Basta de improvisados

La colonización de nuestro cuerpo diplomático por parte de las más retrógradas usinas ideológicas debe cesar. La política exterior argentina, hace no tanto tiempo respetada por todo el mundo, está teñida por mal manejo y contenido en los países cuya opinión importa a los argentinos

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El embajador argentino en China,
El embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja

La semana termina, pero sigue siendo difícil pasar al olvido el enorme traspié protagonizado por nuestro embajador ante la República Popular China. Como se sabe, Sabino Vaca Narvaja decidió tomar partido públicamente por Beijing en el caso Taiwán, un conflicto de China con Estados Unidos completamente ajeno a la Argentina, que enfrenta gravísimamente nada menos que a las dos más grandes superpotencias del planeta. No importa si tiene razón o no, importa que no obró bajo instrucciones del Gobierno al que representa y que, con ello, metió por su cuenta a nuestro país en el centro de una tormenta perfecta en la que no tenemos ningún interés nacional en juego.

Desafortunadamente, no parece tratarse solamente del desliz propio de un embajador no profesional, que carece de suficiente experiencia diplomática. Así, desde la más alta autoridad se decidió exhibir la creciente metástasis de una alarmante matriz de incompetencia profesional con defectos ya escandalosos: conocida la boutade de Vaca Narvaja, el canciller Santiago Cafiero decidió intervenir usando el verbo “convalidando” lo actuado. Solo con ello, confirma que no habían existido instrucciones previas y el embajador se había cortado solo: si se convalida es forzosamente a posteriori, con anticipación no es posible. Menudo trabajo para Jorge Argüello, correcto embajador en Washington, donde nuestro flamante ministro de Economía se apresta a viajar para rogar por auxilios económicos y donde el presidente Alberto Fernández continúa procurando una ya más que devaluada entrevista con Joe Biden.

Desgraciadamente no se trata de un caso único. Hay varios embajadores políticos, todos devotos militantes del oficialismo, que vienen aportando lo suyo.

Hace apenas semanas, nuestro embajador ante Bolivia consideró apropiado terciar en el espinoso tema del avión venezolano/iraní, asegurando que se trataba de un avión-escuela que inocentemente sobrevolaba los cielos argentinos apagando su sistema electrónico de identificación y apareciéndose sin aviso previo. No se detuvo en explicar qué tiene eso que ver con nuestra relación con Bolivia, asombrosamente ocupado en aclarar que él se había enterado de la muerte de un ciudadano argentino en territorio boliviano -sin atención médica- recién cuando salió en los diarios.

Al respecto, el periódico Perfil informó que “tomó conocimiento del asunto (recién) cuando el mismo tomó estado público, casi cinco días después de la muerte del salteño Alejandro Benítez”. Y continúa Perfil: “El funcionario relativizó su responsabilidad, al declarar que ‘la jurisdicción que toma cartas en estos asuntos son los consulados, la embajada no tiene capacidad operativa’ aclarando luego que la embajada interviene para reuniones con el Gobierno”. Por lo visto, no en cosas tan menores.

A pesar de que todo el mundo sabe que la experiencia con Bolivia resulta históricamente muy mala en materia de atención de salud a los argentinos, que los hijos del ciudadano argentino denunciaron que la policía se quedó con el dinero que este portaba y el personal médico que debía trasportarlo exigió cobrar previamente sin aceptar moneda argentina, no se ha dado a conocer resultado alguno de la correspondiente investigación que debiera haber abierto la embajada argentina y exigido al gobierno de La Paz.

Inquirido por la prensa, Ariel Basteiro explicó: “No lo estoy justificando, pero hay que entender el sistema de salud boliviano”. Cabe preguntarse si a los senadores que le aprobaron su pliego como embajador todo esto no los llevará a poner más cuidado en el futuro: el pasaje de los candidatos por el Senado para revisar su idoneidad y representación es una adquisición reciente de la democracia argentina, con el propósito de garantizar la calidad de quienes nos representen en el exterior, sin importar el peso político que los acompañe.

Por su parte, en Venezuela, a nuestro flamante embajador Oscar Laborde, de antigua militancia en el marxismo prosoviético, cuando debió comparecer ante nuestro Senado se le inquirió acerca de si el régimen de Maduro respeta los derechos humanos. Y con gran soltura contestó que ”es un tema muy complejo para contestarlo por sí o por no”, aceptando que aparentemente en algún momento “había insuficiencia en el cumplimiento de los derechos humanos”.

Laborde conoce bien Venezuela: a finales de 2021 fungió como observador de comicios provinciales y de alcaldías y se encontraba allí cuando Maduro expulsó lisa y llanamente a los observadores de la Unión Europea por haber reportado irregularidades en ese proceso electoral. No se conoce informe u opinión del actual embajador a ese respecto. Y ya embajador, declamó, en pleno Legislativo venezolano, un incendiario discurso denunciando al imperialismo con un contenido absolutamente coincidente con el catecismo castrista de la década de los 70. Hay gente para la cual el tiempo no pasa. Vaca Narvaja no debe sentirse tan solo.

Apenas ayer, los periódicos de toda Sudamérica publican una foto del día anterior en que nuestro embajador Laborde aparece estrechando la mano del legislador venezolano Pedro Carreño que la semana anterior llamó públicamente “pelele, títere y jalabolas” al Presidente de la Nación Argentina. Definitivamente, esta gente practica una diplomacia rarísima.

En Nicaragua, hace pocos meses Daniel Capitanich participó de la asunción por cuarta vez consecutiva del muy “demócrata” Daniel Ortega como presidente de Nicaragua. Se hizo presente la flor y nata de la izquierda latinoamericana más violenta, con el cubano Díaz Canel como representante de la casa matriz. En tales compañías, al embajador argentino no pareció sorprenderse el estrechar la mano (acto protocolar en que obligatoriamente tiene que haber participado) de otro de los invitados al palco, Moshen Rezani, archiconocido ex jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica durante nada menos que 16 años y oficialmente requerido por la Justicia argentina por la causa AMIA. Capitanich no se habría dado cuenta, a pesar de que es de rigor que en casos como ese, de que se recabe previamente a las autoridades el nombre de quienes estarán presentes. Para peor, tuvo tiempo hasta casi 48 horas después para pedir a Interpol y a Daniel Ortega que cumplan el requerimiento argentino de detener a Rezani, que se quedó en cónclaves varios timoneados por Díaz Canel.

En la OEA, contamos con los aportes de Carlos Raimundi, otro embajador no profesional, que ha protagonizado varios desencuentros y rebeldías cuando las instrucciones de la Cancillería contra el régimen de Maduro no parecían coincidir con su opinión personal o del Instituto Patria. Y sin embargo continúa en su cargo, a pesar que tiene varias veces declarado que la OEA es un organismo de poco valor y su Secretario general, el uruguayo Luis Almagro, poco menos que un agente de los poderosos más malvados del mundo.

Gustavo Martínez Pandiani, éste sí diplomático con carrera en la Cancillería y en el Frente Renovador, a la sazón nada menos que Subsecretario de Asuntos de América Latina del Ministerio de Relaciones Exteriores, votó en la CELAC el ingreso de Nicaragua, Venezuela y Cuba y, cuando fue consultado sobre si, como ocurre en otros bloques regionales como el Mercosur, podría incluirse una cláusula democrática para los integrantes de la CELAC, eligió ilustrarnos de la siguiente manera: “Todos los países de la CELAC son democráticos, es justamente democrático aceptar todos los sistemas de gobierno. No hay aquí una mirada ideológica, sino unidad en la diversidad”. Una especie de garantismo diplomático con la Biblia junto al calefón.

La colonización de nuestro cuerpo diplomático por parte de las más retrógradas usinas ideológicas debe cesar. La política exterior argentina, hace no tanto tiempo respetada por todo el mundo, está teñida por mal manejo y contenido en los países cuya opinión importa a los argentinos, con la consiguiente pérdida de prestigio que ello acarrea. Pero además, de esta manera, con actuaciones como las relatadas, que ojalá no se repitieran, al desprestigio agregamos la peor de las cucardas: la humillación por incompetentes. La Argentina merece un destino mejor.

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