La escuela del futuro será humanista (o no será)

El estado de excepción pandémico, como el que vivimos entre 2020 y 2021, visibilizó que las escuelas son, por excelencia, un lugar y un tiempo de encuentro irreemplazable con los otros, con la cultura, con uno mismo

Isaac Asimov imaginaba un escenario en el que la humanidad, allá por el año 2157, había optado por un método de enseñanza en el hogar basado en la tecnología

“… Su abuelo le había contado que hubo una época en que los cuentos siempre estaban impresos en papel. Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo ver que las palabras se quedaban quietas en vez de desplazarse por la pantalla. Y, cuando volvías a la página anterior, contenía las mismas palabras que cuando la leías por primera vez” (Isaac Asimov).

¿Tienen futuro las escuelas? La pregunta no es nueva. Ya en la década del 50 del siglo pasado, Isaac Asimov, en su cuento “¡Cuánto se divertían!”, imaginaba un escenario en el que la humanidad, allá por el año 2157, había optado por un método de enseñanza en el hogar basado en la tecnología. Margie, la protagonista del cuento del genial escritor de ciencia ficción, odiaba esa escuela. Sobre todo, a ese maestro automático que le hacía exámenes de geografía y que tenía una ranura por donde debía insertar las tareas.

La pregunta acerca del futuro de las escuelas tiene vigencia. Como explica con lucidez Alessandro Baricco, la revolución digital se caracteriza por la posibilidad del contacto directo, es decir, por la eliminación de los mediadores. Podemos viajar sin recurrir a agencias, enviar cartas sin ir al correo y así con numerosas actividades. ¿Podemos aprender sin escuelas? Claro que podemos, pero ¿queremos? ¿Son las escuelas solamente una mediación entre conocimiento y estudiantes y, por ende, un obstáculo a saltear?

El estado de excepción pandémico, como el que vivimos entre 2020 y 2021, visibilizó también que las escuelas son, por excelencia, un lugar y un tiempo de encuentro irreemplazable con los otros, con la cultura, con uno mismo. Y las que mejor comprendieron eso fueron las instituciones que lograron recrear ese tiempo y ese espacio aun desde la distancia y se propusieron ir a buscar a cada estudiante, por lo menos simbólicamente, allá en el lugar en el que estaba para ofrecerle aquello que necesitaba.

Y eso fue posible, cuando lo fue, toda vez que había docentes dispuestos a escuchar e instituciones capaces de generar las condiciones para abrazar y sostener, aun desde la propia vulnerabilidad que producía lo inédito. Porque sabían, desde antes de la pandemia, que más allá de lo académico, la escuela es un espacio común en el que docentes y estudiantes se encuentran y construyen, juntos y cada vez, algo nuevo, algo que nunca existió antes porque se actualiza en cada encuentro. Y que la escuela es el lugar de lo público, en el sentido de que es el lugar en el que las nuevas generaciones aprenden, con la dosis de confianza necesaria, a ser parte de un grupo, en el que cada uno de sus integrantes es único y, a la vez, uno más. Y eso genera el marco adecuado para aprender a conocerse y desarrollar pensamientos, emociones y sentimientos, propios y de los otros.

Vimos muchísimas pruebas de ello en pandemia cuando, aun en estado de emergencia tantísimos profesionales e instituciones mostraron la potencia vital de la escuela adaptándose a un contexto dificilísimo. Resulta muy probable que esas buenas prácticas alumbren la escuela del futuro.

En los próximos años, en palabras del maestro Alessandro Baricco, “mientras la inteligencia artificial nos llevará aún más lejos de nosotros, no habrá bien más valioso que todo lo que haga sentirse seres humanos a las personas”. Por lo tanto, las escuelas tendrán sentido si en su interior se producen verdaderos encuentros que permitan la reflexión con los demás y sobre uno mismo. Y eso no se puede hacer a las corridas.

Nuestra época, cuya marca de agua es la velocidad, requiere tiempo para educar en valores, para la reflexión ética y creativa que surge como oportunidad cada vez que nos encontramos con el otro, el diferente. Porque las escuelas deben ser el lugar, por excelencia, en el que se enseñe y se aprenda a conversar con el que piensa distinto.

Y así tal vez seamos capaces de generar condiciones para que quienes las atraviesen logren, en forma individual y colectiva, con las cuotas necesarias de responsabilidad, osadía y esperanza formularse las preguntas básicas, las de siempre, las del pasado, el presente y el futuro. ¿Quién soy? ¿Quiénes somos?; ¿En qué mundo quiero/queremos vivir? ¿Qué soy/somos capaces de hacer para lograrlo?

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