Camila Perochena recuerda, en su libro Cristina y la historia, una frase que dijo la Vicepresidenta el 29 de agosto de 2013: “Muchos creen que el pasado económico que asoló la Argentina, que quebró industrias, que dejó a millones de personas sin trabajo, sin educación, pasó definitivamente. Y yo digo que no, que siempre está a la vuelta de la esquina”. Las aflicciones de Cristina Kirchner cobran hoy más vigencia que nunca. La inflación de julio (7,4%) batió el récord mensual de los últimos veinte años, encaminándonos a los tres dígitos anuales, colocándonos nuevamente frente al eterno retorno de los problemas de siempre, que cada vez nos encuentran peor. Sigue sin entender que las políticas populistas, y los subsidios indiscriminados son la ruina de un país quebrado. Es la principal responsable de la debacle actual que padecemos. Todo lo que podía salir mal, le salió peor. Para colmo llega el “tarifazo” en su ocaso político, a la vez que enfrenta nubes negras en el frente judicial. Cristina Kirchner no lo ignora, para ella la suerte ya está echada.
¿Todo esto que nos está pasando se podría haber evitado? Si. Lamentablemente los que tienen la responsabilidad de gobernar lo hacen pensando en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Un ejemplo es el gasoducto “Néstor Kirchner” que debería estar funcionar a pleno (nombre que marca el símbolo de la debacle de estos tiempos y cuya construcción ya fue anunciada como novedad en tres actos). Si en lugar de convertirnos en el país del “cepo a todo” se hubieran promovido las exportaciones de los sectores productivos -en lugar de trabarlas- y apoyado al campo -en vez de combatirlo- no hay duda alguna de que la situación desesperante que hoy vivimos no existiría. Si no hubieran “planchado” el costo de las tarifas de los servicios públicos -lo que en gran medida le costó la reelección a Macri- hoy tendríamos una economía más lógica. Pero, para una gobernante como Cristina, el populismo es un vicio muy difícil de dejar. Se consumió en él.
Políticamente y judicialmente acorralada, la Vicepresidenta va a jugar fuerte, sin importarle las consecuencias para el resto de los argentinos; solo se interesa en solucionar su complejo presente, hipotecando el futuro de una nación entera. Para CFK el pasado y el presente se funde en un solo tiempo. Son lo mismo. Siempre hubo y va a haber un complot en su contra. Más aún cuando está siendo juzgada, en un proceso que marcará nuestra historia. La victimización es una estrategia que le resulta muy útil. Mortificada por sus causas judiciales -y con razón, pero no por las “razones” que ella invoca, sino por el peso real de las pruebas en su contra- nos ha vuelto a poner la ñata contra el vidrio de todos los problemas que nunca se terminan de ir, siempre quedan a la vuelta de la esquina y vuelven, en un eterno tobogán descendente.
Los principales economistas estiman, con cierto grado de certeza, que estaremos llegando al 100% de inflación anualizado, casi duplicando la que este gobierno heredó de la administración anterior. Brasil la pudo bajar. En el resto de Latinoamérica no llega, en la mayoría de los casos, al 1% mensual. ¿Qué estamos haciendo mal? Todo. El gobierno de Cristina ha destrozado la economía en pos del relato populista, producto de una visión equivocada y distorsionada del lugar que el Estado debe ocupar en nuestra sociedad. De momento Cristina se volvió a correr de la escena para dejar la centralidad en Massa. Pretende no ser ella quien cargue con el costo político del tarifazo y los demás problemas que agobian nuestra enferma economía. Pero lo cierto es que su corrimiento actual no la libera de la responsabilidad de sus errores, los pone en evidencia. Se equivocó y mucho.
El “manual” eclipsado de Cristina incluye también la cooptación, más presente que nunca, de las cajas del Estado, convirtiéndolas en el botín del saqueo que estamos sufriendo, al igual que el otorgamiento indiscriminada de puestos de trabajo a sus partidarios en la administración pública. Ese latrocinio tiene una significación más grave y preocupante. Le permite usar fondos del Estado para hacer política partidaria, dar planes y asegurar votos, sostener supuestos movimientos sociales, hoy devenidos en verdaderos partidos políticos, con una maquinaria infernal para movilizar feligreses que por un pedazo de pan hacen lo que les ordenan, en una forma nueva de manifestar la esclavitud social a la que han sometido a millones de argentinos. Es un fenómeno que se presenta con preocupante actualidad y del cual poco o nada se dice, transformando a su líder en una opresora de los más necesitados.
Las políticas económicas impulsadas por la Vicepresidenta, la real dueña de los votos del Frente de Todos, son tan absurdas, que si terminamos el año sin llegar a los tres dígitos de inflación podríamos decir que la gestión del actual titular de Hacienda fue exitosa. Argentina está padeciendo las consecuencias de las prebendas de tinte político que no hacen más que hundirnos en el pantano de la podredumbre en que han convertido al país. Se maneja el Estado sin un sentido de sensatez y austeridad, como si fuera patrimonio exclusivo del oficialismo y el grupo de acólitos que siguen mamando de las tetas del Estado a costa del esfuerzo de los contribuyentes, que son los que pagan la fiesta. Pero el populismo sin caja solo dura lo que un suspiro.
Es revelador confrontar el acto de la CGT del 17 de agosto, con el discurso que dio el Presidente ese mismo día, y el “silencio” de Cristina. Empecemos por el final. Cuando CFK hace silencio está diciendo algo. En este caso insiste con su fútil intento de no quedar pegada a las consecuencias de sus políticas populistas (ajuste, inflación, tarifazo, etc.). Tan torpe como ineficaz. Al mismo tiempo un dirigente sindical de la calaña de Pablo Moyano hace un acto para quejarse contra las consecuencias de las políticas de la jefa de su espacio. Como no la puede criticar a ella, increpa al Presidente, que en este caso es el punching ball perfecto. A la vez que Alberto Fernández hace un soliloquio riojano que solo sirvió para demostrarnos que está en otra dimensión del tiempo y del espacio, como si no entendiera lo que está pasando en el mundo real. Son tres hechos que no están aislados, se relacionan fuertemente entre sí, mostrando lo bajo que hemos caído como nación. En paralelo los esbirros salen a pedir una “poblada” para Cristina, un escudo de protección frente a una posible condena que luce como altamente probable según las constancias de la causa judicial. Todo tiene que ver con todo. Habría que cambiar el “No jodan con Cristina” por: Dejen de jodernos a todos.
Somos una sociedad que se queja por Twitter pero que no sale a la calle a protestar por la corrupción y por la dilapidación de los recursos del Estado. Naturalizamos lo malo, por falta de lo bueno. Nos debemos visibilizar los problemas que tenemos. El principal es la alta tolerancia a que desde la política nos mientan prometiendo que van a solucionar lo que sabemos no están en condiciones de hacer. Por ejemplo en 2019 la sociedad mayoritariamente creyó el cuento que inventó Cristina, y que por cierto le permitió volver al poder, solo para convertir en muy malo todo lo que ya era complejo. No solucionaron nada, solo lo empeoraron. Somos una sociedad que auto canceló el nivel de exigencia, terminamos aceptando y naturalizando lo que nos perjudica. De esta forma seguimos corriendo detrás de los mismos problemas todo el tiempo, porque continuamos votando a los malos dirigentes de siempre. Cristina es la líder indiscutida del fracaso nacional y popular, seguida de un variopinto grupo de feligreses donde se confunden muchos que viven una vida de lujo y riquezas junto con millones de pobres que siguen creyendo un relato que ya nos ha demostrado, de muchas formas, su fracaso.
Carl Jung resume magistralmente en una sola frase el peor problema de la dueña del poder y de los votos: “Las personas podrían aprender de sus errores si no estuvieran tan ocupadas negándolos”.
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