Los verdaderos últimos días de “Santa Evita”

A raíz del 70 aniversario de su muerte y del estreno de una serie, circularon teorías que no reflejan fielmente la realidad

El rostro de Perón lo dice todo, mientras sostiene a su esposa para que ella pueda dar da su último discurso, el 1° de mayo de 1952

SU VERDADERO ÚLTIMO AÑO

El 26 de julio de 1952, el cuerpo de Eva Duarte de Perón dijo basta. Una dura enfermedad había deteriorado su salud y su inagotable agenda se había visto interrumpida casi por completo en los últimos meses. “Eva se mató, siempre les escapó a los médicos, a pesar de las hemorragias, los tobillos inflamados y la fiebre”, lamentó Atilio Renzi, su secretario personal, quien también recordó las palabras de su médico, Oscar Ivanissevich que aseguró que Evita se habría salvado si se hubiera tratado a tiempo.

Cuando la enfermedad comenzó a manifestarse, la esposa de Perón negó su malestar. La primera señal visible fue un desmayo en el caluroso enero de 1950 durante la inauguración del Sindicato de Conductores de Taxis en el puerto nuevo de Buenos Aires. Gracias a la intervención del General, logró realizarse una serie de estudios que derivaron en una operación de apendicitis, según se informó oficialmente, en el Instituto del Diagnóstico. En marzo, volvió a sufrir un desmayo, por lo que canceló un viaje a Pergamino alegando una angina gripal. Dos meses más tarde, Evita nuevamente se negó a ser atendida y, ante la insistencia del ministro de Educación, Ivanissevich, Eva le dio un carterazo en la cara, que terminó con la renuncia del funcionario. Por ese entonces, se confirmó el tan temido diagnóstico. “Quieren inventarme enfermedades para sabotear mi gestión”, decía ella.

Mientras Eva continuaba con su actividad y una agenda repleta de compromisos, el cáncer de cuello uterino avanzaba, por lo que se encontraba muy debilitada. Aun así, el 22 de agosto de 1951 encabezó el Cabildo Abierto del Justicialismo en la avenida 9 de Julio, que proclamaba su candidatura a la vicepresidencia, ante una multitud de trabajadores convocados por la CGT. Nueve días después de aquel acto, Eva renunció a dicha distinción. “No renuncio a mi obra; solo rechazo los honores”, aclaró.

Héctor Cámpora y Juan Perón junto al féretro de Evita

EL RENUNCIAMIENTO DE EVA

Franklin Lucero, ministro de Ejército del gobierno peronista, reconoció, en su libro El Precio de la lealtad (1958), que la candidatura de Eva Duarte generó ruidos en el Ejército. Ante el temor de que se partiera esta institución y se produjera una guerra civil, los militares peronistas leales pidieron una reunión con Perón el 25 de agosto de 1951, de la que participaron los generales Ángel Solari, Humberto Sosa Molina, José Embrioni y el brigadier Ignacio San Martín. Por las súplicas de sus camaradas y evaluando la riesgosa situación, Perón cedió a las presiones militares, de la curia católica y de los grandes grupos de poder. Fue por estas razones y no por cuestiones de ego del general o por su enfermedad, como se ve en la serie “Santa Evita”, que ella declinó su candidatura.

El 28 de septiembre, justo el mismo día en que se realizó el primer intento de golpe de Estado contra Perón por parte de Benjamín Menéndez, Eva se sometió a una biopsia para determinar con precisión el estado de su enfermedad. La Subsecretaría de Informaciones prefirió mantener oculto el verdadero diagnóstico y oficialmente se aseguró que se trataba de una anemia, tratada con reposo, transfusiones de sangre y medicación. Esa misma noche, se difundió un llamamiento por cadena nacional y, al día siguiente, Eva convocó a su círculo más cercano. Los miembros de la CGT José Espejo, Isaías Santín y Florencio Soto, y el ministro de Guerra, José Humberto Sosa Molina, fueron convocados para realizar la compra de 5.000 pistolas automáticas y ametralladoras al príncipe Bernardo de Holanda con el fin de que los cuadros obreros defendieran a Perón, según confirmó Damián Ferraris, nieto de José Espejo. Ese armamento estuvo en manos de la CGT hasta la muerte de Eva y, luego, fue trasladado a un destacamento del ejército.

José Espejo, secretario general de la CGT, en un acto junto a Eva Perón

Pese a que los líderes de la central gremial conformaban su entorno más íntimo, en la serie “Santa Evita” presentan al coronel Carlos Eugenio Moori Koenig -el profanador de su cadáver- como su colaborador. Eva nunca tuvo colaboradores ni edecanes militares.

Muy debilitada por la enfermedad, Eva no quiso perderse el Día de la Lealtad. Ese 17 de octubre, recibió la Medalla de la Lealtad en grado extraordinario entregada por la central de trabajadores. Pocos días más tarde, en noviembre de 1951, Raúl Apold, subsecretario de Informaciones de la Presidencia y un hombre muy cercano a Evita, emitió un comunicado en el que informaba una intervención quirúrgica en el policlínico presidente Perón, realizada por el médico especialista George Pack, que viajó exclusivamente desde Estados Unidos. Eva nunca se enteró de la nacionalidad del médico, al que se contactó de manera clandestina gracias a la gestión de la embajada argentina en Washington.

LA RUTINA DE TRABAJO DE EVITA

En una casona de avenida del Libertador, Eva Perón era cuidada por sus hermanas, Blanca, Herminda y Elisa, por las enfermeras María Eugenia y Marta Rita Álvarez, y acompañada por su peinador, Julio Alcaraz, y su empleada personal, Irma Cabrera de Ferrari. Todos los días, bien temprano, a las 7 de la mañana, comenzaba su jornada. Perón la visitaba tres veces al día y Renzi, Nicolini y Apold eran los tres funcionarios de absoluta confianza que no se despegaban de su lado. Si bien intentaban restringirle el acceso a los diarios, ella no dejaba de lado su rol de dirigente social y quería estar pendiente de todas las decisiones políticas. Mientras tanto, su círculo íntimo, compuesto por familiares, funcionarios, médicos y amigos se encargaba de que el verdadero estado de salud no saliera a la luz, y Renzi era uno de los que cumplía la misma tarea con Evita. Como, por ejemplo, alterar el registro de la balanza para que ella pensara que aumentaba dos o tres kilos. “Nosotros percibíamos la gravedad por su rostro demacrado y los continuos dolores en la nuca y los tobillos”, señaló Apold a la revista Siete Días.

En su residencia recibía gente como siempre lo había hecho, principalmente sindicalistas porque prácticamente había abandonado el Ministerio de Trabajo y pasaba los días en cama. Una de sus últimas actividades fue el acto central del 1° de mayo de 1952, cuando habló frente a los trabajadores en la Plaza de Mayo. Allí brindó su discurso más efusivo, en el que dijo: “Si intentan levantar la mano contra Perón, yo voy a salir muerta o viva para no dejar un ladrillo que no sea peronista”. Días más tarde, el 7 de mayo, cumplió 33 años, pero su estado no era el de la mujer fuerte y aguerrida que había sido tiempo atrás. Con apenas 37 kilos, recibió el título de jefa Espiritual de la Nación y todos los presentes aprovecharon para sacarse una última foto junto a ella.

El traslado del féretro a la CGT

EL COMIENZO DEL SEGUNDO GOBIERNO PERONISTA

El 4 de junio fue una fecha importante para el peronismo. El General asumió su segundo gobierno luego de una fuerte campaña presidencial en la que Eva había cumplido un destacado rol desde su lecho de enferma. Con la excusa del clima y el frío día en la ciudad, Apold intentó retener a Eva en su residencia y que no asistiera a la ceremonia de asunción, pero ella se resistió. “Eso es una orden del General. Yo voy a ir igual. La única manera de que me quede en esta cama es estando muerta”. Fue así como, acompañada por sus enfermeras y todo un sistema ideado para protegerla, Evita participó de la jornada junto a todo el peronismo.

UNA DESPEDIDA CON TODOS LOS HONORES

Consciente de que tenía los días contados, Eva decidió escribir su testamento en junio. “Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y es, por lo tanto, mi última voluntad. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlo con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo que me quema el alma. Si Dios lo llevase del mundo a Perón, yo me iría con él”.

El testamento de Eva Perón

Se acercaba el final y el pueblo quería despedirla con todos los honores. El Congreso Nacional creó por ley la comisión pro monumento para construir un mausoleo en su honor. La construcción inició en 1954 pero se vio frenada por el golpe militar de septiembre de 1955. El 4 de julio de 1952, la CGT organizó un acto en el Luna Park y esa tarde tomó la palabra José Espejo. Evita no paraba de recibir apoyo y vanos deseos de recuperación, y esos días se sucedieron paros y misas a lo largo y ancho del país.

EL INMINENTE DESENLACE

El 18 de julio Eva entró en coma y hasta se llegó a llamar a su confesor, el sacerdote Hernán Benítez, pero inesperadamente logró recomponerse. También fueron consultados dos médicos alemanes, que le dieron el diagnóstico al presidente. De inmediato, el General ordenó preparar a los trabajadores para el cercano final. “La muerte es inminente”, le habían comunicado los especialistas. Una de las últimas personas que vio a Eva con vida fue su manicura, a quien ella le obsequió una medalla con su cara grabada. Comenzaba a desprenderse de sus objetos personales para entregarlos a los íntimos. “Estoy muy mal, Sarita”, se lamentó.

El 26 de julio llegó su empleada a las 7 de la mañana y Eva ya se encontraba despierta porque esperaba la visita de José Espejo. También asistieron dirigentes del Partido Peronista Femenino, a quienes también les entregó unos objetos personales. En ese momento, recordó su infancia y murmuró: “Nunca estuve conforme con esa vida; por eso me escapé de casa. Mi madre me hubiera casado con alguien del pueblo, cosa que yo jamás hubiera tolerado”.

Sus familiares se reunieron para acompañarla en la despedida y, de aquel momento, uno de ellos recordó unas palabras de Eva: “Me voy a descansar. Eva se va... se va”, momento en el que miró a su madre y dijo: “La flaca se va...”. A las 16:30, Eva aún vivía, pero un parte médico informaba que “el estado de salud de la señora Eva Perón ha declinado sensiblemente”. A las 20 horas, una cadena oficial comunicaba que estaba muy grave.

La llegada del cortejo fúnebre con los restos de Evita a la CGT

En esas últimas horas, la acompañaban el general Perón, su madre, sus cuatro hermanos y un grupo de dirigentes peronistas entre quienes se destacaban Renzi, Apold y Héctor Cámpora. También estaba el cardiólogo Alberto Taquini, que le tomaba el pulso para comprobar que aún estuviera con vida, y Finochietto, médico y amigo. Finalmente, Eva falleció a las 20:25. “Ya no hay Dios, no creo en Dios”, gritaba su hermano Juan. Apold escribió un comunicado para dar a conocer ante el pueblo el triste desenlace, pero no fue capaz de leerlo por la enorme tristeza que tenía. Lo hizo un locutor oficial: “Cumple la subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la república que a las 20:25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la nación”.

La serie muestra una discusión entre el General y la madre de Eva luego de su muerte. Sin embargo, como se indicó en Infobae en la nota ¿Qué es historia y qué es ficción en la serie “Santa Evita”?, la única controversia que existió fue con un grupo de dirigentes de la CGT, comandado por Espejo, que se presentó a las tres de la mañana en la residencia del Presidente para pedir que el velatorio tuviera lugar en la central obrera. Damián Ferraris, nieto de José Espejo, confirma esta versión, en base a las memorias que dejó su abuelo.

José Espejo, secretario general de la CGT, condecorando a Evita

DESPUÉS DEL FINAL

Pedro Ara era un reconocido médico español, que fue convocado para embalsamar a Eva. Su larga y difícil tarea comenzó por la noche y finalizó a las 5 de la mañana del domingo. Según testimonios de la época, el cuerpo había quedado tal como había sido y con un aspecto natural. Además, el peinador y la manicura de Evita fueron los encargados de estar en los últimos detalles para que la gente la viera con el aspecto impecable que siempre había lucido. Por la CGT pasaron las figuras más destacadas del peronismo, muchos de los cuales habían permanecido junto a ella a lo largo de la dura enfermedad, y el pueblo, que realizó largas filas de hasta 35 cuadras. Ara le insistió al Presidente para que el velatorio no durara más de 15 días ya que, de lo contrario, su trabajo se vería comprometido. Finalmente, el 10 de agosto culminó el velorio y los restos de Evita descansaron en la Confederación General del Trabajo.

En sus últimos días de vida, Evita les dijo a sus íntimos: “Es mi fin en este mundo y en mi Patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias”. No se equivocaba porque, después de 70 años, sigue presente, y aunque muchos quieran diferenciar a Evita de Perón, en las villas de emergencia, en los barrios obreros, en las fábricas y en todos lugares humildes de la Argentina, el recuerdo de ambos se mantiene unido e inalterable.

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