Soledad, vacío y silencio. Ese tipo de silencios que siguen al desastre. El silencio que acompaña la imagen de una tierra arrasada, una calle abandonada y los restos de cenizas que dejó el fuego. Esos silencios que son la única respuesta a las preguntas que trae la pérdida. Los que se mecen al ritmo de un lamento lejano.
Ese hombre había visto lo que vendría. Pero no lo pudo detener. Como tantas veces que vemos escaparse de nuestras manos lo que tanto amamos. Un amor, un sueño, un país. Ahora su hermosa ciudad era escombro, ruina y soledad. De la belleza y el esplendor de sus calles solo quedaban retazos en sus recuerdos. Sus plazas vacías, sus monumentos olvidados. Del Templo más imponente y sagrado de todos los tiempos, apenas quedaba una colina inerme. El aire olía a basura y a muerte. Se sentó desolado, en alguna de las paredes derruidas y escribió sus lágrimas. Escribió lo que veía en un Libro, que sería conocido siglos después como: “Lamentaciones”.
En el final de la Biblia Hebrea, aparece ese libro que retrata de manera descarnada la destrucción de Jerusalén y el Primer Templo de Salomón en manos de los babilonios hace 2600 años. Se atribuye su autoría al profeta Jeremías, testigo del drama y el exilio del pueblo de Israel. Es el libro que se acostumbra a recitar en la noche del 9 del mes de Av del calendario hebreo. El 9 de Av se transformó en símbolo. Se recuerda en esa larga noche de ayuno no sólo aquella destrucción, sino todas las tragedias que caerían sobre el pueblo judío a lo largo de los siglos. Esa noche, la más triste de las noches, concentra el dolor por las pérdidas de todos los tiempos. Todas las angustias puestas en un solo día, marcado en negro en el calendario. Sabiduría milenaria de resiliencia. Porque la vida es demasiado hermosa como para cargarla de dolor todos los días del año.
Sin embargo, el nombre “Lamentaciones” es el de la traducción del libro al latín. El título original hebreo en realidad es una pregunta: “¿EIJÁ?”, “¿Cómo puede ser?”. La pregunta que surge desde dentro frente a lo que ya no es. La pregunta que todos nos hacemos ante la muerte. El profeta le grita al cielo, “¿EIJÁ?” ¿Cómo puede ser que lo hayamos perdido todo? ¿Cómo pudiste permitir que esto pase? Una pregunta, a la que sólo sigue el silencio.
En búsqueda de respuestas, los sabios del Midrash descubrieron que la pregunta “¿EIJÁ?” se escribe en hebreo con las mismas exactas letras que otra pregunta que figura en el comienzo de la Torá, en el Génesis. Es en el origen del mundo, cuando Dios planta un hermoso Jardín donde coloca a Adán y a Eva. Ellos lo tenían todo. Podrían disfrutar eternamente de la belleza del Edén. El Universo les pertenecería, salvo un árbol, un solo árbol del que no podían comer. Pero a veces creemos que podemos tenerlo todo, y tenerlo para siempre. Ambos comen del árbol y se ven desnudos. Tarde entienden, que nada era para siempre. Ante el miedo se esconden y es entonces, cuando aparece la voz de Dios paseando por el jardín, en búsqueda: “Y llamó Dios al hombre y le dijo: ¿AIEKA?”, “¿Dónde estás?” (Gen 3:9).
La palabra EIJÁ y la palabra AIEKA en letras hebreas se escriben exactamente igual = איכה.
Es porque en el idioma hebreo se escriben sólo las consonantes, mientras que se pueden intercambiar en ellas diferentes vocales.
Dios no necesitaba la ubicación del escondite de Adán y Eva. Sino que se ve, también Él, en medio de sus propias lamentaciones. Desde el cielo le grita a la tierra sin comprender: “¿EIJÁ?, ¿Cómo puede ser?”. ¿Cómo puede ser que te escondas cuando sólo vos podes hacer que tu mundo sea un jardín? La oportunidad perdida y el exilio del Jardín se repiten siglos después, un 9 de Av en el exilio de Jerusalén. Las oportunidades perdidas de hacer de nuestra vida o de nuestra sociedad un jardín se repiten en lo cotidiano, milenios después, en nuestros propios exilios.
Cuando nos enfrentamos al dolor, a lo que no comprendemos o a lo que perdimos, tanto a nivel personal o como sociedad, recurrimos desde el lamento a reclamarle al cielo respuestas al “¿EIJÁ?”, “¿Cómo puede ser?”. A ese tipo de pregunta, si bien es válida, sólo le sigue el silencio de la lamentación. Sin embargo, las respuestas aparecen sólo cuando logramos escuchar la otra forma de leer la pregunta: “¿AIEKA?”, “¿Dónde estás?”. Como el hombre frente a su ciudad desolada le gritamos esa misma pregunta al cielo: “¿AIEKA?”, “¿Dónde estás?”. Y lo que nos devuelven es un espejo. Un espejo donde poder mirarnos a nosotros mismos invitándonos a dar respuesta, para ser la respuesta.
Amigos queridos, Amigos todos.
En tiempos difíciles las respuestas no son las Lamentaciones. Los tiempos duros nos enfrentan a preguntas trascendentes. Como nación, como sociedad, como familia, como pareja, o en el vínculo con nuestra propia alma. El Jardín puede ser el living de casa o nuestro hermoso país. El “¿EIJÁ?” de la tristeza no nos devolverá lo roto. Sólo el enfrentarnos al “¿AIEKA?” del dónde estás, podrá abrirnos una nueva esperanza para retornar al Jardín perdido.
Nos dicen los místicos, que el 9 de Av es el día en que nacerá el Mesías. Y que en el mundo venidero será la única fiesta que quedará en el calendario para re-transformarse en la más hermosa de las celebraciones. Es desde las profundidades que se renace. Desde el vacío que se alcanza el todo. Porque el camino de la vida a la muerte es inevitable. Pero el camino de la muerte a la vida, es siempre una elección.
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