Unicef publicó esta semana una encuesta sobre la situación que atraviesan muchos niños, niñas y adolescentes en todo el territorio nacional. Los números son desgarradores: más de un millón de chicos argentinos se privan de, al menos, una comida al día debido a los bajos ingresos de sus madres, padres o cuidadores. En otras palabras, más de 2 millones de hogares no perciben ingresos suficientes para solventar sus gastos corrientes y vitales, y la cifra aumenta un 52% cuando se trata de familias en donde uno de sus integrantes recibe la Asignación Universal por Hijo (AUH).
Deuda pendiente
Si bien es cierto que el crecimiento de la inflación nos acecha a todos los argentinos, resulta muy doloroso pensar que hay hogares en los cuales hay que elegir qué comida hacer. La inestabilidad laboral y los ingresos insuficientes en los hogares con hijos son determinantes ante esta situación, de acuerdo a la “Encuesta rápida sobre la situación de la niñez y adolescencia 2022″ de Unicef.
El informe, que relevó 1629 hogares de todo el país, arrojó cifras que ponen de manifiesto, una vez más, la inmensa deuda pendiente en materia económica, social y educativa que tienen los políticos y gobernantes con nuestros niños, niñas y adolescentes. Una deuda que crece cada día y abarca faltantes de insumos básicos para el desarrollo humano como comida, libros, útiles y ropa.
Necesidades básicas insatisfechas
Según este informe, también se redujo un 67% el consumo de carne y un 40% la ingesta de frutas, verduras y lácteos en la dieta alimentaria de los menores. La falta de nutrientes necesarios para el desarrollo tiene consecuencias directas en la salud de los chicos. A estos datos alarmantes se suma que los integrantes de uno de cada cuatro hogares dejaron de ir al médico o al odontólogo, y casi un 20% suspendió la compra de medicamentos en el último año.
Sin educación no hay futuro
El 50% de las familias encuestadas manifiestan que los niños, niñas y adolescentes finalizarán el nivel educativo en curso con menos aprendizajes de los que deberían haber logrado en lo que va del año, y el 50% de los adolescentes señala que los aprendizajes durante el presente ciclo escolar fueron escasos.
Este año todavía no hemos podido lograr que los jóvenes recuperen todos los contenidos perdidos durante el 2020 y el 2021, cuando los gobiernos nacional y bonaerense cerraron las escuelas, contribuyendo a que muchos chicos quedaran fuera del sistema educativo.
Profecía autocumplida
Se ha formado un círculo vicioso de pobreza estructural con necesidades básicas insatisfechas desde hace, por lo menos, tres generaciones. De esta manera, las perspectivas de mejoras en la educación o de oportunidades laborales parecen cada vez más lejanas. Se deben alinear las políticas sociales de la Argentina a modo de incentivo para impulsar a las familias hacia un sendero de mayor integración y socialización educativas, ya que sin necesidades básicas cubiertas difícilmente exista la contención para que nuestros chicos cuenten con los recursos necesarios para estudiar.
Asimismo, existe en la actualidad una importante brecha en la generación de capital humano, como consecuencia de los problemas en el acceso a la educación de calidad. Por un lado, hay jóvenes con un alto capital humano, lo que les permite insertarse en las cadenas productivas globales; y, por otro, jóvenes con una ausencia total del mismo, lo que dificulta la generación de valor y la obtención de ingresos estables.
Emerge, entonces, un imperativo material que acompaña el imperativo moral, que en cierto modo se retroalimentan entre sí. Es decir, debemos mejorar la calidad de vida y educativa de nuestros niños, niñas y adolescentes no solo porque es un deber en sí mismo, sino porque es necesario. El hambre, la deserción escolar y la falta de oportunidades también son problemas fundamentales para la creación de valor y riqueza, que elevarían la calidad de vida de toda la sociedad.
Es en este punto donde, como clase dirigencial -y me incluyo-, debemos dar el salto de calidad desde el diagnóstico a la acción. Debemos discutir más ideas y menos nombres; más objetivos y menos justificaciones; más proyectos a largo plazo y menos ideas a corto plazo. Como en muchos otros órdenes de la vida, la educación y el desarrollo social requieren de políticas bien diseñadas, ejecutadas y evaluadas que se sostengan en el tiempo, con apoyo político, legitimidad social y resultados socioeconómicos concretos.
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