Entre los años 1960 y 1970, ocurrió lo que se conoció como “el boom de la literatura latinoamericana”. Escritores tales como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y otros autores latinoamericanos explotaron y se expandieron a nivel mundial. Además de aquellos grandes referentes de la literatura, escribían cientos de mujeres talentosísimas que, si bien algunas llegaron a publicar sus libros e incluso ser reconocidas, como las argentinas Silvina Ocampo, Aurora Venturini o Sara Gallardo, jamás ocuparon el lugar en la escena literaria que les correspondía. Jamás tuvieron la visibilidad ni el volumen de ventas de los autores varones.
Leila Guerriero, una de las grandes escritoras de nuestro país y, en lo personal, una de mis favoritas, nombró a ese movimiento como “el boom de la testosterona”. Siguiendo esa línea, que me parece muy acertada, les y nos pregunto: ¿podríamos hablar hoy día de un boom de progesterona? Nos encontramos ante un momento literario favorable para las mujeres. Y con esto me refiero a memorable, interesante y, por fin, valorado. Hoy no solo las escritoras con trayectoria empiezan a ser más reconocidas sino que las nuevas generaciones de escritoras también parecen tener un lugar en la escena. Y lo mejor de todo es que, entre esos cruces generacionales, no hay odio, ni envidia, ni competencia sino, por el contrario, unión.
Un ecosistema literario unido por el género y el territorio, muchas manos motorizadas por el fervor de finalmente hacer lo que nos gusta hacer: escribir. Y de ser leídas, consumidas, valoradas y reconocidas. Las voces y miradas nuevas se nutren y agradecen el camino allanado por aquellas escritoras que revolucionaron las letras. En el año 2017, la escritora argentina Samanta Schweblin, fue finalista del Booker Prize Internacional, por su libro Distancia de rescate. Desde ese suceso, la autora se puso en el centro de la escena de la literatura latinoamericana y, entonces, medios como The New York Times o The Guardian empezaron a centrar más su mirada en diferentes autoras mujeres.
También en ese año, The New York Times había destacado Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, como uno de los mejores libros de ficción iberoamericana, obra que la hizo ser finalista del International Booker Prize. Ariana Harwicz, también en el 2017, fue nominada para el Premio de EIBF (European and International Booksellers Federationtion). Mariana Enriquez, con su novela Nuestra parte de noche, ganó El Premio Herralde en el 2019; la autora mexicana Valeria Luiselli, por su parte, ganó el American Book Award en el 2018. Claudia Piñeiro y María Gainza el “premio Sor Juana Inés de la Cruz” en el 2020. Y la lista de escritoras reconocidas sigue: Angela Pradelli, Selva Almada, Luisa Valenzuela, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor, Camila Sosa Villada, Tamara Tenembaum, María del Mar Ramón, Camila Fabbri, Dolores Reyes, Romina Paula, Gabriela Brejerman y tantas más.
Si bien las mujeres hemos escrito desde siempre, hoy las editoriales quieren publicarnos y les lectores quieren leernos más. Hay un interés real y hasta una necesidad de acercamiento hacia estas otras voces; la necesidad de afinidad, entendimiento, empatía. En la actualidad, contamos con una variedad impresionante de escritoras de diferentes países y generaciones: novelistas, cuentistas, ensayistas y cronistas, con libros de muchísima calidad y algunas hasta con repercusión internacional. Pero la literatura latinoamericana no se destaca solo por la calidad de sus escritoras sino, también, por los temas que abordan. Describen inevitablemente las realidades que viven los pueblos latinoamericanos y muchas veces las minorías y disidencias.
En un mundo en donde aún hay, a pesar de las luchas y movimientos, pobreza, discriminación, femicidios y en donde todavía se discute el aborto como si no fuera cuestión de salud pública, en donde hay países que piensan en volver a prohibir la ley, donde las mujeres, las trans y las comunidades LGBT+Q siguen siendo minorías, la literatura es también un canal para darle voz a estas luchas y para visibilizar nuevos pensamientos y puntos de vista.
Nos encontramos ante un contexto de mayor paridad en cuanto al acceso a la edición, a la publicación y sobre todo (o en consecuencia) en un in crescendo de consumidores de autoras mujeres. Las luchas arrastradas y las actuales han dado su fruto: la escucha. Lo que sucede ahora, entonces, no es un boom, ni un hecho novedoso sino que, por fin, nos han dado el espacio y recepción que exigíamos (y que nos correspondía). Nos han dado por fin una plataforma (al menos un poco más) equitativa. Esta expansión en la literatura de mujeres es, ni más ni menos, una expansión de derechos y la caída de los prejuicios sobre la “literatura de mujeres” (que vende menos, que es peor, que no puede apelar al gran público, etc.). Y eso, querides, se lo debemos al feminismo.
Tal vez, esto que llaman “boom”, “estallido” o cómo sea, creo que es, en verdad, la posibilidad de identificarnos política y personalmente con autoras, colegas y hasta con mujeres que escriben sin necesariamente dedicarse a eso. Por eso lugares tales como los jams de poesía, espacios de lecturas de textos propios y ajenos, movidas culturales abarcativas y alternativas, presentaciones de libros encabezadas por mujeres, se vuelven cada vez más necesarios. Siempre estuvimos, solo que ahora nos ven. Siempre escribimos, solo que recién ahora nos dan lugar en la mesa literaria.
Nuestra presencia, nuestras ventas y nuestro reconocimiento, son el resultado de una lucha ardua y larga. Nuestra unión como escritoras latinoamericanas es el derecho más preciado que hemos adquirido escribiendo y leyendo. Sin embargo, no todo está ganado; aún quedan muchas disidencias sin voz ni espacio. Mujeres no blancas, mujeres pertenecientes a otras comunidades que escriben en dialectos diferentes, entre tantas otras. El espacio de la cultura se amplió y puede seguir creciendo, no tiene que ser el espacio de unos pocos. Por eso es tan importante seguir nutriendo esta unión, seguir fomentando los espacios de intercambio y de diálogo, y sobre todo (a nosotras nos digo), seguir comunicándonos, seguir leyéndonos, seguir escribiendo.
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