¿Podrá Massa superar el síndrome Manzur?

La elección de su segundo y del secretario de Energía marcarán si el ministro impone realmente una nueva impronta al Gobierno o si termina deglutido por la interna

Sergio Massa, cuando presentó su renuncia como legislador ante el Congreso Nacional, antes de asumir como ministro de Economía (REUTERS/Agustin Marcarian)

Faltan solo dos nombres. El del futuro secretario de Energía y el del nuevo viceministro de Economía. Dos nombres cuya definición no sólo hablará del perfil que Sergio Tomás Massa le dará a su gestión, sino -fundamentalmente- revelarán si realmente el flamante ministro de Economía, Producción, Agricultura y Energía es el emergente de un nuevo equilibrio en el poder o la fase agónica y final de un gobierno neutralizado.

Massa asumió con aires festivos pero sabe que camina sobre un campo minado. Como dijo un gobernador ante sus pares hace unos días, intentando tranquilizar a quienes desconfiaban de darle tanto poder a un ex peronista: “No jodamos muchachos, que no le estamos dando un premio, lo estamos nombrando síndico de la quiebra” (sic).

Contra todos los pronósticos el primer escollo Massa no lo encontró en Cristina Kirchner sino en Alberto Fernández. Quiso nombrar a Federico Bernal como nuevo secretario de Energía y el Presidente lo vetó. Después deslizó la posibilidad de que Gabriel Rubinstein sea su viceministro -en un obvio guiño al mercado para recuperar los dólares que no hay- y su Whatsapp se llenó de capturas de pantalla de las lapidarias críticas al Presidente y a la vice que había hecho su elegido -no hace diez años- sino hace escasos días.

Cómo sortee el ministro estos obstáculos iniciales será clave para poder predecir, en parte, el futuro. “No quedes entrampado entre uno y otro. Mirate en el espejo de Manzur”, le dijo ayer a Massa un integrante del elenco ministerial haciendo referencia al apunamiento que sufrió el ex gobernador Tucumano ni bien llegó a la Casa de Gobierno.

El presidente Alberto Fernández y Sergio Massa

Manzur venía con todo el ímpetu, cambió los horarios de la administración, hizo amanecer a los ministros bien temprano, y en menos de dos meses trocó de Rey de la Selva en gatito mimoso. Sus reuniones matutinas se volvieron cada vez menos concurridas y terminó enterándose de las novedades del gobierno por los diarios. Alberto se las ingenió para neutralizarlo absolutamente.

¿Celos, desconfianza, inseguridad, puja de poder? La pregunta es más pertinente para un psicoanalista que para un analista político. En rigor lo que sucedió es que Alberto decidió seguir recostándose en su hombre de confianza, Santiago Cafiero. A punto tal que los ministros fueron obligados a enviar sus novedades antes a cancillería que a la Jefatura de Gabinete. Incluso sus agendas.

La simbiosis de Alberto con Cafierito, como le dicen sus detractores, es preocupante. Y casi idéntica a la que tenía Mauricio Macri con Marcos Peña. El líder del PRO, a pesar de las advertencias, nunca removió a Peña del poder y recién se lo sacó de encima con la derrota del 2019.

Alberto eligió un camino bien ambiguo (o albertista) lo corrió en lo formal pero lo ratificó en lo cotidiano. A tal punto que el canciller es el único acompañante de peso que llevó el Presidente a Colombia este fin de semana. Ni Eduardo Valdés, ni Vitobello, ni la vocera, ni otros ministros fueron invitados.

Para el Presidente, Cafiero -que en términos políticos personales no le llegó ni a los talones a su abuelo Antonio, el ex gobernador, líder de la renovación y Presidente del Partido Justicialista- porque perdió todas las internas en San Isidro, su pago chico, es “parte de la dinastía del poder en Argentina como los Kennedy en Estados Unidos” (sic). Esa comparación tan pretensiosa como patética la hizo el Presidente varias veces ante diferentes interlocutores del poder dejándolos atónitos y por ende mudos.️

Pero cada vez que Alberto necesita recuperar su autoestima recurre a Cafiero. No es poco mérito para el canciller. Una especie de acompañante terapéutico que no estaría mal si, además, no se creyera un estadista y actuara en consecuencia en los oídos presidenciales, según cuentan —y lamentan— los mismísimos amigos del Presidente.

La vicepresidenta Cristina Kirchner (Reuters)

Con todas estas barreras deberá lidiar ahora Massa. Insólito pero real a las variables económicas que marcan el peligro, sobre todo por el nivel de reservas en el Banco Central y por la puja devaluadora que persiste en el mercado, el ministro también deberá cuidar los egos y las formas.

El factor Cristina también existe. Pero en los últimos dos años Massa, como describimos aquí el domingo pasado, hizo un doctorado en kichnerismo. Adoptó sus códigos y tiene claro cuales son los intereses de la vicepresidenta. Es obvio que Energía es uno de ellos. Pero CFK le dio en esto vía libre después de dejar claro cuál era el plan. En el Senado nadie come vidrio. Saben que hoy lo principal es calmar la tensión financiera. Y que para eso hay que dar señales.

Mientras la tarifa social en los servicios públicos no se toque, se le asegure a la mayoría de usuarios que se inscribió para pagar menos, que tienen 400 kv de consumo a precio subsidiado (los K habían pedido 500 y Massa negoció el tope de 400) y se contemple el tema de los pequeños y medianos comercios (un tema que aún se está analizando pero que tiene obsesionado a Máximo Kirchner), los electrodependientes y las zonas de clima desfavorable, el kirchnerismo está dispuesto a ceder nombres, de acuerdo a lo que dejan trascender.

Este repliegue estratégico tiene una lógica. Massa tiene, a juicio de CFK, que lograr que el Titánic llegue, al menos, hasta el Iceberg. Hoy, según ella, estamos a punto de dar una vuelta de campana y naufragar contra nosotros mismos.

Esa es la primera etapa. Por eso además, tanto Kicillof como Augusto Costa más que monitorear están casi como asesores externos. Nadie quiere que haya ruidos. Y los que menos ruidos quieren son los propios kirchneristas que parecen estar más preocupados o asustados que Alberto.

Los gestos para la tribuna van a estar dados también. Massa ya anticipó que habrá un bono especial para jubilados. La puja hoy es el bono para los trabajadores formales que promociona y milita Cristina y que resisten algunos gremios. Y el proyecto de salario universal que vocifera Juan Grabois.

Ahí también hay una grieta para saldar. Los albertistas insisten en que el salario formal se recuperó en los últimos dos años y los kirchneristas se aferran a las cifras de CIFRA, el centro de Investigación y Formación de la CTA.

Cristina Kirchner y Sergio Massa

El otro ojo de la tormenta en la que se posan es la inflación. Ayer circulaban los aumentos de las grandes empresas formadoras de precios por distintos despachos. Granix y Coca Cola lideraban las subas interanuales con 178 y 127% repectivamente. Molinos (97%), molinos Cañuelas (87%), las Marías (85%) y Mastellone (71%) eran las que estaban primeras en la mira. El cálculo estaba hecho de julio a julio pero también de enero a Julio ahí la sorpresa mayor fue Granix que subió los precios un 110% en el primer semestre del año. Números a simple vista injustificables.

Ayer el flamante ministro recordó que en términos cronológicos lleva 48 horas hábiles en ejercicio del poder. Pero en el imaginario colectivo las horas son días y se escurren con velocidad pasmosa en los momentos de crisis.

Massa lo sabe por eso casi no duerme y Whatsappea a sus colaboradores desde las 7 y hasta pasadas las 2 de la mañana.

Pero mas que de hiperactividad hoy lo que más se necesita de Massa es que rompa la inercia de la interna. Y no se paralice. Sino va a ser cierto que no llegaremos ni al Iceberg.

Bonus Track

Está claro que la desesperanza es un síntoma de la época. No sólo porque el Gobierno defraudó a muchos de sus votantes, sino porque la oposición no logra unificar criterios ni discursos. Ergo, la gente no encuentra alternativa válida. Con una semana consumida entre la asunción de Massa y el juicio del TOF 2 a Cristina, las luces no se posaron en Juntos por el Cambio pero bien vale una reflexión.

El Bloque de Diputados de Juntos terminó absteniéndose de manera absurda en la votación en la que se eligió a Cecilia Moreau como nueva Presidenta del cuerpo. Lo oprobioso de esa decisión fue el motivo que los llevó a abstenerse. “No quisimos votar divididos y que alegaran que el efecto Massa lograba dividir a la oposición (sic)”, reconoció en Radio Metro esta semana el diputado radical Ricardo Buryaile.

Además de insólito desde el punto de vista argumentativo, claramente fueron llevados de las narices una vez más por los halcones. No hubo una razón específica por la cual ellos creyeran que le decían que sí a Massa y que no a Moreau. Falta de experiencia podían alegar los radicales que conocen a la diputada desde que nació y saben que se escapaba del colegio secundario para ir a buscar votos para cada convención.

Cuando a fin de año tengan que ponerse de acuerdo en nombrar a las autoridades nuevamente, ¿qué argumentos darán para entonces sí levantar la mano a favor de Moreau? ¿Qué es en canje a que el oficialismo vote al vicepresidente que le corresponde a la oposición?

Horribles. El nivel de la política argentina deja tanto que desear que apabulla.

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