Se ha generado alguna polémica ante el posible traslado a la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay de los restos mortales del presidente Arturo Frondizi, que desde su fallecimiento en 1995 descansan en el cementerio de Olivos. La intención sería colocarlo junto a las cenizas del general Justo José de Urquiza en la Basílica Inmaculada Concepción. La noticia tomó estado público por un artículo del periodista Claudio Negrete, en el que se cuestiona ese traslado, afirmando que “en la Argentina los muertos ilustres no descansan en paz, [son] manipulados para satisfacer deseos de los vivos”. Ante esto, reaccionó Diego Seghetti Frondizi, nieto del Dr. Frondizi, explicando por qué dio su consentimiento al traslado de los restos, lo que se supone fue en respuesta a un pedido de las autoridades políticas de la ciudad entrerriana.
En el fondo, esta cuestión pone sobre la mesa el siempre controvertido tema del lugar en el que deben descansar y cómo deben ser tratados los restos mortales de los próceres.
Corresponde que las figuras de la historia sean consideradas más allá del valor que nos merezcan por su actuación. Fueron protagonistas de la vida del país y por eso la sociedad tiene que asumirlos como propios. El bochornoso trato del cadáver de Eva Perón nos tendría que haber servido de lección para comprender cómo una sociedad madura éticamente, debe respetar a sus muertos. Sobre todo a aquellos que han tenido mayor trascendencia. Igual juicio de valor corresponde expresar en relación a la repatriación post mortem de Juan Manuel de Rosas.
Este tema se puede abordar jurídicamente pero, tratándose de personalidades de trascendencia histórica, hay que hacerlo también desde otras perspectivas. Sobre este tema, el Código Civil y Comercial (art. 61) establece: “...en caso de que la voluntad del fallecido no ha sido expresada, o ésta no es presumida, la decisión corresponde al cónyuge, al conviviente y, en su defecto, a los parientes según el orden sucesorio, quienes no pueden dar al cadáver un destino diferente al que habría dado al difunto de haber podido expresar su voluntad”. El extremo exigido en la ley ha sido debidamente cumplido toda vez que fueron sus familiares quienes, hace 27 años, resolvieron que Arturo Frondizi descansara en la cripta familiar del cementerio de Olivos. Un hecho desconocido es que la historiadora Emilia Menotti trabajando con Frondizi en su biografía, dice que éste le confesó que sabía que cuando falleciera iba a estar un par de años en la bóveda de su esposa pero que su deseo era que sus restos estuvieran en el cementerio de La Recoleta.
La situación de los restos de Frondizi debe ser considerada a partir de lo que representa como figura histórica, objetivamente y no desde lo que él opinara en torno a determinados hechos y personajes históricos como el general Justo José de Urquiza cuyas cenizas reposan naturalmente al igual que los de su cónyuge y sus padres en la basílica de Concepción del Uruguay, templo en cuya construcción y ornamento mucho tuvo que ver el primer presidente de la Confederación.
Cuando la Argentina pidió a Uruguay la repatriación de los restos del general José Rondeau y a Perú los del general Mariano Necochea, les fueron negados porque a pesar de que ambos se batieron valientemente por la defensa de nuestra patria, los países en que hallaban depositados los valoraban como activos participantes de su propia historia.
No se trata de negar los derechos que asisten a los descendientes de Frondizi, sino de llamar la atención en torno a las consideraciones tan subjetivas como de imposible verificación en las que se sostienen. Si bien las valoraciones de su nieto, cuya legitimidad no se discute, deben ser tenidas muy en cuenta, hay otras cuestiones que corresponde atender antes de tomar la decisión de trasladar los restos, como es la posición de los propietarios del sepulcro de Olivos en que se hallan actualmente, es decir la familia Faggionato: ellos también deben autorizar la salida de la bóveda de su propiedad. Por último, la misma Municipalidad de Vicente López que es la que debe autorizar el traslado desde el Cementerio a Entre Ríos, porque por la ordenanza 22.449 asumió una responsabilidad de custodia de los restos mortales del presidente.
Arturo Frondizi fue un hombre de acción y un intelectual. Allí están sus libros, discursos y mensajes presidenciales. Su vida fue austera y, aunque católico, ajeno a la hipérbole de los homenajes como el de un entierro suntuoso. No me anima polemizar en un tema de tan delicada naturaleza y menos aún herir un sentimiento familiar. Pero me permito terciar en este intercambio público de opiniones como vecino, como ex Defensor del Pueblo y Presidente de la Asociación Amigos del Museo y Archivo Documental de Vicente López. Estoy convencido de que como sociedad tenemos la responsabilidad de cuidar y defender nuestro acervo cultural y espiritual, que incluye a nuestros muertos ilustres, tanto por su valor moral como histórico.
Nuestra ciudad honró institucionalmente a Arturo Frondizi designando con su nombre a su gran Centro de Convenciones, un moderno espacio ubicado en el Paseo de la Costa frente al río, con capacidad para albergar más de 1.000 personas. El entonces intendente radical, Enrique García, homenajeó a quien fuera su correligionario y luego adversario político, destacando su condición de estadista y su compromiso por la unidad de los argentinos. Y, por último, porque la Municipalidad de Vicente López asumió la responsabilidad de hacerse cargo de la conservación de la bóveda y, en consecuencia, de la custodia de los restos mortales del Presidente constitucional que marcó, sin duda, una importante página de la vida política argentina en el siglo pasado.
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