amigo, aunque entendían que era inmoral. La tendencia a unirse a grupos afines y justificar el accionar de sus miembros era más fuerte que la brújula moral. Como adultos, mantenemos esa tendencia humana, pero deberíamos ser conscientes de ella y tratar de desarraigar ese hábito tribal que nos acosa.

La tendencia al reduccionismo nos lleva a generalizar y simplificar. Se dice que determinado sector es culpable o se echa en cara a todo un colectivo las acciones de un grupo reducido. Sin embargo, un examen más meticuloso nos haría darnos cuenta de que ese reduccionismo es nocivo.

Cuando actúan las personas de bien, benefician a todos los sectores, grupos y naciones. No discriminan en función de intereses personales o partidarios. Cuando los científicos desarrollan avances para la salud, los educadores imparten cultura, los periodistas informan con objetividad, los políticos asumen su responsabilidad con ética, los policías protegen la seguridad de los ciudadanos y los trabajadores y emprendedores son honestos, toda la humanidad se beneficia. Estos seres nobles están en la senda de la moral y la ética universal.

No es cuestión de ideología sino de ética. No existe conflicto real entre religiones, naciones ni partidos políticos. El único conflicto irreconciliable que hay es entre el bien y el mal.

Entre estos dos grupos antagónicos se libra una batalla de perseverancia espiritual, épica y cósmica, cuyo desenlace es uno solo posible: una era de paz universal y armonía.

Vivir en discordia es artificial, no es inherente a la existencia. La naturaleza, de una manera u otra, con su poder infinito, reclamará y obtendrá esa paz tan anhelada. Por ello, es inevitable que en algún momento de la historia emerja esa paz universal.

Pero depende de nosotros si esa paz universal que tanto anhelamos se alcance con la acción conjunta de la coalición de las personas nobles, o bien a través del caos ocasionado por los malvados, llevando a la humanidad a una crisis irreversible de proporciones catastróficas que hará colapsar la sociedad, diezmándola y provocando que los sobrevivientes inevitablemente entiendan y se percaten que para subsistir deberán refundar una sociedad donde la ética y la moral se coloquen por sobre las ideas personales.

Los profetas llaman en las Sagradas Escrituras a esa era de paz universal “la era mesiánica”. Es inevitable que se alcance en algún momento de la historia, es el destino de la humanidad. Sin embargo, los sabios talmúdicos dejan abierta una pregunta: ¿Esa era mesiánica vendrá como consecuencia de una coalición de personas que bregan por la justicia y bondad creando una sociedad noble, o como consecuencia de la catástrofe ocasionada por una sociedad innoble? (Talmud Babilónico, Sanhedrín 98a).

Depende de nosotros tomar la decisión sobre cómo encarar ese proceso. ¿Lograrán las personas que ejercen el bien vencer las corrupciones enraizadas en la sociedad para que no tengamos que soportar una catástrofe para tomar conciencia?

Nadie lo sabe. Pero aún hay tiempo. Si tomamos conciencia y dejamos de prejuzgar, podremos procurar entre la mayoría que esa paz universal provenga de la coalición de los buenos, y no como consecuencia de la destrucción de los malvados.

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