Locos por Martha

Argerich es un ser del orden de los diferentes, aquellos que reciben un don irrepetible que cambia a quien la ve y la escucha

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Martha Argerich en el Colón
Martha Argerich en el Colón

La llegada a Buenos Aires unió las líneas que en toda ciudad grande conforman zonas o aldeas de reconocimientos con sus sonidos para confluir en la maravillosa Martha Argerich. En el Teatro Colón, con mucho público, corrieron y corren las jornadas del festival Argerich en un clima de espíritu suspendido y embelesado por su arte, con mucha potencia y luz a los 82 años.

Laura Novoa, pianista a su vez, profesora universitaria, periodista, escritora y conductoras de programas que valen la pena, habla de Martha Argerich de este modo: “Atravesada por muchas singularidades, apenas alcanza para entender el milagro de su existencia para la música. Como toda gran artista, tiene la capacidad de transformarnos después de sus interpretaciones. Nadie sale igual después de escucharla. Desde un punto de vista más concreto, tiene una imaginación exuberante y todas las posibilidades técnicas para materializar lo que su imaginación le dicta. Es una suerte de demiurgo que puede conectarnos con lo más profundo de la obra y su autor y crear la ilusión de que no hay mediación entre ella y la música. Su magnetismo, energía volcánica, velocidad electrizante y sonoridad más exquisita, lo apolíneo lo dionisíaco: en ella conviven todos los opuestos en perfecto equilibrio”.

Sí, fuimos ese día. Al subir acomodó el taburete en el que iba a sentarse y dirigió al público una sonrisa cómplice entre la gran melena leonina gris. Mientras, trabajaba para la delicadeza, al unirse y sucederse las notas como al caer de una llovizna primaveral. Lo dionisíaco, lo apolíneo. Minutos incorporados a cada célula del que escuchó y miró a un ser diferente, que tocó, se levantó y volvió con el aplauso sin fin para el bis que, aseguran, no hace con frecuencia.

Completó la jornada con “Historia de un soldado”, de Stravinsky; con músicos dirigidos por uno de su maridos, Charles Dutoit; los actores Peter Lanzani, Joaquín Furriel, Cumelén Sanz y el director de escena Ruben Szchuchmacher. Todo bienvenido y con interés, aunque tal vez muchos hayan preferido el orden inverso: Argerich en el cierre, como en el orden de teloneros (sin el menor desmedro) y final explosivo, como ocurre con las estrellas del pop y el rock. Error, es posible, pero la sensación fue esa. Martha Argerich es un ser del orden de los diferentes, aquellos que reciben un don irrepetible que cambia a quien la ve y la escucha. Verla es importante: al minuto de deja ver que no es del todo mundo formado por el panal humano. Lo es, aunque cuesta un poco: puede tocar tangos con amigos, algún cigarrillo, una copa. Pero no. Por alguna hendija, por algún misterio que conduce a no se sabe, es de otro palo, pido decirlo así.

Una de sus hijas, Annie Dutoit, estuvo cerca: actuó en la ciudad. Doctora en letras delicada y nerviosa actriz, alerta desde el nacimiento a no ser un prodigio con su castigo de soledad y tristeza como ocurrió sin dudarlo con la madre. Martha y Dutoit, de los dos, pianista y director más violinista. “Estoy muy acostumbrada a vivir con dos genios. ¿Qué me llama más la atención de mamá: ¡el pelo!”. Otra de sus hijas, Stephanie, habló para el documental “Bloody daughter”: “Mi madre es un ser que te absorbe por completo”. Casi, casi a orillas de un furor contenido, aunque reconoce entre dientes ser quién es y los buenos momentos.

¿Unas hijas dedicadas a los cuidados permanentes de la maternidad en el caso de Martha Argerich, con un primer concierto a los siete en un teatro de Buenos Aires? Imposible, pero no se preocupen: las señoras están bien y nosotros la tenemos para iluminarnos y hacernos sacudir. Es lo que dijo Horowitz, cumbre emocional y leyenda propia en el teclado: “Martha es el piano”. Algunos se molestaron por filmarla en pijama al volver del colegio en ese corto de Stephanie. Su padre, Steven Kovacevich, pianista de gran valor.

Lyda Chen es abogada y violinista. El padre, el director chino suizo Chen Liang Sheng. No siempre se mostró feliz con Martha la maga, su don y su enigma, pero las cosas se acomodaron. En realidad, nada del otro mundo en ninguno de los casos, de las tres hijas. Cosas. Lyda es abogada y violista.

Martha -sí, digámosle solo Martha- nació de Juan Carlos Argerich, bisnieto de Cosme, médico histórico, y de Juana Heller, judía ucraniana llegada al Plata para escapar de los raids de incendios, violaciones y asesinatos emprendidas contra grupos o aldeas antisemitas. Viene a dar que Juana se las arregló un día para presentar a la niña prodigio al Perón presidente. Se cuenta así:

- ¿Qué necesitás , ñatita?

- Quisiera estudiar en Viena con Friedrich Goulda.

Y allá fueron, el padre como imprevisto agregado comercial, la madre en algún puesto inventado. La madre quiso congraciarse con Perón: “También puede tocar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), pero la niña dijo clarito que no tenía ganas de tocar allí en ese momento, un carácter es un carácter. A Viena, pues, todos”.

Tal que ahora, cuando incluso para muchos no es humana real y sí un sueño, alguien irreal, toca y transforma. Toca y el aire es distinto. Y el corazón de entendidos o legos se estremece. Se entiende que ocurre algo extraordinario. Como lo es: la mayor pianista de todos los tiempos.

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