Elisa Carrió no es -a esta altura de su vida- novata en casi nada. Pero si hay una actividad en la que debería tener un doctorado Honoris Causa, aunque no haya pasado por la Facultad de Periodismo, es en el uso eficaz para beneficio propio y exterminio ajeno de los medios de Comunicación. Lilita tiene más horas de vuelo televisivas que la mayoría de sus entrevistadores de turno. Y hace uso y abuso de esa situación.
De hecho, su clara oratoria, histrionismo y dicción altisonante fueron claves a la hora de ganar un lugar en el firmamento de las figuras conocidas de la política desde su llegada a esa galaxia allá por el 94, año de la reforma constitucional que acordaron Carlos Menem y Raúl Alfonsín en el mítico Pacto de Olivos y que la tuvo a ella como una de las constituyentes de Santa Fe.
Dicho esto queda claro que no tuvo nada de casual el desparramo de estiércol que hizo Lilita el martes pasado. La líder de la Coalición Cívica sabía exactamente hacia dónde apuntaba cuando abrió la puerta de la duda moral sobre los patrimonios personales y políticos de Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, Cristian Ritondo, Facundo Manes y Gerardo Morales. Operación de precisión quirúrgica que se delata no tanto por los nombres a los que apuntó sino, sobre todo, “los que silenció o protegió”, como bien reclamó en el almuerzo del PRO del viernes en Happening de Costanera, un indignado Ritondo mirando a la cara especialmente a Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli.
Testigos del momento fueron Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Humberto Schiavoni, Jorge Macri, Federico Pinedo, Fernando de Andreis y Federico Angelini, quienes optaron por un prudencial silencio para evitar que las esquirlas siguieran generando daño en la oposición.
Está claro que Carrió empezó su arenga bajo un paraguas político que no es novedoso. Empezó cuestionando a distintos referentes que a lo largo de los últimos años han tenido demasiada cercanía, según su gusto, con la estrella política del momento, el flamante ministro Sergio Tomás Massa.
Pero lo que podía haber quedado como una chicana más, continuó con un pormenorizado detalle patrimonial de algunos de sus objetos de lapidación pública. Desde los contratos conseguidos por la Constructora de la familia de Ritondo, pasando por un pormenorizado detalle de los domicilios de Monzó (uno en Pilar y el otro en Recoleta aunque como lo nombró por la calle donde se ubica muchos pensaron que era una propiedad en Montevideo) y culminando con un fusilamiento público a Rogelio Frigerio a quien no sólo acusó de tener testaferro, al mejor estilo de sus denuncias contra el kirchnerismo, sino “amante” (sic).
Aunque alguna vez haya parecido revolucionaria por su estilo, está claro que Carrió siempre fue una conservadora del interior. Sólo a una señora arcaica y cero deconstruída se le ocurre usar en público cuestiones de lecho para denigrar a una mujer como ella lo hizo. Pero, además, inauguró un antes y un después en la política argentina. Hasta el martes había una regla no escrita según la cual nunca se pegaba debajo del cinturón con cuestiones personales. Ambiente machista por excelencia, parte de los pactos de confidencialidad de los políticos de distintas vertientes y hasta enemigos públicos, eran mantener guardados bajo siete llaves los secretos de lecho que todos conocen y de los que hasta muchos se ufanan.
Carrió superó todos los límites. Y al decir de su tuit del miércoles “el camino tiene que ser la trasparencia” está claro que arrepentida no está.
Ahora bien, ¿qué hay detrás de esta jugada, por ahora inentendible, de Elisa Carrió? Para muchos el inicio de sus paritarias. Es decir, de la discusión sobre cuántos lugares expectables o asegurados en las listas de candidatos a diputados de todo el país le corresponderán a la Coalición Cívica el próximo año. Si bien los componentes de Juntos por ahora son los mismos, las cuotas partes de la fórmula de unidad en el 2023 seguramente va a diferir por varias razones.
Primero porque nada parece poder detener la interna entre halcones y palomas dentro del PRO. Es decir, ya ahí se va a necesitar calmar las ansias de ambos grupos. Después porque la Unión Cívica Radical viene agrandada después de la interna con Manes en Buenos Aires y con ganas de dar la pelea. El jujeño Gerardo Morales no piensa bajar bajar las banderas y, mientras empieza a recorrer sobre todo el conurbano, asegura que la UCR tendrá candidatos propios en la presidencial.
En ese contexto Lilita hace cálculos. Nadie parece poder asegurarle que su partido renueve todas las bancas que se le vencen el año próximo. Lilita supo hacerse pagar cash su acercamiento a Mauricio Macri. El blanqueo de imagen que le hizo Lilita al ingeniero logró que la CC formara un sub bloque de 14 diputados. Con la merma electoral del 2019 y algunos otros ajustes ahora Maximiliano Ferraro suma sólo 11, de los cuales siete terminan su mandato a fin del año que viene.
Hoy Carrió ya no vale lo que valía en el 2015. Pero si vuelve a erigirse en el péndulo de la transparencia, si vuelve a ganar protagonismo como aquella que no transa y que señala las bajezas de la política desde su pedestal y divide el bien y el mal no sólo entre sus enemigos políticos sino también entre sus aliados, quizás haya quienes estén dispuestos a pagar nuevamente el costo de su silencio.
Claro que si este fuera el objetivo hubo un doble error de cálculo. El primero tiene que ver con que la Lilita que el público compró siempre fue aquella que vociferaba ante las cámaras pero que después refrendaba en tribunales. Hasta ahora, que se sepa, ninguna denuncia se radicó en Comodoro Py por investigación de patrimonio de ninguno de los políticos de la órbita PRO denunciados.
La segunda es que no contó con que en estos años le salió una contendiente pública a su altura. Alguien que tampoco tiene pelos en la lengua y que, a pesar de ser más saltimbanqui que Massa (montonera, menemista, delarruista, macrista), logró a la luz de las encuestas de imagen que la sociedad borre su pasado y compre de su mano futuro: Patricia Bullrich.
Fue justamente otra mujer la que, por primera vez, le puso un freno a ¿las amenazas?, ¿extorsiones?, ¿locuras? o ¿simplemente verdades? de Carrió.
Con su comunicado como Presidenta del PRO, Pato consiguió no sólo elevar el tono de la discusión y quedar como la defensora de todos los atacados, sino que logró alinear al resto de la oposición detrás de su postura. Todo un éxito para alguien a quien ya no controla ni el propio Macri y que está dispuesta a todo con tal de no dejar pasar su oportunidad.
Lilita alegó en su relato tener el visto bueno de Macri para decir las cosas que dijo. Si es así el ingeniero la habría dejado pagando. Sí es cierto que después de largo tiempo de distanciamiento Mauricio y Carrió volvieron a hablar. Y como en esto Lilita es a todo o nada, es posible que algunas charlas íntimas de cosas del pasado la hayan terminado eyectando a Lilita en público.
Tan cierto que Macri siempre gana ante la destrucción. Y que en el berenjenal en el que está atomizada la oposición él se erige en el rey. Macri ganó en Boca cuando todo estaba destruido. Ganó la ciudad de Buenos Aires cuando se derrumbó con su ayuda Ibarra. Para el 2015 se dio cuenta que por destrucción no llegaría a la Presidencia y por única vez construyó y de la mano de Monzó acercó al radicalismo y a la CC. Pero pasaron cosas. Es posible que el ingeniero quiera volver a las fuentes.
En términos políticos está claro. Mientras debate consigo mismo si ir a Qatar a ver el Mundial entero porque su rol en la FIFA no sólo le habilita entradas para todos los partidos sino una excusa creíble ante la gente, sigue minuto a minuto e incentiva a través de sus economistas la presión devaluatoria del mercado.
Mauricio se ve nuevamente presidente. Pero necesita que el peronismo haga antes de su planeado regreso el trabajo sucio. Una devaluación fuerte es hoy para Macri su vía de acceso más directa a su posible regreso.
Bonus Track
Como dijimos en esta columna el domingo pasado, el mayor peligro para Sergio Massa no son los vetos de Cristina sino los intentos de manzurisación de su persona que haga Alberto Fernández
El primer intento fue fallido. El ministro estaba enfrascado el martes en el canje de deuda en pesos del fisco, cuando vio que se había comunicado oficialmente desde Casa de Gobierno que asistiría a un acto junto al Presidente pero Massa lo dejó plantado y en su lugar mandó a Tombolini.
La segunda manzureada de Alberto fue el jueves. El Presidente apareció en la reunión de gabinete. Una hora tarde, o a la hora Alberto, pero apareció.
Por lo que dicen en su entorno el kirchnerismo no entorpeció a Massa ni siquiera cuando desplazó al defendido Federico Basualdo de la subsecretaria de Energía. Pero los diálogos con Cristina Kirchner, Máximo Kirchner, Axel Kicillof y Augusto Costa son cotidianos y varias veces al día.
La comunicación que sí volvió a desaparecer es la de Alberto con Cristina. No porque se hayan vuelvo a pelear sino porque con los últimos movimientos y con Sergio Tomás de pivote entre ambos las cosas parecen empezar a funcionar.
Esta semana Massa logró algo inaudito. Que el miércoles todos los diarios titularan positivamente ante el canje de deuda en pesos. La alegría duró poco: el 7,4% de inflación fue el número fatídico de la semana. Y el récord de los últimos 20 años.
En un mes tendremos por primera vez el índice de precios según la receta de Sergio Tomás.
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