Un Primer Ministro en la Casa Rosada

Si bien se rodeará de un equipo de expertos y técnicos, Sergio Massa tiene muy en claro que hará falta mucha “política” para respaldar el programa económico

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Alberto Fernández y Sergio Massa
Alberto Fernández y Sergio Massa

Apenas 27 días después del inoportuno pero predecible “portazo” del cuestionado Martín Guzmán que la llevó sorpresivamente a ocupar el Ministerio de Economía en el contexto de una profunda crisis económica, política y social que amenazaba con espiralizarse, Silvina Batakis dejó el cargo cuando todavía estaba acomodándose en el Palacio de Hacienda.

Con el respaldo insuficiente de una cada vez más devaluada autoridad presidencial y un perturbador silencio de Cristina Fernández de Kirchner que sólo dejaba traslucir un “apoyo condicionado”, la efímera ministra no logró aplacar los caldeados ánimos ni proyectar un mínimo de credibilidad respecto al rumbo económico. Pese a su intento de transmitir confianza a través de la “profesión de fe” fiscalista esbozada en sus primeras declaraciones públicas, y ratificada en su mini gira por Washington, donde aseguró incluso que contaba con el pleno respaldo de la tríada Alberto-Cristina-Sergio, la reacción de los mercados fue implacable: durante su breve gestión el dólar blue saltó de 239 a 326 pesos, explotaron el dólar bolsa y el contado con liqui, y el riesgo país coqueteó con la barrera de los 3.000 puntos básicos.

Si el Presidente pensó que la salida de Guzmán y el nombramiento de una funcionaria cuyo nombre superase el potencial veto de Cristina Kirchner le permitiría no sólo encarar con mayor eficacia decisional los desafíos de la crisis, sino también sellar una suerte de “tregua” con su vice que apuntalara políticamente al gobierno en esos difíciles momentos, la realidad -una vez más- le mostró lo desfasadas que están algunas interpretaciones y decisiones del primer mandatario. Fue en ese contexto de moderado optimismo, habitual -e ingenuo- voluntarismo, y recurrente tendencia a demorar inexplicablemente ciertas decisiones claves, que el presidente evitó el desembarco de Massa, como una suerte de acto de resistencia frente a lo inevitable: ceder el poder o, al menos, una importante porción de sus resortes principales, a cambio de conseguir nada más ni nada menos que algo de gobernabilidad.

Como se observó desde que el 2 de julio pasado renunciara Guzmán, este último acto de “rebeldía” se dio de fauces con la dura realidad, con la percepción de los mercados, el clima social y el impacto en la economía real, y el Presidente se vio finalmente forzado a recurrir al tigrense como la última carta para enfrentar la crisis y evitar los escenarios más catastróficos que ya se instalaban en torno al futuro de su gobierno, cediendo ante la mayoría de las exigencias que éste presentó en su “pliego de condiciones” para asumir el desafío.

Se trata indudablemente de una movida de altísimo impacto en varios frentes, y que permite varias lecturas e interpretaciones simultáneas. En primer lugar, representa mucho más que una renovación ministerial, se trata de una reorganización profunda que plantea un nuevo gobierno y una nueva forma de ejercicio del poder en el oficialismo. En segundo lugar, aunque el cada vez más desgastado presidente no lo haya explicitado, representa el final anunciado de un proyecto “albertista” que varios alimentaron. En tercer lugar, representa un enorme desafío pero, al mismo tiempo, una oportunidad para Massa de reflotar el viejo anhelo presidencial de cara a 2023. Y, en cuarto lugar, representa un serio desafío a una oposición que estaba más atenta a dirimir sus internas que a los posibles escenarios en el oficialismo, y hoy se ve interpelada por el ingreso al gobierno de un dirigente que no puede ser caracterizado como un típico exponente kirchnerista.

Que no queden dudas: Massa llega al gobierno muy empoderado, no como simple responsable de la gestión económica, ahora unificada en un solo “superministerio”. El siempre pragmático y muy perspicaz líder del Frente Renovador sabe muy bien que reducir el problema del gobierno al famoso mantra -”¡es la economía, estúpido!”- que llevó a Clinton a la Casa Blanca en 1992 es no ver la compleja realidad. Es que política y economía están entrelazadas en una suerte de “círculo vicioso” que retroalimenta una crisis que ha venido creciendo por su magnitud, profundidad y persistencia. Por ello, el flamante superministro, si bien se rodeará de un equipo de expertos y técnicos que presentará en los próximos días, tiene muy en claro que para desatar este “nudo gordiano” hará falta mucha “política” para respaldar el programa económico.

Así las cosas, Massa parece llegar al gobierno para asumir como una suerte de Primer Ministro a la europea. Habrá que ver cómo se inserta ese objeto extraño en un diseño institucional presidencialista que, por definición, en tanto el poder está concentrado en una persona, no admite el cogobierno ni la distribución del poder entre varios actores de peso. Si ese fue, en gran medida, un problema central en la relación del presidente con Cristina, cabría preguntarse, entonces, si lo será también con Massa. Claro está que el escenario es muy distinto, el Presidente tiene niveles de aprobación bajísimos en un clima de expectativas muy negativas, por lo que se quedó sin el “bastón de mariscal” para encarar esta última batalla.

Alberto Fernández seguramente hubiese preferido otra alternativa, pero se quedó sin tiempo ni respaldos. Tanto la presión interna -kirchnerismo, sindicatos, gobernadores, movimientos sociales, etc.- como la profundización de una crisis económica que se tornaba indomable forzaron estas circunstancias excepcionales. Mientras el presidente probablemente se irá convirtiendo progresivamente en una figura cuasi “protocolar” representativa del Estado, será Massa quien manejará la “botonera” del poder real, es decir, conducirá en los hechos el gobierno.

Habrá que ver en los próximos días cómo funciona -y si funciona- este nuevo esquema inédito en nuestra historia reciente. Lo que está claro es que si el tigrense logra encauzar la situación y superar el ojo de la tormenta, todos estos mecanismos y engranajes un tanto ajenos a la tradición presidencialista argentina tienen más chances de encajar y empujar. El comienzo fue bastante auspicioso si se tiene en cuenta que la sola confirmación de su ingreso al gobierno logró renovar el “clima de expectativas”, algo que durante lo peor de la crisis ninguna política del gobierno había conseguido. Así lo reflejaron los principales indicadores de mercado, con una asombrosa caída del dólar informal y los financieros y un importante repunte de los bonos argentinos en Wall Street.

Que el nuevo gobierno pueda sostener este renovado clima de expectativas dependerá de muchos factores pero, sobre todo, de que Massa pueda mostrar pronto un plan sostenible y creíble, con amplio consenso, que al tiempo que satisfaga las demandas del mercado y los organismos internacionales aborde las demandas más urgentes de los ciudadanos de a pie. Un desafío titánico.

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