Feminista en falta: Olivia Newton-John y las chicas malas

La Sandy de “Grease” murió esta semana y se reflotaron algunos cuestionamientos contra la película que marcó las adolescencias de todas las generaciones que siguieron. Sin embargo, la fábula sobre la amistad y la solidaridad femeninas –y sobre la presión en los grupos de varones– sigue tan vigente como el permiso para ser incorrectas que nos dieron Olivia y la Rizzo de la actriz Stockard Channing

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John Travolta y Olivia Newton John, durante el rodaje de Grease (EFE)
John Travolta y Olivia Newton John, durante el rodaje de Grease (EFE)

Nací en el año en que Olivia Newton-John y John Travolta bailaron perdiendo el control por primera vez al ritmo de The one that I want, pero eso no importa: todas las generaciones que vinimos después –incluida la de mi hijo– aprendimos varias reglas básicas del romance con esa película. Con mi amiga Paula la vimos a los nueve o diez años: soñábamos con vivir en los cincuentas y ser rubias y perfectas como Sandy Olsson, vestidas con colores pastel y esos cuellitos cerrados y redondos.

¡Sandy era buena hasta para rebelarse, con esos rulos impecables y las piernas larguísimas y apretadas en los mejores pantalones de cuero de la historia! Pero aunque cantábamos a los gritos Hopelessly devoted to you cada vez que nos gustaba algún chico, yo sabía secretamente que iba a parecerme más a Betty Rizzo (Stockard Channing); descartados el rubio y la perfección, ella era cínica y graciosa, inteligente y rebelde, incapaz de la autoconmiseración y el victimismo, la morocha a la que llamaban por el apellido. A eso al menos podía aspirar: ninguno de los trajes de Sandy me iba a quedar bien jamás.

Y sin embargo, aprendí a entenderla y a identificarme con ella igual que lo hace Rizzo en la película. Para muchos, Grease es una comedia romántica, un musical imperecedero aunque esté atado a todas las convenciones no sólo de la época en la que fue hecho, sino de la que recrea. Para mí es también una fábula sobre la amistad y la solidaridad femenina y sobre cómo a veces los varones buenos pueden ser desagradables, medio tarados, y hasta peligrosos en grupo.

Sandy conoce a Danny Suko un verano, y él es “tan adorable como un chico puede ser”. Pero en el relato de Danny para sus amigos al volver a clase, él conoció a “una chica que estaba loca por él”. Hace unos años, exactamente cuarenta después del estreno que catapultó a Newton-John a la fama, algunas feministas revisitaron la trama y encontraron un rosario de motivos para cancelarla: machismo, violencia y homofobia, además de un elenco no diverso. Empezando por esa canción –Summer Nights– y el pegadizo estribillo que, traducido, dice algo así como “Decime más, ¿qué tan lejos llegaste?, decime más, ¿se resistió acaso?”.

Una escena de la película Grease con Olivia Newton John y Stockard Channing (Especial Grease)
Una escena de la película Grease con Olivia Newton John y Stockard Channing (Especial Grease)

Los adalides de la corrección política dieron su veredicto –irrevocable y categórico, como son la mayoría de los juicios basados en la supuesta superioridad moral de quien dictamina–: aquel Tell me more era una oda encubierta a la violación, donde resistirse o decir “No”, no sólo no significaba negarse, sino que era dejar la puerta abierta. Una chica decía que no porque era lo correcto en una sociedad que penalizaba el placer femenino y el sexo, no porque quisiera. Un varón encontraba en ese no la promesa de una novia buena –de una chica “de su casa”–, y por eso buscaba más. Que el varón no quisiera avanzar también estaba mal visto: era cosa de gallinas, el peor mote para esa banda que probaba su masculinidad coqueteando con la muerte en autos a toda velocidad. Y es que el machismo no sólo es un peligro para las mujeres.

También hubo quiénes señalaron que el planteo central obliga a las chicas a sexualizarse para que los varones las quieran, y que es una moraleja pésima que Sandy deje atrás su apariencia recatada –con sus vestiditos y su canesú– para gustarle al bravucón de Danny Zuco. “Da la falsa idea de que las mujeres tenemos que cambiar para agradarle a un hombre”, dijeron, con indignación revisionista.

El problema, como siempre, es ver apenas una parte de la película para sacar conclusiones. Y también creer que negar la realidad puede servir para cambiarla. Los espectadores siempre supimos que Danny estaba mintiendo para cuidar su reputación de macho recio y que Sandy necesitaba hacer lo propio para caer bien entre sus nuevas compañeras de colegio. Por eso digo que, en el argumento, la dinámica –y la presión– de los grupos es tanto o más importante que la historia de amor.

Trailer de Grease

Era bastante obvio, incluso para Paula y para mí con diez años, que los amigos de Danny eran cualquier cosa menos sensatos, y aunque igual suspirábamos por los chicos malos, la diferencia de Grease frente a versiones anteriores del mismo estereotipo era que, en lugar de sacralizarlos como rebeldes sin causa, ahora estaban expuestos en su ridiculez. Y de cualquier manera, las preguntas de los T-Birds, así de engominados y absurdos, no eran tan distintas de las que se repiten todavía en muchos grupos de varones que posan de deconstruidos.

Para dos preadolescentes como éramos, sí era una lección crucial entender que Rizzo y Sandy tenían en común mucho más de lo que parecía. Las supuestas némesis eran en realidad alter egos, unidas por el deber de ser lo que se esperaba de ellas, igual de impotentes en sus estrategias –ser la vulnerable o la fuerte, la mosquita muerta o “la de carácter”– frente a un mundo patriarcal, que las prefería vírgenes y calladitas.

De nuevo, Grease tenía una enseñanza sobre eso que estaba lejos de ser machista. Cuando Rizzo tiene un atraso y cree que está embarazada enfrenta los rumores con una canción que es un himno, There are worse things I could do (“Aunque en el barrio piensen que soy vulgar y no soy buena, supongo que puede ser cierto, pero podría hacer cosas peores// Podría quedarme en mi casa todas las noches a esperar al señor indicado, darme baños fríos todos los días y tirar por la borda mi vida por un sueño que no se va a hacer realidad”). Y la única que se acerca a ayudarla es, por supuesto, Sandy. Las dos se ganan en ese instante el permiso para ser malas, y con ellas todas las chicas del planeta. Y ser malas es una bendición, porque nos aleja de los mandatos. Nos permite, justamente, salir de la corrección del deber ser.

Olivia Newton junto a John Travolta en Grease con un top ajustado y pantalones tiro alto
Olivia Newton junto a John Travolta en Grease con un top ajustado y pantalones tiro alto

En alguna de todas las veces en que volví a ver Grease, probablemente en la adolescencia, me convencí de que Rizzo se había hecho un aborto con ayuda de Sandy. Esta semana, conmovida por la muerte de Olivia Newton-John, la vi de nuevo y descubrí con sorpresa que todo se resuelve en una “falsa alarma”. Eso tiene un lado que también es positivo: la trama no castiga a Rizzo por su libertad sexual; de hecho, termina feliz y con su novio. Pero nadie me quita la idea de la sororidad entre ellas, tan grande como para acompañarse en la interrupción de un embarazo en los años cincuenta.

Hay algo más que me quedó claro al volver a ver la película: puede que Sandy cambie por Danny, pero es él el que cambia primero para gustarle a ella; se pone un cardigan de Rydell y les dice a los T-Birds que aunque signifiquen mucho para él, Sandy también. Lo que pasa es que la nueva Sandy se roba toda la atención, no hay espacio para ver lo que pasa con él con semejante presencia de Newton-John: ¿no podría ser otra mirada feminista esa? La chica australiana que entró al casting de costado, terminó por robarse la película.

Olivia, que murió el lunes pasado tras décadas de batallar contra el cáncer de mama –¿qué otra cosa podía llevársela a ella, la mujer que concentraba en una sola las dos caras más arquetípicas de la feminidad, la buena que sueña con ser mala, la mala que se esfuerza por ser la mejor de todas?–, lo dijo hace unos años en una entrevista con The Washington Post cuando publicó sus memorias (Don’t Stop Believin’, 2018), en las que habla también de su papel más recordado como “el cuento de dos Sandys”.

“Creo que la gente piensa demasiado (sobre el argumento de la película). Se trataba de elegir. Podés usar esos pantalones de cuero o un vestido hasta el piso. El empoderamiento viene de tomar tus propias decisiones y ser lo que querés ser –dijo Newton-John al Post–. ¡Es una historia de amor! ¡Es una película, por Dios! Fue hecha para entretener. Está ambientada en los 50. Las cosas eran diferentes entonces. Y la gente se olvida de que Dany también cambia: termina con una campera de cuero porque ve que ella se puso una. Así que los dos están tratando de complacer al otro, y no creo que haya nada de malo en eso”.

Y es cierto, es sólo una película y una historia de amor, pero también tiene el gusto de la liberación. Como dice la canción de los créditos: “No hay peligro y podemos llegar muy lejos si empezamos a creer ahora que podemos ser los que somos”.

Olivia Newton-John murió el 8 de agosto de 2022 tras años de batallar contra el cáncer. Tenía 73 años (Getty)
Olivia Newton-John murió el 8 de agosto de 2022 tras años de batallar contra el cáncer. Tenía 73 años (Getty)

Olivia, que se temió vieja a los 29 años para interpretar el protagónico que le cambió la carrera, que se quebró la pelvis por la metástasis –justo ella que bailaba mejor que nadie–, que fue despedida por su hija como un faro, como un lugar seguro, como su mejor amiga, pero también por señores anónimos que al recordarla con afecto no pueden evitar contar sus calenturas con ella, deja un mensaje más con su partida: la banda de los T-Birds todavía está muy viva y lo peor que podemos hacer es ignorarla bajo el manto de la corrección política.

Como sea, tiene razón ella, “es un poco tonto considerar tan en serio a una película de los 70 sobre los años 50. Sólo fue hecha para divertirnos”. Perdón, Olivia, le di demasiadas vueltas. Aunque supongo que podría hacer cosas peores.

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