Se ha construido la idea de que la Argentina es un vasto lugar elegido para gloria de los cielos en América Latina. La gran inmigración de la persecución lo era, embarcada en un sueño de vida mejor oculto. Pero no quiso verse que el 70% de los habitantes hoy tiene genes aborígenes (hay trabajo prudente, reservado en el CONICET con el propósito de prevenir enfermedades inclinadas a determinadas herencias, con seres de gran belleza y de inteligencia garantizada).
Y no. No era así. No era el pueblo elegido de América. Ahora nos muestra los colmillos de la furia destructiva lograda a lo larga de una larga historia con períodos de bonanza y entusiasmo al tiempo en que empezaba a arruinarse, como aquellos niños que juegan a destrozar los juguetes.
Personajes empujados por un sueño delirante y el pueblo colgado del mismo sueño impidieron- a la vez- que se entendiera cuáles eran fortalezas y cuáles debilidades. Ahora, en la ciénaga que de algún modo habrá que solucionar o cerrar el país como cierra una tienda por quiebra. Es arduo empezar a entrever que no es solo el período reciente de unos veinte años, un naufragio, un líquido batido de nacionalismo, enamoramiento de la barbarie, simplezas entendidas como hallazgos filosóficos y económicos, indecencia. Han conseguido un límite cuyas notas más sonoras son la corrupción, el error aún con la fe política del ideologismo impenetrable a cualquier otra perspectiva, la falsedad, la violencia. Hay algo más allá de lo insoportable que expone a la Argentina en cualquier dirección de ahora que es superestructural y de identidad fuera de discusión. Algo.
Durante lo que ocurre en estos días, en este tiempo, ya no se bancan ni los protagonistas del poder entregados al canibalismo y en la aceptación de intentar salir y estirar. Al precio de sostener lo contrario de lo jurado hasta ayer, cambian el viento. Tal vez resulta como para poner de átomo la desestabilización de montaña rusa donde se habita y salvar la ropa, salvar el futuro como pueda. Un digamos “pensador” militante ha dicho: “Nos oponemos a todo ajuste, pero si es en nombre de lo popular y nacional estamos dispuestos a hacerlo”. Palabra más, palabra menos. Le pagan y todo, lleva con él unas tarjetas con cargos y responsabilidades llenos de jeroglíficos especiales para entendidos de rollo del palo.
Lo que ocurre – violencia criminal , inflación, mentira- no nació de un repollo histórico. Lo hemos logrado durante generaciones. Es la Argentina. Elegir mal, terminar mal, un conflicto cada veinticuatro horas, furiosas sectas inmensas – por el número y por las cabezas- que nunca paran. Un descalabro desnudo donde los dioses se deshacen y los líderes se tornan ridículos. Es desde siempre, tierra querida, cuya ruina ya no funciona como pretexto por obra y la voracidad de los imperios- de uno, en realidad- sin el ayudín de nosotros en cualquier generación y período.
La hipótesis algo agria no puede demostrarse o descartarse por reducción a la simpleza, pero real: la Argentina es el problema de la Argentina. La simpleza, o al menos lo evidente y negada, se ve sin microscopio intelectual. Se estudia en el mundo: desde la riqueza hasta la miseria en el mismo período que los Estados Unidos. De manera que tampoco corre el asunto de ser un país joven como adolescentes algo confundidos y apesadumbrados (aquí a los adolescentes, a los apesadumbrados, a los afligidos, a los viejos les importan nada los gobernantes).
Se dirá- clavado- que en todas partes pasan cosas difíciles. Y será cierto. Pero nuestra recurrencia es única. Una y otra vez los mismos errores. Otra vez a beber con extraños como en la canción de Chavela Vargas. La recaída. Una resbaladiza y difícil de admitir adicción y recaída.
Con el correr de las décadas, tiene efecto. La gran pobreza, el regreso del analfabetismo al primer país en erradicarlo en el la América española. Hace cincuenta años un coreano era muchísimo más bajo que un argentino. Un argentino actual es más bajo que un coreano. Son ejemplos capturados: alguien que no ha terminado en forma el secundario no tiene suficiente autonomía para prevenir y prevenirse de patologías de distinto tipo. Miren ustedes: menor autonomía. Millones de chicos del aún país dejan el colegio secundario después de los dos años o se los aprueba en nombre del igualitarismo y la abominable meritocracia de los irracionales como quien es arrojado al mar y que nade como pueda: ya se ha cumplido el deber de la igualdad imaginada de ese modo en sus sueños de opio.
Nos hemos vuelto más desconfiados y zafios, nuestro humor un poquitín melancólico y a tiro de sarcasmo ocupa el chiste brutal y su carcajada. Se habla en público en una lengua envilecida, y no se trata de que nadie sea Cicerón: no avergonzarse unos a otros alcanzaría.
En la delgada línea roja de la convivencia social, tiene mucho que ver el modo y los hechos que conseguimos. Somos nosotros mismos. Pero no digamos nada: que parezca un accidente.
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