Sergio Massa no es la única persona del mundo que sueña con ser presidente. A Barack Obama, cuando era alumno del jardín de infantes en Hawai, le preguntaron cuál era su sueño y dijo que quería ser presidente. Idea arriesgada para un niño negro en aquellos días turbulentos. Sin embargo, él alcanzó su sueño. Lo cierto es que la inmensa mayoría se queda en el camino.
Massa ya intentó convertirse en presidente en las elecciones de 2015 y no lo consiguió. Pero ahora está viviendo la experiencia paranormal de ser presidente sin haber sido elegido. Es lo que pudo comprobar cualquiera que se haya acercado el último jueves al Hotel Alvear, donde se desarrollaba el encuentro del Consejo de las Américas, una organización estadounidense que fundó David Rockefeller por pedido especialísimo de John Fitzgerald Kennedy. Necesitaban sembrar la semilla del capitalismo en América Latina para confrontar la amenaza del comunismo en la Cuba todavía romántica de Fidel Castro.
En la algarada glamorosa del Consejo de las Américas, Massa se movía como un presidente. Un centenar de reporteros y camarógrafos lo seguía como si él fuera Mick Jagger. Se le acercaban los empresarios para elogiarlo en voz audible, o recordarle pequeñas urgencias en voz baja. Hasta el embajador argentino en Washington, el eficaz Jorge Arguello, le trató de presidente en un fallido de esos que querrá olvidar pronto.
Justo a Arguello le tenía pasar. A él que tiene una antigua relación con Alberto Fernández, a quien intenta armarle un encuentro con Joe Biden mientras se dedica al objetivo más importante. La agenda de Massa para reunirse en septiembre con Kristalina Georgieva del FMI y con David Lipton, el segundo funcionario del Tesoro de EE.UU. que ya cayó en la trampa de escuchar durante una hora las promesas vanas de Silvina Batakis.
Porque, aunque lo sigan los fotógrafos y los empresarios, o algún funcionario lo llame presidente en un fallido, Massa no es el presidente. Es el ministro de Economía que debe evitar el naufragio del barco que ya no timonea Alberto, y al que Cristina va perforando para que la travesía termine en catástrofe.
En el atardecer del domingo, Massa logró tapar otra de las perforaciones que le va dejando Cristina para dificultarle las cosas. Dieciseis días después de haber lanzado el nombre a la prensa, logró confirmar al economista Gabriel Rubinstein como viceministro de Economía. Un profesional respetado en el mercado y experto en macroeconomía que había cometido el pecado de escribir tuits picantes contra la Vicepresidente.
Fueron dos semanas de arrepentimiento y penitencia hasta que el corazón duro de Cristina le dio una tregua. Rubinstein debió obsequiarle un “me gusta” a un tuit de La Cámpora con un video ramplón que se burlaba de algunos periodistas, y enviar un feliz Día del Niño con lenguaje inclusivo. “A pesar de comentarios agraviantes de mi parte que no correspondía efectuar”, se arrodilló en las redes sociales. Las cosas eran mucho más violentas en los tiempos de Torquemada. Ahora bastan un par de tuits vergonzantes para que cualquier afrenta pase al olvido. Todo vale cuando hay inflación y, sobre todo, si faltan dólares.
Peronistas de diferentes generaciones, y también dirigentes de la oposición, le reconocen a Massa varias de las virtudes del armado político. Del mismo modo que coinciden en señalar uno de sus principales defectos. El apuro por conseguir los objetivos cuando todavía no están dadas las condiciones. Si la política fuera asimilable a la psicología, los síntomas en la forma que Massa tiene de ejercer el poder exhiben trastornos de ansiedad.
Hay que llegar al Mundial de Qatar
En esa ansiedad permanente hay que buscar la necesidad de Massa de empezar a explorar ahora mismo el horizonte electoral. “Tenemos que llegar al Mundial de Qatar”, se apresuran los colaboradores del ministro como si el 18 de noviembre, fecha inicial para el máximo torneo del fútbol, se terminaran las complicaciones y las tragedias de la Argentina y se pudiera dar rienda suelta a la disputa anticipada por el poder.
Tanto el ministro de Economía, como Cristina Kirchner o el opositor Horacio Rodríguez Larreta, todos esperan atravesar el Rubicón con la camiseta de Messi para poner en marcha los planes electorales del año próximo. La final del Mundial se jugará el 11 de diciembre, y después vienen Navidad y las fiestas del año nuevo. Ninguno de ellos, ni ningún otro dirigente, se detiene a evaluar que pasaría si la estrategia económica de Massa se derrumbara antes de llegar a Qatar. Es tan catastrófico ese posible escenario, que solo está cubierto por una alternativa en la que nadie quiere pensar: la del adelantamiento electoral.
Por ahora, los únicos que piensan en un adelantamiento electoral son los gobernadores de algunas provincias que creen que podrán sacar ventajas despegándose de las elecciones presidenciales. El puntapié inicial lo dará Salta, que ya convocó a elecciones provinciales para el 16 de abril, y han anunciado que tendrán fechas diferenciadas Tucumán (votará en junio) y Río Negro, que todavía no le puso una fecha a sus elecciones.
La misma expectativa tienen otras provincias. El peronista Gustavo Bordet quiere adelantar las elecciones en Entre Ríos porque las encuestas favorecen al opositor Rogelio Frigerio, y Sergio Uñac pretende hacer lo mismo en San Juan, preocupado por el efecto arrastre que podría tener el resultado nacional. La gran incógnita continúa siendo la provincia de Buenos Aires, bautizada desde hace muchos años como la madre de todas las batallas, y en donde Cristina mantiene la palabra definitoria.
No es fácil para la Vicepresidente mantener la concentración en su futuro electoral. Con el durísimo pedido de condena por corrupción que le está haciendo el fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad, Cristina Kirchner debe adecuar sus próximas decisiones al impacto que genere su situación judicial. Por eso, es que su única respuesta a las investigaciones que la tienen contra las cuerdas es una agresiva campaña de victimización que sus activistas difunden bajo la consigna “todos con Cristina”.
La Vicepresidente tiene anotadas dos fechas en su calendario de defensa. El 2 de octubre, día en el que Brasil hará la primera vuelta de sus elecciones presidenciales. Si su amigo Lula triunfa ese domingo, o lo hace después en el ballotage, Cristina intentará mostrar esa victoria como la señal arrolladora de una ola de la izquierda en la región que suma a Boric en Chile, a Petro en Colombia y la incluiría a ella. Si esa idea crece en la sociedad, evalúa hasta la posibilidad de ser candidata presidencial.
Para contrarrestar el peso de las acusaciones judiciales y la posibilidad cierta de una condena por corrupción, Cristina viene utilizando la fecha icónica peronista del 17 de octubre para pegarse a la figura de Perón y mostrarse como otra candidata a la que quieren proscribir. Funcionaría en la audiencia religiosa que sigue a la Vicepresidente, pero la cuestión se torna mucho más complicada cuando se trata de ganar en una elección.
El problema es que todas las encuestas la muestran hoy a Cristina con la imagen negativa más alta del país, junto a la de Alberto Fernández, y la imposibilidad de atravesar con éxito otro desafío para llegar a la Casa Rosada. La variante atenuada del plan kirchnerista está centrada una vez más en la provincia de Buenos Aires. El plan es que Axel Kicillof o Martín Insaurralde compitan por la gobernación, y que Cristina repita como en 2017 su candidatura a senadora nacional. El Congreso tiene un atractivo insuperable en este tiempo: los fueros parlamentarios.
Tanto Cristina como Máximo Kirchner creen que el gran error de las elecciones legislativas de 2021 fue no promover la competencia interna del Frente de Todos en las PASO. Por eso, es que buscarían que varios candidatos a presidente se enfrenten en el peronismo con la condición de que todos lleven la boleta de la provincia con Cristina como candidata a senadora.
Consideran que, con esa modalidad, aún perdiendo las presidenciales podrían asegurar el ingreso de la Vicepresidente al Senado y pelear con chances la gobernación, que se define en primera vuelta y se puede ganar con poco más del 40% de los votos. En definitiva, la Provincia vuelve a ser el último refugio de Cristina.
En ese caso, siempre que Massa logre pasar el Mundial de Qatar y no caiga víctima de otra crisis económica y financiera, sería el candidato más apto para la elección presidencial. Cristina y el kirchnerismo creen que no tendría posibilidades de ganar (y harán todo lo posible para que no se recupere), mientras que el ministro de Economía se sostiene en la bandera de su optimismo. “Sergio es el único candidato que tenemos”, se envalentonaban sus promotores en el Consejo de las Américas.
Salvo para el plan kirchnerista de armar varias boletas con Cristina, en el peronismo nadie toma en serio los nombres de Jorge Capitanich, de Wado de Pedro y mucho menos el de la fantasiosa reelección de Alberto Fernández. En cambio, varios gobernadores mantienen alguna expectativa con el tucumano Juan Manzur, quien se ha convertido en el nexo con Massa desde la Jefatura de Gabinete, y que sigue agitando su vínculo con el peronismo del interior y con Fernando Espinosa y Verónica Magario, el intendente de La Matanza, y la vicegobernadora.
Las posibilidades más factibles de victoria no alcanzan, sin embargo, para facilitarle las cosas a Juntos por el Cambio. Pese a que Diego Santilli ganó las legislativas bonaerenses con el 41% de los votos, nadie da por consolidada su candidatura a gobernador. Le han surgido rivales en el PRO (Cristián Ritondo, Javier Iguacel), y la alternativa de una PASO nacional contra la UCR alienta a que surjan otros candidatos de ese partido que puedan enfrentarlo.
Todo dependerá, en definitiva, de como se ordene el escenario nacional. Rodríguez Larreta confía en los acuerdos que viene atando con los candidatos del PRO que puedan convertirse en gobernadores (Frigerio en Entre Ríos, Luis Juez en Córdoba, Claudio Poggi en San Luis) para enfrentar a Patricia Bullrich. Los dos creen que Mauricio Macri, pese a sus recorridas en el Gran Buenos Aires, no intentará hacer otra apuesta presidencial aunque si buscará tener protagonismo en la estrategia electoral.
A Juntos por el Cambio le sobran los nombres de quienes quieren ir por la presidencia y ésa es, paradójicamente, su principal debilidad. Rodríguez Larreta, Bullrich, la incógnita de Macri, María Eugenia Vidal o, por la UCR, Facundo Manes, Gerardo Morales o Alfredo Cornejo. Demasiados proyectos a poco más de un año de las elecciones. Y, para colmo, con el liderazgo vacante.
Todos, peronistas, opositores y el resto de la sociedad, somos pasajeros de un barco que hace agua y que se muestra incapaz de enfrentar la próxima tormenta. Pero los capitanes solo hablan de sus planes para cuando lleguen al puerto. Nadie se detiene a comprobar las verdaderas chances de arribar a destino. Y nadie parece preocupado por la certeza, cada vez más extendida, de que no podemos encontrar el rumbo.
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