Desde hace un largo tiempo vengo sosteniendo que el principal problema de nuestro país no es ni político ni económico.
Con las disculpas impropias de un representante promedio de una sociedad que permite, tolera y pondera definiciones categóricas de quienes no tienen ningún tipo de autoridad en materias en las que opinan como eruditos -porque opinar, podemos opinar todos, pero no como expertos en la materia-, me permito decir solo por mi vivencia experimental y para nada técnica ni formativa que la Argentina tiene un problema psicológico. Seré, en esta definición, poco riguroso como tantos, pero a diferencia de muchos me hago cargo. Estas opiniones solo se fundan en mis horas de psicoanálisis.
Lo político y lo económico son definitivamente tableros específicos en los cuales se exhiben los más primitivos conflictos que solo corriéndose un poquito del ojo del huracán se observan casi sin ningún atributo más que el de reconocer la grave patología que tenemos como sociedad.
Veamos algunos de los acontecimientos de los últimos tiempos:
-El Gobierno lo lidera una Vicepresidente millonaria plagada de causas de corrupción probadas, a la que no se le conoce actividad privada alguna y que es venerada por una masa clientelar que va desde los que reciben dádivas solo para sus necesidades básicas hasta empresarios, profesionales y comunicadores que, de imponerse la meritocracia por sobre los subsidios, planes o contratos ocuparían lugares en la escala social mucho más bajos de los que hoy ocupan.
-Este cuarto gobierno kirchnerista lo diseñó eligiendo a Alberto Fernández, un testaferro del poder sin ningún otro atributo que el de haberse sometido a renunciar a cualquier atisbo de muestra de carácter propio y rodeado de una serie de asesores que han hecho de la impericia una constante, pocas veces vista en un gobierno de este signo político que nos han llevado a lo que -para mí y tantos otros- es el #PeorGobiernoDeLaHistoria democrática argentina.
-Acaba de entronar a Sergio Massa, de formación abogado y que ha hecho de la palabra un culto a la onomatopeya como muchos referentes de su espacio, pero tal vez sin detenerse nunca a explicar quién es realmente.
Pero es aquí después de esta somera descripción de algunos hechos -a mi criterio trascendentes- que me pregunto:
¿Qué transforma a un hombre, a una organización o a un país en exitoso o -cuanto menos- confiable?
¿Acaso puede una coalición de gobierno que tiene miembros prominentes que apoyan la dictadura Venezolana ser creíble en su política internacional cuando también tiene miembros prominentes que se expresan en contra?
¿Es posible que los organismos internacionales de crédito nos tomen en serio cuando enviamos a una flamante ministra de economía a negociar acuerdos y la despedimos en el trayecto de vuelta al mismo tiempo que las feministas que vitoreaban su elección como la Primer Ministra de Economía de la historia olvidando a la condenada por corrupción Micelli quemaban todos los papeles rápidamente callando ante el desplante exhibido logrando en un solo acto bajar las banderas de la credibilidad, el feminismo y los principios como pocas veces se vio en materia política alguna?
¿Puede ser sostenido un proyecto que tiene un importante grupo de miembros que llamaron “Gobierno de ceos” al de Mauricio Macri tener una paz sostenida cuando al “superministro” lo banca la burguesía contratista más promisoria y parecida al neoliberalismo menemista que estos grupos han denostado hasta el cansancio?
¿Se condice un ajuste ortodoxo propuesto a estas horas por este nuevo modelo hijo de las incapacidades propias con la diatribas pseudo progresistas de los bufones de la reina de los desposeídos?
Mis humildes y auto denominadas poco rigurosas conclusiones, producto solo de mis experiencias como persona psicoanalizada, solo me muestran que el iceberg armado por esta banda sigue estando allí, que en la sala de máquinas conviven quienes tiran el timón hacia la derecha y hacia la izquierda a destiempos y -a veces- al mismo tiempo, pero que, una vez más, han encontrado el remedio momentáneo y cortoplacista para pasar el choque sin perder el lugar que siempre esta “casta eterna” encuentra en los votos para armar la próxima locura por venir.
Veo también mucho síndrome de Estocolmo.
Como siempre, pero como nunca para los nuevos, este peronismo -hoy liderado por el kirchnerismo otrora épico y romántico- hoy bajo todas las banderas quiere “ser todo” y mi humilde diagnóstico es que “no será nada”. Es pro y contra Venezuela, pro y contra ajuste, pro y contra negociador con los organismos multilaterales, pro y contra dialoguista con el campo, pro y contra libertad cambiaria, pro y contra reforma laboral y así podría seguir describiendo en cada ítem de la conducción de un país lo que hoy es esta denominada coalición de gobierno que termina en una colisión de país.
Solo vengo a proponer lo que he propuesto a lo largo de mi breve participación en la vida pública: que la oposición esté a la altura de las circunstancias con una serie de postulados básicos.
-No prometer que en un mandato vamos a ordenar todo. Las cosas duraderas llevan tiempo y esfuerzo.
-Déficit 0 y pacto fiscal de reducciones provinciales y municipales.
-Baja de impuestos.
-Reforma laboral e impositiva.
-Reducción de los planes a medida que se implementan las reformas.
-Respeto por la alternancia.
-Inserción en el mundo libre y democrático, y denuncia a las dictaduras y totalitarismos.
-Educación, competencia y meritocracia como ejes culturales.
-Todo el mercado posible y todo el Estado necesario. Un Estado eficiente.
Expuesta la primera parte de mi columna solo me resta decir que esto solo se logra con una responsabilidad de la dirigencia opositora inversamente proporcional al desvarío conceptual de la coalición gobernante.
Habrá que entender que debemos estar a la altura del momento. El momento es entender que si como oposición firmamos estos postulados y los sostenemos apoyando al que gane la interna emulando la frase de Balbín “el que gana gobierna y el que pierde acompaña”, con participación en cargos ejecutivos acorde al volumen logrado en internas, podremos frenar el abismo de que los clientelizados, llegando al punto de no retorno, sean menos aun que los votantes libres. Los purismos deberán quedar de lado para tener un proyecto promedio común diferente al de cada uno de las partes en pugna, pero mucho mejor que el que está. Y mejor aun será la piedra fundamental de la curación a un desvarío sistémico y primitivo que más que coalicionar, colisiona.
Es juntos. Es x ahí.
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