El Presidente lloró

Alberto es un pato rengo desde que lo ungieron precandidato a la presidencia, no obstante lo que algunos quisieran ver en él

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Alberto Fernández y  Litto Nebbia
Alberto Fernández y Litto Nebbia

Alberto Fernández se ha declarado en sendas oportunidades como fanático de Litto Nebbia, de Luis Alberto Spinetta y de Bob Dylan, entre tantos otros músicos de renombre de la Argentina y del exterior. Su fanatismo por Nebbia es tan público y conocido que pocos desconocen que el bigote del presidente es en honor al que el genial compositor viste hace décadas. Citar equivocadamente a músicos y parafrasearlos fuera de contexto parece ser casi uno de los deportes favoritos de un Alberto que, en ocasiones, confunde a Nebbia con Octavio Paz, mezcla poemas con letras de canciones, y flashea que es León Gieco en su mayor momento de popularidad.

Como a aquel que le resulta imposible no hablar sino a través de las frases de otro, Alberto es un citador compulsivo de lugares comunes, probablemente en la idea o en la triste creencia de que los demás pensarán que le queda cool citar a rockers. Y aunque nadie descree del fanatismo del presidente por este género musical, todo le sale duro e impostado, falso, acartonado, como quien intenta hacer algo que no le es propio del todo. La misma sensación que tuvimos todos cuando a la vicepresidente Cristina Fernández le dio en gana referenciar al rapero L-Gante, de quien no tenía siquiera idea de cómo pronunciar el nombre artístico. El vínculo de la política y de los políticos con los objetos culturales siempre ha sido complicado por una infinidad de motivos, la calle en la que se cruzan la cultura y el poder tiene a muchos caminantes, y se mezclan los postureos ideológicos con las supuestas ideologías defendidas.

Alberto es un citador compulsivo de lugares comunes, probablemente en la idea o en la triste creencia de que los demás pensarán que le queda cool citar a rockers

Quien escribe estas líneas tuvo la oportunidad de entrevistar a Litto Nebbia y preguntarle por dos canciones seminales del rock nacional. Una de ellas, “El rey lloró”, Litto la compuso de joven, a los dieciséis años. El autor se sabe orgulloso y contento de haberla escrito tan joven, sin haber nunca imaginado que alguien pudiera luego observarla como una canción que ameritara ser prohibida. La objeción era que la letra del tema creaba antinomias. A modo de fábula, la letra contaba de un rey en un viejo país que le ofrecía a un noble campesino lujos y placeres si el campesino le enseñaba a ser feliz. El campesino le retrucaba que el rey ya tenía dinero, lujos y placeres, y que, por tanto, jamás podría ya vivir feliz. Entonces, el rey lloró.

Nos hemos enterado, días atrás, que Alberto Fernández habría gimoteado y llorado en múltiples ocasiones en medio de la salida del ahora exministro Martín Guzmán, y las conversaciones presenciales y virtuales con la vicepresidente. Un Alberto del que, se dice en voz baja y no tan baja, se escapa en un auto particular a dar vueltas sin rumbo y sin guardaespaldas. Un Alberto que se pasó una semana entera sin agenda. Un Presidente sin agenda en el medio de una de las peores crisis políticas y económicas que ha vivido la Argentina en democracia. En medio de todo ello, una oposición que no termina de decidirse qué tipo de respuesta dará a los movimientos y gambitos que pueden percibirse desde el oficialismo. Lo peor siempre es no moverse, porque entonces son los demás los que deciden por uno.

Alberto podrá ser fanático de Litto Nebbia, pero no se aprendió las lecciones que Litto nos ha regalado

La otra canción sobre la que charlamos con Litto en esa entrevista que referí antes fue “Yo no permito”. Me explicaba Nebbia que la canción marca que no hay que dejarse comer la cabeza ni que te coman la cabeza, que hay que seguir adelante, que lo peor que te puede pasar es que tengas problemas en algo. Cuando querés hacer algo siempre va a haber gente que no va a querer, salvo que quieras hacer algo que le guste sin concesiones a todo el mundo, y eso no existe. Las situaciones que pueden aparecer enfrente, me relataba Nebbia, te pueden desviar del objetivo y vencerte. Me contaba, entonces, la historia de aquel músico que quería desarrollar su obra pero no tenía éxito económico, entonces se dedicaba a tocar fea música para poder sobrevivir. Este músico no puede decir que la culpa la tiene la sociedad, ni el Estado, ni el mercado, ni el país. El culpable es uno, que hace o deja de hacer tal o cual cosa.

Durante 2019 muchos vendían la imagen de un Alberto moderado, un Alberto neomenemista, un Alberto que se le pararía a Cristina, un Alberto que no se detendría. Alberto es un pato rengo desde que lo ungieron precandidato a la presidencia, no obstante lo que algunos quisieran ver en él. Alberto podrá ser fanático de Litto Nebbia, pero no se aprendió las lecciones que Litto nos ha regalado. El presidente lloró.

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