“Es mi prócer favorito”. Esa frase sintetiza una nueva originalidad de algunos de nuestros políticos y tiene una doble intencionalidad: apunta a instalar una grieta entre próceres y también a desconocer la autoridad de quien nos legó el patrimonio geográfico sobre el cual construimos un destino común.
José de San Martín representó la fuerza, el vigor y la determinación en la conducción de los ejércitos patrios para la conquista del territorio de la futura Nación, y de la afirmación de su soberanía política. De esa soberanía el Libertador se hizo luego firme defensor ante el mundo en cada ocasión en que ésta fue amenazada.
Pero, en los tiempos relativistas que corren, usinas muy activas de deconstrucción cultural buscan asociar esa virilidad con la autocracia en implícita contraposición con lo que hoy se conoce como democracia, como parámetro para establecer una falsa grieta que ubica erróneamente a Manuel Belgrano en el lugar de la debilidad o la duda; porque la virilidad y la consecuencia interpelan a los políticos de hoy en su cobardía e inconstancia.
Actúan como si Belgrano hubiese sido un socialdemócrata contemporáneo con el cual hubieran podido convivir en mejores términos que con un San Martín, más interpelante, y al que por eso quieren encasillar en el lugar de un autócrata militar.
Paradójicamente, coinciden con Mitre quien, por razones ideológicas y hasta por celos personales respecto de glorias ajenas, redujo a San Martín al genio militar como si alguien pudiera serlo en ese campo sin haber sido esencialmente un genio político.
En esta versión de nuestra historia coincidieron el primer presidente electo de la etapa democrática abierta en 1983, Raúl Alfonsín, que privilegió a Belgrano como referencia patriótica, con Cristina Fernández de Kirchner, que hasta tuvo la desfachatez de decir: “Yo hubiera tenido algo con Belgrano…”
El belgranismo de Alfonsín tenía que ver con la idea de la supuesta superioridad de un heroísmo civil, alejado de los campos de batalla, como si la Independencia hubiese podido consolidarse sin ejércitos patrios o como si San Martín pudiese haber sido un talento militar sin ser a la vez un conductor estratégico y superior.
El belgranismo de Cristina respecto del Libertador es un espejo del evitismo de los Montoneros respecto de Perón: está fundado en las mismas razones, en una análoga ahistoricidad en la interpretación del pasado y, sobre todo, en el mismo desconocimiento de la autoridad.
A ambos les atrajo la supuesta debilidad de Belgrano en la que creen encontrar justificación para sus flaquezas. Una coartada para desertar de la defensa de los intereses estratégicos de la Nación.
Se busca instalar una grieta entre San Martín y Belgrano, como subterfugio para renunciar a banderas y principios, del mismo modo que no se cansan de promover el evitismo respecto de Perón, para disimular la traición a su doctrina.
Y así como el evitismo representa la traición a la memoria de la propia Evita, el belgranismo también representa una traición a Belgrano al que se quiere supuestamente ensalzar ya que éste no tuvo ni remotamente la misma confusión que tienen ellos respecto de San Martín. Como tampoco la tuvo Evita respecto de Perón.
“Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se acerca, porque estoy firmemente persuadido de que, con usted, se salvará la patria”, le escribió Manuel Belgrano a San Martín cuando supo que éste venía a hacerse cargo del Ejército del Norte. Y, en el máximo reconocimiento de la autoridad, le rogó: “Empéñese usted en volar, si le es posible, con el auxilio y en venir a ser no sólo amigo, sino maestro mío, mi compañero y mi jefe”.
Hay algo más en esta exaltación del presuntamente civil y demócrata Belgrano versus el militar autócrata San Martín. La negación del prócer que nos dio el territorio no es ingenua ni tampoco inocua. Se generan así antecedentes para que en la etapa actual se relativice nuestra soberanía sobre las islas Malvinas y ya hemos visto las iniciativas de quienes nos invitan en nombre de la modernidad y de lo pretendidamente razonable a renunciar a ese reclamo. Y en ese desconocimiento solapado de la soberanía e integridad territorial argentina son conniventes algunos referentes de la oposición con los del oficialismo.
El belgranismo implica una desvalorización indirecta del Padre de la Patria que alberga la intención de renegar del patrimonio geográfico que nos legó, y de su integridad, intención ya expresada por notorios opositores -respecto de Malvinas o a través de descaradas pretensiones secesionistas- pero que anida también en el oficialismo, como lo demuestra la desatención -cuando no la complicidad- manifestada ante los reiterados desafíos a la autoridad del Estado argentino en el sur.
La CGT no se queda atrás, al anunciar un acto de reclamos sectoriales en una fecha de una dimensión histórica fundante de nuestra Patria.
Estos usos del pasado para justificar el desdén con el presente y el porvenir del país confirman que carecemos de una dirigencia nacional.
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