Como le contaba la semana pasada, el Gobierno enfrenta el desafío de tener que realizar el típico ajuste de año par, en tan sólo cinco meses.
En realidad, podríamos empalmar estos últimos meses del año con los primeros meses del año próximo, antes que la campaña electoral empiece a empañar todos los vidrios de la economía.
Y el ajuste necesario se concentró en estos meses porque, pese a haber firmado el acuerdo con el FMI -o quizás como consecuencia del contenido light de dicho acuerdo- el ex ministro Guzmán perdió el tiempo tratando de hacer equilibrio entre las demandas del kirchnerismo y las necesidades de la economía y, vestido para la ocasión, no satisfizo ninguna de las dos, desperdiciando su oportunidad para, como le gustaba decir, “tranquilizar” la economía.
Luego de ese descalabro, que se reflejó en la imposibilidad de renovar y colocar deuda en pesos para financiar el desbordado déficit fiscal, irrumpió la ministra Batakis, tratando de sentarse sobre la caja en el corto plazo, y delegando en el Banco Central un aumento de la tasa de interés y alguna alquimia cambiaria para convencer a los productores de bienes exportables de venderlos a un precio transitoriamente mejorado.
Sin respaldo político, y sin más instrumentos, también este segundo intento de ajuste fracasó rápidamente, acelerando el descalabro, reflejado en un nuevo salto en el precio de los dólares libres y en la ampliación de la brecha cambiaria.
En este contexto, asumió el ministro Sergio Massa, con el tercer intento de aplicar un programita de ajuste.
Insisto en llamarlo “programita” no en tono despectivo, si no tratando de ser realista.
A estas alturas, lo máximo que se puede esperar es que, con algo de ajuste fiscal para reencauzar el acuerdo con el Fondo, al menos en la meta de déficit primario (las otras metas van camino al pedido de perdón) y modificaciones complementarias en la política cambiaria y monetaria, se pueda evitar una espiralización mayor de la tasa de inflación, y lograr una reducción viable de la brecha cambiaria. O, mejor dicho, conseguir que este conjunto de políticas para el ajuste de año par permita reducir la brecha cambiaria, y de allí, previo ajuste del tipo de cambio oficial, se pueda mejorar la situación de reservas y aliviar las restricciones a las importaciones. Y a partir de esta normalización estabilizar la tasa de inflación, en algún número tolerable, inferior al 7-8% mensual de julio.
A diferencia de la Dra. Batakis, Sergio Massa arranca su gestión con un gran punto a su favor, el pánico y la consecuente resignación de la coalición oficialista respecto de la gravedad de la situación, lo que le ha permitido tomar por aclamación el control de una parte importante de la política económica, pese a ser el accionista minoritario de dicha asociación.
En este escenario se inscriben las medidas anunciadas el miércoles pasado.
Básicamente, el Massa ratificó la intención de reencauzar el déficit fiscal primario, antes del pago de intereses de la deuda, para llegar a un número lo más parecido a la meta del 2,5% del PBI acordado con el FMI.
No es una tarea menor, dado el desborde que protagonizara la gestión Guzmán, tanto en la meta de caja, como en la meta de deuda flotante (dados los atrasos de pagos con proveedores, transportistas de pasajeros, por los subsidios, etc.), oculta en la contabilidad creativa del segundo trimestre.
Como mínimo, el Tesoro tendrá que juntar unos 500.000 millones de pesos adicionales antes de fin de año, para llegar a un número potable (Siempre hay margen para pasar algunos gastos de diciembre de 2022, a enero de 2023, pero está claro que los muchachos del Fondo son, como diría el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, TNT -tontos, pero no tanto-).
Con ese objetivo, se anunció una reducción de los subsidios a la energía y al servicio de agua y cloacas, en principio bastante mayor al previsto por la gestión de Guzmán, pero cuya instrumentación no está clara, y que, además, tendrá efecto parcial este año. Y, al parecer, algún anticipo adicional del impuesto a las ganancias de ciertas empresas.
Es decir, anuncios por el lado de los ingresos -la reducción de subsidios, si bien va en la línea correcta, y es lo que debe hacerse, en la práctica opera como un incremento de impuestos, ya que reduce el ingreso disponible de los consumidores-. Mientras que, por el lado del gasto, se dice que, por el contrario, habrá un aumento para jubilaciones, pensiones y gasto social, para compensar en parte la licuación inflacionaria.
No se sabe si, además, se busca alguna reducción sobre las transferencias a empresas públicas, organismos y provincias.
Resulta difícil, con los datos disponibles, estimar con cierta precisión si con esto alcanza para juntar lo necesario, casi con seguridad que no, de manera que faltará algún anuncio adicional e insisto, algún uso de la contabilidad creativa.
En el flanco monetario y cambiario, por ahora más ruido que nueces.
Un inoperante anuncio de no pedir adelantos transitorios al Banco Central. Inoperante en dos sentidos. El primero es que ya estaba casi cumplido el límite que establecía el acuerdo con el Fondo para este rubro para todo el año -algo equivalente a mi renuncia a la candidatura a Presidente de la Nación-. E inoperante, porque si hay déficit fiscal, incluyendo el pago de intereses, alguien lo tiene que financiar.
Si lo financia el “mercado local de capitales” tendrá que cancelar inversiones en el sistema financiero y comprar títulos públicos. Pero cancelar inversiones en el sistema financiero implica, al final del camino, devolver leliqs que están en el Banco Central, que emite pesos, para pagarlas.
Si, por el contrario, se usa parte de los bonos en dólares o DEGS que tiene el Banco Central en su cartera, vendiéndolos o alquilándolos, o haciendo alguna operación financiera similar, como el déficit es mayoritariamente en pesos, los dólares obtenidos se pasan a pesos con…emisión. Así que no hay forma de escaparle a la emisión monetaria para financiar el déficit.
Es decir, el déficit se cubre de todas maneras con emisión, aunque el asiento contable no diga “adelantos transitorios”.
Por último, se anunciaron sin muchas precisiones, adelantos de liquidación de exportaciones de ciertos sectores, contra alguna “devaluación sectorial” y un seguro de cambio, en distintas variantes y, eventualmente, una ampliación del flujo de fondos que proviene de los organismos multilaterales de crédito y algún préstamo adicional del mercado de capitales global.
Respecto de lo primero, un adelanto de exportaciones es eso, un adelanto, en agosto-septiembre, de fondos que no estarán disponibles después.
Es más, si ese adelanto incluye alguna franquicia para que esos sectores compren dólares a precio “libre”, esos dólares saldrán de las reservas del Banco Central, que, en lugar de ganar las reservas plenas que le iban a liquidar, pierde parte de esas reservas, por el premio a los que iban a liquidar de todas maneras.
Lo único neto, entonces, será lo que se obtenga de los multilaterales y de ese eventual préstamo. Neto en el sentido temporal, ya que los préstamos en algún momento hay que devolverlos.
Pero el verdadero problema de las reservas del Banco Central es la brecha.
Mientras un exportador de soja tenga que vender su producción a un precio de 90 pesos por dólar, para recomprar dólares a 290 pesos, o alternativamente, colocar los pesos que recibe a tasa negativa, no hay zanahoria que sirva.
De paso, como los impuestos a la exportación se calculan sobre el valor en pesos de la tonelada de soja, cuánto más cobre el productor más recauda el gobierno por retenciones, para cerrar el agujero fiscal.
Del otro lado, quienes tienen que importar insumos, repuestos y maquinaria, se desesperan por conseguir dólares a 140 pesos, y mientras tanto, fijan sus propios precios en el valor de reposición que estiman “a ojo” hasta lo que le permite el mercado.
Y este es el tema central.
Si el Gobierno sólo consigue más oferta de dólares con adelantos o préstamos y los vende a precio de liquidación, lo único que logra es hacer más lenta la pérdida de reservas, pero no las recupera.
Hoy hay que hacer atractiva la demanda de pesos, cuestión que requeriría achicar sustancialmente la brecha, desde arriba con política monetaria y tasa de interés, y desde abajo con una suba del precio del tipo de cambio oficial, ambas medidas a la vez.
El Gobierno, por ahora, se resiste a este ajuste cambiario o a su equivalente un desdoblamiento del mercado. Por ahora.
En síntesis, un ministro “empoderado”, un intento de ajuste fiscal en la buena senda de la reducción de subsidios, pero insuficiente, y la política monetaria y cambiaria “te la debo”.
Puede ganar algo de tiempo, pero en estas circunstancias políticas y económicas en lugar de ganarlo puede perderlo, y tener que hacer más ajuste todavía, más adelante. Con dos intentos fallidos, ¿Será diferente esta vez? Continuará…
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