Tanatocracia: relativizar el derecho a la vida y absolutizar el derecho a la muerte

Hay indicios de que el Congreso se dispone a tratar diferentes proyectos de ley de eutanasia. Se avecina un debate que dirá mucho sobre la relación que tenemos con lo esencial de la vida y, con ello, con la muerte misma

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Varios proyectos para legalizar la eutanasia han sido presentados en el Congreso argentino (Imagen de archivo. EFE/Martin Divisek)
Varios proyectos para legalizar la eutanasia han sido presentados en el Congreso argentino (Imagen de archivo. EFE/Martin Divisek)

Si algo no se discute en Argentina es que nuestro país es un caos. Cursamos con un harto conocido descalabro de pobreza e indigencia, ingente desocupación, un sistema educativo y uno sanitario públicos quebrados, un Estado elefantiásico ineficiente, inseguridad diaria con criminalidad atroz y una anomia social generalizada. Aún así, en ese contexto y mientras padecíamos una pandemia, en 2020 se aprobó la ley de aborto. Ahora, hay indicios de la intención de legalizar el consumo de drogas y se puja además, en lo inmediato, para sancionar una ley de eutanasia.

Escenario revelador, pues indica una directriz nociva común, la destrucción humana y, en un plano más profundo, devela la relación con lo esencial de la vida y, con ello, con la muerte misma.

Tánatos -“muerte”-, es el nombre del dios griego de la muerte no violenta, del suave toque letal. Nombre que la psicología profunda recoge para nominar la pulsión de muerte, que implica la aniquilación de lo humano, individual, relacional, físico. Es la pujanza por una quietud anti-vital, inmóvil hasta ser “nada”, inorgánico, yerto, hasta la muerte misma.

Es la pulsión que se advierte fácil, mientras hiela la sangre, al ver un adolescente balear a una embarazada en un robo. Él no sale a robar, sale a destruir, a proyectar su propia enajenación. Robar es la excusa-inconsciente- para matar. Su conducta es la vidriera de un espíritu absolutamente quebrado y una mente animalizada, que desborda de odio, sin noción alguna de humanidad. Con tantas “ganas” de matar como de morir. Su ser totalmente terminado, yace marginado del eje de la existencia. Arrasando con la vida del resto para cerrar el círculo mordaz.

La sombra de la muerte prolifera y alcanza al más indefenso de nuestra especie. Medios locales mostraron increíble algarabía por el número de abortos realizados desde la implementación de la ley en 2020. Despedazar al creciente es el icónico poder decretado por la ley más injusta que pueda concebirse. Frente a una sociedad extraviada de mirada atrofiada, y una madre sin conciencia real de la locura inconmensurable que acontece en su vientre, tras el “consentimiento” de su emocional y desesperada soledad.

Inmutables también permanecemos con la pandemia de la droga. Virus que corroe la mente de nuestros jóvenes y los encasilla en sólo cuatro desenlaces posibles: letargo, hospital, cárcel o cementerio. La titánica gesta de las Madres del Paco y de los curas villeros no parece importar al ideologismo que impulsa la legalización de las drogas, sobre todo de la marihuana, a pesar de que ésta es la principal puerta de entrada a las drogas letales.

Los Hogares de Cristo que anima la Pastoral de Curas Villeros en todo el país (Marcelo Pascual)
Los Hogares de Cristo que anima la Pastoral de Curas Villeros en todo el país (Marcelo Pascual)

Sufrimos ahora una nueva manifestación de esta lúgubre mentalidad. La apremiante búsqueda de una ley de eutanasia. Llegada que viene a convencer a enfermos terminales (menores también) o incluso ancianos, de que su “indigna” vida es un lastre para sí y su entorno. La sola propuesta -”nadie obliga”- de eutanasia abre una cuña mental en la noción que una persona tiene sobre el sentido de seguir viva, encerrándola en un cúmulo de pulsiones que a partir de este artificio ideológico, incluye aquella pulsión de muerte. Logran así, mediante implante psíquico, un impulso suicida, tapizado de “derecho”, para ocultar la impronta de una obra criminal. Aterrado por las vísperas del fin y un eventual sufrimiento que podría devenir insoportable, de no recibir los cuidados paliativos correspondientes (que en Argentina no se brindan), este paciente y sus familiares, angustiosos y quebrados ceden a la oferta vil.

Abraza la psicopatía esta impiadosa concepción de la persona. El mismo sector que aboga por la relativización del derecho a la vida en el aborto, aquí absolutiza un “derecho a la muerte”. Perciben inaceptable la muerte en su proceso natural, pero naturalizada cuando es provocada por un verdugo que encuentra en una jeringa, el camuflaje perfecto para su arma de fuego.

¿Cómo es que llegamos a estar entreverados en tanta degradación, tanta muerte, en alienación humana semejante? ¿En qué sistema humano, más aún, civilizatorio mundial, del que hacemos eco, estamos atrapados? ¿En dónde radica la fuerza de esta mortífera dinámica?

Habitamos y producimos un paradigma sociocultural radicalmente tecnocrático, sin moral, sin amor, sin Verdad. Sin sustancialidad política. Y que, con la pérdida de la Política, ha perdido el rumbo. Pues la Política es el centro neurálgico de la conducción de una comunidad nacional.

Constituimos entonces, un sistema de poder que subrepticiamente nos esclaviza mientras repta por las cloacas de la sociedad. Es un poder que avanza mimetizado en la ceguera existencial y la abdicación ontológica. Llegando incluso a usufructuar la muerte como instrumento de (des)gobierno.

Ahora bien, el “poder” no es una elite mágica. Es el elitismo que todos permitimos y contumazmente nutrimos con diarias dosis de renuncia espiritual, intelectual y política.

Ciertamente son claras las siniestras intenciones de muchos magnates, CEO´s, gobernantes, organismos multilaterales, que vía fundaciones financian “filantrópicamente” campañas abortistas, de ley de drogas, etc. Sus declaraciones antinatalistas -reflejadas en dirigentes locales-, pro eutanásicas (la vejez como carga económica) y eugenésicas (eliminar al indeseado) son ya abiertas y ajenas a todo etiquetado conspiracionista.

De la síntesis de la perversión de unos y la indiferencia autodestructiva de los más, nos encontramos atrapados en un evolucionismo tecnológico-cultural de raíces que no alcanzan la totalidad de la naturaleza humana. Pervirtiendo la cosmovisión del progreso humano.

Foto: Andina / Minsa.
Foto: Andina / Minsa.

Este progresismo metafísicamente desnortado, cuyo norte es el poder, excede con creces la dialéctica izquierda-derecha. Por ello el liberalismo economicista y el colectivismo convergen en la perspectiva sustantiva del individuo: el materialismo y una idea patológica de la libertad. Es significativo observar ideologías colectivistas militando conceptualizaciones furiosamente individualistas. Lógico, se funden, involuntariamente, en la misma matriz antropológica. Una donde el becerro de oro venció a la dignidad en la disputa por el epicentro del sistema socioeconómico mundial.

Es, finalmente, un progresismo al que sus conquistas le han construido la torre que conduce a la cima de todas sus reivindicaciones, donde anida su más alto “derecho”: el derecho a ser dios. Pues en el aborto y la eutanasia se cuela, además de una retorcida obsesión ideológica con la muerte, la macabra e intrincada lujuria de poseer la llave del interruptor vital. Fruto prohibido supremo. La tentación de administrar y regentear la muerte. De dar de baja a aquellos clasificados en el último estamento humano, donde la vida, a criterio de estos regentes, no “vale” lo suficiente para ser tal.

Esta letalidad sistémica del poder busca, con la eutanasia, cortar los lazos naturales y culturales e histórico-generacionales entre los dos extremos más vulnerables de la sociedad. Propósito inaceptable para todo ciudadano de bien que quiera escapar de la anestesia de las masas para integrar un Pueblo libre. Ser Patria exige hoy, que logremos rechazar la agazapada embestida de Tanatos y el poder de su caricia mortal.

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