Me eduqué en una sociedad que admiraba la sabiduría y actualmente vivo en una donde sólo se respeta el tener, la posesión. Me aburren los que se sienten vencedores por haber acumulado fortuna, esos que sólo esperan el momento de comunicar cuánto juntaron, cuánto tienen y -en ese número desmesurado- explicar por qué se sienten superiores y se saben vencedores. Uno que me mostraba su enorme pileta de natación explicando que estaba todo el año climatizada, ante mi pregunta sobre su pasión por el agua respondió con soberbia: “No me metí nunca”. Que de eso se trata la riqueza de los intermediarios, ésos que no se realizan en los bienes que generan sino en la que se apropian. Los que asesinaban, de ambos bandos, nunca hablaban sobre sus logros ya que no estaba bien visto hacerlo. Algunos, sin embargo, lo contaron con un poco de vino encima. Eso mismo sucedió con las coimas, que se volvieron institucionales con las privatizaciones, que ganaron espacio con el último golpe a sangre y fuego para destruir los logros de nuestros mayores y generar esta estructura de hoy, donde la dependencia económica se convierte en cultural.
La destrucción de nuestra sociedad se inicia en el último golpe, los que dicen “setenta años” son delincuentes intelectuales, de esos que no soportan la democracia. Esos payasos bien pagos intentan echarle la culpa a Gelbard, como si la crisis surgida por la muerte del General Perón fuera la causa de los miles de desaparecidos, el cambio de la matriz industrial por la financiera, la desmesurada deuda y la derrota militar. Son tan carentes de dignidad como exuberantes en imaginación.
El mundo fue arrasado por el dinero, las naciones se fortalecieron al imponer sus normas mientras que los débiles y desorientados, como nosotros, terminamos convencidos que esa decadencia era el precio de la modernidad. No soy marxista, pero eso no impide que comprenda a las burguesías a partir del origen de sus ganancias. El agro es tan productivo como conservador, en Estados Unidos venció el norte, la industria se impuso y desarrolló un imperio. Los pueblos exigieron chimeneas, sus obreros gestaron conciencia colectiva y justicia distributiva. Entre nosotros, la guerrilla y sus marxistas de cafés nacieron en las universidades de los sesenta, mucha lectura y nada de esfuerzos, sólo engendraron dictaduras y fracasos. Los industriales fueron siempre nacionales y de avanzada, todo esto termina cuando surge el poder de los intermediarios, los bancos y las privatizadas, muy anticomunistas como todo parásito asustado por los demonios que engendra y que son el fruto de esa misma matriz.
La aparición del nuevo ministro de Economía suena complicada, pareciera representar intereses que se necesitan para corregir un fracaso y, por otro lado, está el sueño de una candidatura que le impediría obedecerlos. Reaparece Domingo Cavallo, como si todavía tuviéramos propiedades para regalar, vender a precio vil o desnacionalizar. Lilita Carrió describe con lucidez la corrupción que atraviesa toda la clase política, un discurso moralista y republicano al lado de sus sponsors, Mario Quintana y Mauricio Macri. Hablar de ética y moral defendiendo a los propulsores del endeudamiento y la concentración es como convocar a la paz mundial con el auspicio de Putin. Un Vaca Narvaja reivindica la traición de la “contraofensiva” mientras el hijo hace papelón en China. El fiscal desnuda un sistema de corrupción con exceso de impunidad, los oficialistas dicen que es falso porque lograron la foto de un equipo de fútbol. Al Presidente intentan limitarlo al protocolo y se les duerme. Los economistas se esmeran en explicar que el fracaso no se debe a la concentración económica y a la injusticia distributiva sino a la variante regulada del dólar y a los subsidios de los caídos. Todas propuestas e iniciativas de un modelo que puede ser peor que el actual.
La palabra “peronismo” sirve tanto para un lavado como para un fregado como solían decir nuestras madres. Un empleadito de los bancos explica que la crisis la trajo Yrigoyen al votar, otro empleadito mejor clonado explica que fue el peronismo. El más ladrón de los ladrones contrata un experto de Bologna que explica que la culpa la tuvo el Santo Padre, que los jesuitas inventaron a Fidel Castro y que los únicos buenos son los muy ricos que le pagan con generosidad por las pavadas que escribe. Hay sicarios de todo tipo. Despreciar la fe del otro implica hacerlo con su persona, un poeta mediocre vendió libros cuestionando la religión ajena, jamás apoyaría una agresión, tampoco la provocación de algunos personajes muy menores que se sienten minoría lucida por solo creer en el becerro de oro y hacer negocios ofendiendo las creencias ajenas.
La genialidad de los Kirchner fue invitar a la izquierda a que se enriqueciera sin dejar de ser de izquierda, y que cuando se las vean feas se refugien en los derechos humanos, el peronismo y los humildes. Disfrazarse de peronista es el precio obligado para arribar a un carguito, asumirse de izquierda es el costo de inventarse un pasado que no se tuvo para aferrarse a un presente que no les corresponde y declararse liberal es la manera de darle toda la importancia al dinero, a la práctica del golf y a la propiedad en Miami.
Las creencias son disfraces mientras las ambiciones son compartidas, y las prebendas encuentran a casi todos los exitosos en lugares comunes hermanados por la complicidad. Participan todos de los logros individuales y los daños al pueblo que debían conducir y solo se ocuparon de parasitar. Algunos ven la salvación en Macri y en la fuga de capitales asociados al FMI que exigen una ceguera agresiva; otros tienen su fe depositada en Cristina, los cuadernos y las licitaciones les parecen detalles del enemigo. Ninguno de ellos nos permite una salida, con ambos vamos a terminar muy mal. Quedamos los restantes, los que carentes de dogmas intentamos razonar, los que sabemos que la decadencia tiene solo cuarenta y seis años y que se puede y se debe revertir. Hacer cambios sería tocar intereses, los de Cristina y sus socios o los de Macri y los suyos, porque ambos comparten la expoliación a los humildes. Revertirlo sería digno de la política con mayúsculas, que ya vendrá en su momento, pronto, ya esto no resiste más.
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