La nueva centralidad de Sergio Massa, una azarosa jugada de Cristina Kirchner

El líder del Frente Renovador asume un peligroso liderazgo mientras Alberto Fernández queda aún más relegado

Sergio Massa y Cristina Kirchner (Luciano González)

“Las crónicas de Narnia” narra las aventuras de personajes que acceden a otra dimensión, donde siendo todo muy parecido al Mundo que conocen, nada es igual. El Gobierno que llegó al poder encolumnado tras la figura de Cristina Kirchner parece ubicarnos en esa dimensión fantástica, donde todo resulta familiar, pero nada es igual a lo que antes fue. La llegada de Sergio Massa como superministro importa lisa y llanamente que Alberto Fernández no solo entregó el volante sino también las llaves del auto. ¿Un nuevo presidencialismo atenuado? No creo, en los hechos Massa se hace cargo de todo lo que no pudieron solucionar Alberto y Cristina, quien curiosamente aún no dio ninguna señal de apoyo “público” al nuevo ministro. ¿Intentará volver a la opacidad de las sombras donde pareciera -en esta etapa de crisis- sentirse más cómoda? Seguramente.

La nueva centralidad que ha ganado Sergio Massa, podría constituir una azarosa jugada de Cristina Kirchner. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que para ella la suerte, tanto en lo económico como en lo electoral de cara a 2023, ya está echada. CFK da por sentado el fracaso de su gobierno, algo que los propios ya escucharon de su boca. Solo le queda esperar, correrse “un poco” más al costado y dejar que el que termine chocando la calesita sea quien ella considera hoy como un mal necesario, pero útil para sus fines: preservar la Provincia de Buenos Aires, como su coto de caza personal, y sustento necesario para sus fueros. Algo así como matar dos pájaros de un tiro, al mismo tiempo que deja contentos a los gobernadores y al peronismo más ortodoxo. Esto último explica, en parte, el silencio que mantiene la vicepresidente, por ahora, en relación a la llegada de Massa al Poder Ejecutivo. Ni siquiera un tweet de bienvenida. Ni que decir una foto conjunta de apoyo explícito al superministro.

Tras la renuncia twittera de Sergio Guzmán, a Cristina Kirchner no le quedó más remedio que barajar y dar de nuevo. El riesgo que asume es que a Massa le vaya relativamente bien, y cobre un vuelo propio que la sobrepase. Cuando asumió Néstor Kirchner, si bien eran otras las circunstancias, también tenía todas las cartas en su contra; sin embargo, pudo salir airoso. Para CFK, Massa importa hoy un riesgo menor al que significaría continuar manteniendo a un muy desgastado Alberto Fernández que, grogui, estaba ya al borde de la renuncia, un escenario que a Cristina no le conviene, ya que la Ley de Acefalía la empujaría a tener que agarrar ella el “fierro caliente”, para seguir teniendo sus tan preciados fueros, algo que por nada del mundo está dispuesta a perder. Esto, entiendo, explica desde la visión de la vicepresidente, la llegada de Massa a un Poder Ejecutivo desarticulado y al borde del abismo.

¿Por qué aceptó Massa? Quedarse en la Cámara de Diputados importaba seguir convalidando el fracaso del gobierno. Además, sabe que no goza actualmente del crédito de los votantes. Cuenta con apoyos del exterior e internos que lo animaron a la jugada heroica. Sergio Massa conoce muy bien lo que está pasando actualmente en el sector empresario. Entiende a la perfección el estado de preocupación generalizado del empresariado nacional. El estado de desánimo es general. Massa va a contar con unas pocas semanas para intentar dar un volantazo que lo posicione de cara a 2023 sabiendo que Cristina va a estar muy atenta al crecimiento de su imagen.

Tranquilizando la macroeconomía podría lograr que el país saque la cabeza del agua. En las próximas semanas baja sensiblemente el consumo de energía lo cual va de la mano con la posibilidad de liberar dólares para las importaciones de la industria, lo que podría cambiar, en poco tiempo, el humor de la “economía”. Apuesta a generar aires positivos, que por cierto le aliviarían el resto de las medidas que debe tomar, algunas muy antipáticas, generando una impronta muy diferente a la procrastinadora de Alberto Fernández. Massa luce actualmente con muchas más posibilidades de hacer algo que las que podría llegar a tener el presidente. Tiene en su contra la falta de credibilidad en un sector muy importante de la sociedad, respecto del cual, entiendo, apuesta a todo o nada. Antes de su asunción, el dólar y el riesgo país ya le dieron una bienvenida positiva (algo que CFK aún no hizo).

Las intenciones de Cristina no están alineadas con las de Massa. Juega su propio juego, en el cual Alberto es un traidor que ha quedado hundido en su propia inoperancia y condenado al ostracismo. A su vez, Massa, que tuvo el valor, la ambición o la ingenuidad (o quizás todo eso junto) de hacerse cargo de un país en la ruina económica, social y política tiene por delante una montaña de problemas muy difíciles, casi imposibles, de sortear en el escaso lapso que marcan los tiempos electorales, con ajuste del gasto fiscal y disminución de la emisión monetaria, una tarea muy ardua por los interés que importa enfrentar; al mismo tiempo que Cristina, sin meterse en el barro de la “diaria”, conserva su cuota de poder, y se va a sentar, silente, a mirar por televisión el resultado de su nueva jugada, hasta que sea el momento de lanzar su próximo tweet o stand up.

Cristina Kirchner y Alberto Fernández

Massa pasó a liderar un gabinete que se enfrenta a unos próximos meses ásperos, casi dramáticos. Somos un país parado, donde pocas cosas funcionan como deberían. El estado actual de la economía y la inflación que no dan respiro, producto del descontrol del gobierno y del pánico que generan las malas medidas que tomaron en un país convertido en el “cepo a todo”. Padecemos un desborde monetario y fiscal que el gobierno no ha podido hasta ahora solucionar a consecuencia del propio desorden político provocado por Cristina Kirchner desde el mismo instante en que dio a conocer por Twitter en mayo de 2019 que Alberto era “su” candidato a presidente, gestando un gobierno enfermo de origen, contaminado por su pasado y comprometido en su futuro, cuyas consecuencias estamos pagando ahora todos los argentinos, los que los votaron y los que no.

Con este escenario por delante, Sergio Massa, volante en mano, intentará acomodar en poco tiempo el rumbo de la economía, donde la crisis actual fue auto infringida. Cristina y Alberto son los padres del fracaso. El problema no es el valor del dólar. Ni siquiera la inflación que se encamina hacia los tres dígitos. Estamos ante las consecuencias de todo lo que se hizo mal en la pandemia, la impresión descontrolada de billetes y el descomunal gasto público, todo eso mezclado y puesto a parir en medio de una crisis política interna del propio Frente de Todos. Con el problema estructural que nos azota, al oficialismo le queda muy poco resto para intentar revertir un panorama electoral que luce oscuro de cara a 2023, frente a una población desilusionada (en el caso de los propios) y harta (en el resto).

El dilema de Cristina Kirchner es que, sin un fuerte ajuste fiscal, el país entero puede volar (económica y socialmente hablando) por los aires, y con ajuste solo asegura la derrota electoral en 2023. Ella de ninguna manera piensa convertirse en la cara visible de todo eso. Prefiere dejar que sea Sergio Massa, impulsado por sus propios anhelos quien dé el paso al frente esta vez. De esta forma, Cristina preocupada en la suerte de sus causas judiciales aún pendientes, ahora le entrega el mando Massa, que por cierto no va a recibir un trato diferente del que tuvo Alberto Fernández. ¿Se equivocó Massa en aceptar los “superpoderes”? ¿Volvió a errar Cristina en permitirlo? El tiempo, como siempre, nos revelará el misterio. Lo que sí es seguro que ni uno ni otra se tienen confianza.

Crucemos los dedos, ajustemos el cinturón de seguridad, y esperemos que el nuevo piloto arranque. Los resultados no se harán esperar.

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