El rechazo al aborto legal en 2018: un hecho que tomó por sorpresa y una oportunidad perdida

¿De dónde salió la fuerza para resistir una agenda que parecía arrolladora? Un fenómeno de resistencia nacional, federal, que no fue debidamente analizado

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El rechazo a la legalización
El rechazo a la legalización del aborto en el Senado, el 8 de agosto de 2018

Muy de vez en cuando, un suceso social va a contramano de las expectativas generales y provoca un vuelco político que toma por sorpresa a la opinión pública. Esto es lo que sucedió hace cuatro años, cuando el 8 de agosto de 2018, el Senado rechazó la ley del aborto legal que luego terminaría siendo aprobada a finales de 2020, mediante un tratamiento exprés concertado en el contexto de un confinamiento forzoso.

Pero, ¿de dónde salió la fuerza que logró evitar el aborto legal en 2018 y que rompió con la inercia del futuro feminista obligatorio e inexorable? La relevancia cultural de este fenómeno nunca fue debidamente abordada más que por los preconceptos de sectores interesados, con sus consabidas lecturas simplistas y adjetivaciones agotadoras.

LA ÚLTIMA RESISTENCIA NACIONAL, POPULAR Y FEDERAL

El movimiento “celeste” se hizo de abajo para arriba. No se diseñó en agencias publicitarias, no se catapultó desde los medios de comunicación más importantes, no lo abrazaron las celebridades de moda. Tampoco tuvo a los principales referentes de los partidos políticos a su favor; por el contrario, los tuvo operando en su contra.

El movimiento pro-vida fue una reacción popular porque nació del buen sentido del argentino que no se dejó amedrentar por el bombardeo sentimentalista y eligió mirar la realidad con honestidad. De esta manera, supo discriminar entre las dificultades inherentes al embarazo no deseado y el respeto a la vida intrauterina que –aunque sea menos visible- no es menos “realidad”.

Nació de mujeres y hombres que no se dejaron embaucar por el presupuesto de que existía una guerra entre ellos, Ya que cuando los hombres y las mujeres reconocen la dimensión social de toda circunstancia humana, como lo es el embarazo, se saben igualmente comprometidos a abrazarla.

Fue posible también por trabajadores sociales de vocación y profesionales de experiencia que priorizaron la verdad de su ciencia frente a su politización exacerbada. Fue el producto de todos los testimonios que se levantaron contra el aplauso fácil y el silencio conveniente en un debate que se proponía falseado y se imponía quebrado.

Fue, además, la consecuencia de un torbellino federal que reconoció en el ser más indefenso la humanidad de una patria lastimada. Fue un sentimiento que creció contra la virulencia y la arrogancia de un progresismo que se coronó a sí mismo como soberano moral, haciendo uso y abuso de dolores reales y compartidos, provocando así una ideologización indebida de las vulnerabilidades.

Fue un arrebato de identidad contra una forma implantada y desnaturalizada de contemplar la vida. Por eso, el himno se hizo imperativo en cada marcha; y en cada acto, las banderas argentinas se amalgamaron con naturalidad al color celeste que pasó a simbolizar la defensa de las dos vidas.

Y, aunque parezca incorrecto admitirlo, nació con la asistencia de la certeza religiosa, que es más certera que cualquier filantropía con sello extranjero. Por eso, también hizo su fuerza en el compromiso cotidiano de las iglesias que cohabitan con los más carenciados, y que en su hacer silencioso y perseverante son la contracara de la buena conciencia cosmética.

POLÍTICOS E INTELECTUALES IGNORARON EL FENÓMENO

Al ignorar la naturaleza de este fenómeno, la clase política e intelectual, que es hegemonía en las universidades nacionales y marca los grandes rumbos en cada gobierno, perdió también una gran oportunidad para sí misma y para el país.

De haber adoptado la postura de la mayor parte de su electorado, Juntos por el Cambio habría podido ser la bandera de las objeciones del hombre común olvidado por un progresismo que se prueba cada día más decadente. De reconocer la raíz cultural que corroe el sentido común y compromete también a las ideas económicas y políticas, la actual oposición habría accedido a una identidad verdaderamente contestataria sin devaluar su propuesta política, percibida luego por muchos como oportunista y endeble.

Fue también una oportunidad perdida para el peronismo. De haber considerado la intuición del pueblo profundo contra los vicios intelectuales que tomaron su movimiento, habría podido sacar a relucir la fibra de su doctrina originaria, que supo elaborar con justeza la denuncia de las imposiciones foráneas, además de denunciar el sinfín de nuevas zonceras. Habría visto que partiendo del más pequeño de los argentinos podía iluminar la importancia del valor y el compromiso comunitario contra los presupuestos más extremos e inmorales de las sociedades liberales.

Pero sobre todas las cosas, fue una gran oportunidad perdida para la Argentina, que a pesar de todas sus desdichas y miserias, podría haber blandido los principios humanistas que el siglo XXI necesita. Porque en el cuerpo enredado del niño que crece en el vientre cabe entera la dignidad humana que vemos transgredirse día a día. Su realidad concreta inquieta e incomoda especialmente al hombre contemporáneo: el feto humano se ha convertido en el último baluarte de algo que ya le resulta irreconocible.

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