Shimon Peres y la paciente construcción de futuro

Siempre hubo y habrá espacio y necesidad de líderes excepcionales. Esos que prematuramente logran desarrollar talentos tan marcados y consagrarlos a causas que parecen imposibles por la complejidad que suponen

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Shimon Peres, ex primer ministro
Shimon Peres, ex primer ministro y presidente de Israel (Reuters)

Desde el 13 de julio, día en que Netflix lanzó el documental “El Nobel que nunca dejó de soñar” sobre la vida del líder judío Shimon Peres, buena parte de la conversación sobre el liderazgo bajo regímenes democráticos fue copada por la figura y trayectoria de quien fuera uno de los principales constructores del Estado de Israel. Una vez más, productos audiovisuales como este demuestran su poder cultural y educacional para comunidades muy necesitadas de referencias y legados en medio del cambio acelerado que transitamos. El legendario Peres, protagonista de más de 60 años de vida púbica consagrada a una misión, aparece como un faro indispensable para afrontar los desafíos de esta década crucial para el futuro de la humanidad en el siglo 21.

Es cierto que el fenómeno del liderazgo se viene democratizando en el mundo. Una conjunción de situaciones lo explican: hallazgos sobre competencias que las personas pueden desarrollar para convertirse en líderes; progresivo reemplazo de estructuras verticalistas por células y equipos que requieren liderazgos distribuidos; surgimiento de nuevos espacios de acción colectiva y creación de valor que requieren y producen líderes para hacer que las cosas pasen; menor dependencia de mandatos y titulaciones en favor de vocaciones, y mentalidades apropiadas para ponerse al frente de desafíos grupales. Estas y otras situaciones contribuyen a dar forma a esta era de liderazgo expandido, no exenta de problemas, que transitamos. Emerge allí el modelo de líder coach como escalable palanca de progreso. El líder que escucha, protege, impulsa y da forma a ecosistemas de bienestar en todos los ámbitos.

Pero no es menos cierto que siempre hubo y habrá espacio y necesidad de líderes excepcionales. Esos que prematuramente logran desarrollar talentos tan marcados y consagrarlos a causas que parecen imposibles por la complejidad que suponen. Es el espacio de los Lincoln, Churchill, San Martín, Gandhi, Mandela, Luther King, Teresa, Merkel y tantos otros. Y el de Shimon Peres, por supuesto. Hay muchas maneras de definirlos, distintas teorías en torno a sus capacidades comunes más sobresalientes y gran especulación sobre las condiciones históricas sobre las que les tocaron actuar a cada uno de ellos. Particularmente, nos gusta traer a Sócrates, tan antiguo y tan vigente, para definirlos como parteros de futuro. Personas que logran llevar a estándares muy altos su capacidad de escucha, la atracción de talentos mejores que ellos, generación de confianza a partir del valor de sus palabras y sus conductas, sostenimiento de la marcha cuando los vientos en contra amenazan con hacer estragos y templanza para tomar decisiones racionales que requieren, en el terreno de la acción, apasionadas ejecuciones.

Dentro de semejante repertorio de atributos, tan bien sintetizados por el milenario filósofo griego, emerge un patrón que merece ser puesto en valor en tiempos turbulentos: la paciencia para construir futuros. Se trata de una paciencia activa, siempre en movimiento. Pero con la cadencia suficiente para nunca romper, para no cruzar esos límites desde los que es muy difícil volver para unir. Es en vidas largas y oscilantes como las de Peres, donde más visible se hace la presencia y aportación de esta condición del espíritu y el carácter. Abrir caminos hacia el futuro requiere de un sobresaliente despliegue de templanza, serenidad y continuidad. Una mezcla de actitudes y aptitudes que el concepto de paciencia activa parece reflejar muy bien.

La instantaneidad bajo la que hoy interactuamos, la velocidad a la que todo cambia y la relevancia de las metodologías ágiles en el mundo de la gestión y la innovación, conforman en conjunto una corriente que nos invita a dinámicas un tanto frenéticas. Muy útiles por cierto en muchos campos y situaciones, especialmente cuando se trata de poner en jaque burocracias, combatir la procrastinación en la que solemos caer y sortear el pantano de la parálisis que viene por análisis excesivos. Pero en procesos colectivos de mayor complejidad, donde suelen predominar orígenes, miradas e intereses diversos y hasta contrapuestos, la paciencia con la que los líderes son capaces de construir se torna un componente decisivo. Por ejemplo, cuando hablamos de proyectos y estrategias de país bajo sistemas democráticos. Es aquí especialmente donde los atajos de la agilidad pueden llevar a victorias pírricas, esas que se desvanecen cuando baja la espuma del corto plazo. Los procesos de maduración y construcción de equilibrios, muchas veces reñidos con la ansiedad de rápidos resultados, suelen ser vitales para algo tan complejo como hacer avanzar una sociedad hacia mejores futuros.

Parece simple al decirlo. Pero las democracias transitan bajo la presión constante de la opinión pública y las expectativas de personas y mercados. Nunca abundan los tiempos y los recursos para construir con paciencia. Pero aun así es posible, aceptando que las realidades son mucho menos previsibles de lo que nos gustaría que fueran y que la serendipia suele conducirnos a lugares distintos a los proyectados. Por otra parte, paciencia activa no significa renunciar a acciones de shock cuando problemas de proporción ponen en severo riesgo al conjunto y se dispone el poder para actuar. La destreza para despejar el camino de las grandes amenazas es compatible con el ejercicio de la paciencia activa que va ensamblando los elementos que darán formar a un nuevo orden. Sostener la visión adaptando las tácticas, siendo implacables cuando las emergencias lo ameritan y procesando los resultados parciales del trayecto sin catastrofismos, es una competencia central para líderes de sistemas democráticos estresados. Y tienen, en la vida de Shimon Peres, un testimonio de maestría. Tanto en sus manifestaciones de templanza permanente para avanzar hacia la paz tan esquiva en Medio Oriente, como en la sagacidad como Primer Ministro para vencer por knockout a la hiperinflación de 1985.

Fernando Flores, ingeniero, economista, filósofo, ex ministro de Economía y ex senador chileno, expresa en algunas de sus brillantes enseñanzas que la cuestión central para el progreso de la humanidad ha sido históricamente cómo armonizar la cooperación social con la iniciativa individual, ambas imprescindibles. Para funcionar bien, piensa Flores, el mundo requiere de una ética de los compromisos por parte de personas y organizaciones. En esa línea, cultivar sensibilidades y habilidades para sintonizar con las distintas situaciones y desafíos de cada época, es la gran tarea. Shimon Peres puede dar cuenta de todo esto que el maestro Fernando Flores expresa como una apretada síntesis de los hilos que mueven el mundo hacia adelante. La ética de compromisos llevó a Peres a acompañar sin condiciones a Ben-Gurión en aquellos primeros años que había que convertir un desierto en un nuevo país; a armar coaliciones de gobierno con otros líderes y partidos cada vez que las circunstancias del país lo necesitaban y a sostener su actividad pública siempre renovada cada vez que el pueblo de Israel le daba la espalda en procesos electorales. Y especialmente también cuando a los 84 años llegó el tiempo de asumir la Presidencia del país, máxima autoridad democrática, a pesar de la sugerencia de su amada mujer en aquel momento: “Shimon, ya es demasiado”, quizás intentando preservarlo de las tensiones a una edad tan avanzada. Parar no era una opción en un hombre de semejante condición.

Esos siete años de Presidencia de Peres fueron la coronación que su historia merecía. Muchas veces el trayecto de este tipo de líderes excepcionales no termina bien. Se imponen frustraciones o finales trágicos. Pero en la vida de Peres, su descomunal ejercicio de paciencia activa para construir futuro, tuvo un final que potencia su legado a la humanidad. En sistemas parlamentarios, donde el ejercicio cotidiano del Gobierno está en manos del Primer Ministro, la Presidencia es un espacio diseñado para alguien desbordante de experiencia y legitimidad. Alguien cuyas canas y rostro cansado sean reflejo de haberlo dado todo en la vida pública de un país. Alguien curtido en la dinámica de derrotas y victorias, capaz ya de estar muy por encima de contiendas partidarias o ideológicas. Esa Presidencia de Peres fue la cabal demostración de que un pueblo se enriquece cuando se inspira con la dignidad y transparencia de sus máximos líderes. Un regalo para la democracia, que en el mundo siempre está amenazada por pulsiones e intereses desbocados. Forjar el futuro es siempre una misión colectiva, pero sería mucho más difícil sin líderes de la talla de Shimon Peres. Que descanse eternamente en paz.

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