“Kerkaporta”, la puerta olvidada

Una contracultura invasora llevó al país a que cambie sus creencias para que se ubique dentro del populismo y para lograrlo se propuso transformar en ominosa y vergonzosa la anterior cultura que nos enorgullecía

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Estamos pagando el precio por haber descuidado durante tantos años esa importante puerta, la de la cultura del trabajo para lograr el progreso en paz (Franco Fafasuli)
Estamos pagando el precio por haber descuidado durante tantos años esa importante puerta, la de la cultura del trabajo para lograr el progreso en paz (Franco Fafasuli)

El 29 de mayo de 1453, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste de Constantinopla (la Kerkaporta) semiabierta y como consecuencia de ello la ciudad terminó siendo conquistada por los otomanos, hecho que produjo grandes transformaciones en el mundo de aquellos tiempos.

Resulta interesante ese descuido, porque tanto antes como después de ese evento, diferentes comunidades han dejado sin proteger alguna puerta por medio de la cual les ingresaron cambios trascendentes y traumáticos.

La Argentina no es ajena a ese fenómeno Pensemos que a comienzos del siglo XX nuestro país era próspero, confiable para quien invertía y trabajaba, en continuo crecimiento e integrada a los países que ya se perfilaban como futuras potencias económicas, pero íbamos a dejar descuidada una puerta que necesitaba una atención que no le dimos, ya que por ella ingresó un invasor, que, con el tiempo, destruyó todos los cimientos que habían ubicado a la Argentina dentro de los países más prósperos a comienzos del siglo pasado, para, luego de ello, conducirnos hasta la terrible situación presente que hoy vivimos, tanto en lo económico, social, educativo, como también en materia de seguridad, y en cualquier otra cuestión que haga a la prosperidad y la convivencia en paz.

¿Cuál fue esa puerta?, la cultural, y el objetivo de esta contracultura invasora fue llevar al país a que cambie sus creencias para que se ubique dentro del populismo y para lograrlo se propuso transformar en ominosa y vergonzosa la anterior cultura que nos enorgullecía, empezando por nuestra historia, donde salvo San Martín, todo el resto comenzó a ser cuestionado por esta contracultura, ya que se nos empezó a decir que los revolucionarios de mayo no habían sido tan patriotas ni tan desinteresados, como tampoco los que concretaron la organización constitucional. Valga como ejemplo el hecho de que, en épocas del peso convertible de los 90 del siglo pasado, el billete de mayor denominación tenía el rostro del general Roca, y a nadie se le ocurría discutir sus méritos, porque se lo consideraba como el máximo exponente de aquella Argentina de “paz y administración” que nos enorgullecía, pero en los últimos veinte años ese prócer fue transformado hasta ubicarlo como un genocida, y dentro de ese proceso lo reemplazaron en el año 2012 en el billete de $100 por Eva Perón, por ser ella el emblema del populismo que persiguen.

El ejemplo de Roca sirve para entender que ese cambio de paradigmas lo concretan insertando símbolos omnipresentes en nuestro día a día que apenas nos llaman la atención, pero que influyen en nuestras decisiones y comportamientos sin que seamos conscientes de ello. De ese modo, y aplicándolo tantas veces como esa contracultura lo entendió necesario, fueron identificando como ignominiosos los motivos de la anterior cultura que nos enorgullecían hasta hacernos sentir perpetuos culpables y, por ende, avergonzados y en silencio.

Además, para consolidarse en el poder, ya habían invadido en sigilo la reforma constitucional del año 1994 con el fin de dejar muy lejos las enseñanzas que proclamaba la Constitución Nacional de 1853/60 y para instalar en su lugar -utilizando sofismas- las previsiones que eran necesarias para que cada gobierno de turno, año tras año, se apropie de una porción mayor de la renta privada, para con ese dinero, crear y sostener todas las nefastas y corruptas estructuras que necesita este nuevo orden cultural para perpetuarse, lo cual nos está conduciendo a un continuo aumento de la pobreza, elemento que también requiere esa contracultura para terminar de transformar un país que era de personas libres, instruidas, sostenedores del derecho a la propiedad y con un claro apego al trabajo por otro de pobres, ignorantes y dominados por el populismo.

En síntesis, estamos pagando el precio por haber descuidado durante tantos años esa importante puerta, la de la cultura del trabajo para lograr el progreso en paz, y por ello resulta imperioso enfrentar esta invasión hasta que logremos reinstalar los valores que inculcara Juan B. Alberdi en nuestra histórica Constitución de 1853/60, los que se pueden resumir en: “El que no cree en la libertad como fuente de riqueza, ni merece ser libre, ni sabe ser rico” o el más claro aún, cuando expresó: “Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus gobiernos, esperan una cosa que es contraria a la naturaleza”.

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