Tenemos que elegir. Constantemente. A veces nos vemos empujados a tomar decisiones. Algunas otras podemos tomarnos un espacio para meditar mejor el camino. Otras las procrastinamos esperando que las cosas se solucionen solas, por efecto del paso del tiempo. Pero no podemos escapar. Tomamos decisiones al ritmo de cada respiración.
El texto de esta semana nos habla acerca de la toma de decisiones. Analizando apenas sus primeras tres palabras, podemos encontrar algunas herramientas valiosas a la hora de elegir.
La primera palabra es “VE-HAIÁ”. Es un término referido al tiempo, que contiene en su estructura un secreto. La palabra “HAIÁ” significa “FUE”, y remite al pasado. Sin embargo, en el misterio de las letras hebreas, si a esa palabra se le agrega el prefijo “VE” que representa la letra “Y”, en vez de leerse “Y FUE” la palabra cambia por completo y debe leerse “Y SERÁ”. El pasado se transforma en futuro.
La palabra “VE-HAIÁ” llama a pensar los tiempos. Nos confirma que dejar pasar el tiempo y no tomar una decisión es a la vez tomar una tremenda y a veces peligrosa decisión. Que el error de la elección pasada debe transformarse en sabiduría de la que viene. Y que a veces, más que elegir en función de lo que haya pasado ayer, debemos pensar en cuáles son los mañanas que queremos vivir. Elegir en función del futuro. Transformar el pasado en futuro.
La segunda palabra es “EKEV”. “EKEV” es un “SI” condicional. Un tal vez, un quizá. Todo lo que tenemos está dado en condición. Nada de lo que sabemos o creemos tener es absoluto. La salud del cuerpo, la familia, la amistad, el dinero, el estatus, la libertad, el dolor, el trabajo, la paz de espíritu, los hijos, los padres, el amor. Todo está en un “EKEV”, un tal vez. Quizá debamos tomar decisiones, menos seguros de lo que damos por obvio, y más conscientes de la fragilidad de lo que nos rodea.
La tercer palabra es “TISHMEÚN”, que significa “VAN A ESCUCHAR”. “Y será que si van a escuchar”. El último consejo es elegir a través de qué sentido elegir. Por lo general, nuestros principales testigos son nuestros ojos. Ver para creer. Pero la vista es un sentido sesgado, recortado y fácil de engañar. Los ojos sólo ven lo que hay enfrente, apenas un ángulo de la visión, pero no la mirada del todo. Con los ojos decidimos basados en la coyuntura. En el hoy, en el ahora. En el ya.
Churchill decía que aquél que logra mirar atrás, es el que puede ver todo lo que viene después. Si miramos sólo lo que tenemos adelante perderemos la perspectiva.
Escuchar es mirar, pero con los ojos cerrados. Elegir con altura exige no dejarnos llevar por lo exterior, sino escuchar con atención, comprender, internalizar, sentir y frenar para ver más allá.
Se trata entonces de elegir no según lo que vemos, sino según lo que soñamos.
No hay dos puertas, no hay dos caminos. Hay sólo uno. El camino de la vida.
Y adentro, todo mezclado.
No se trata solamente de elegir entre lo bueno y lo malo. Sino de elegir las buenas elecciones, por sobre las malas elecciones.
Amigos queridos. Amigos todos.
Dice el Pirkei Avot, el Tratado de los Padres: “Mi hu hajajam? Haroe et hanolad.”
“¿Quién es sabio? El que puede ver lo que todavía no nació.”
La sabiduría espiritual reside no sólo en mirar con los ojos, sino con el alma. Escuchar profundo el susurro que nos hace comprender que, en un mundo frágil donde todo es un tal vez, tal vez podamos elegir más inteligentemente en los tiempos que en verdad perduran. Elegir transformar el pasado en futuro. El ayer, en lo que está por nacer.
Y decidir entonces si acaso lo que está por nacer, no somos justamente, nosotros mismos.
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