El otro lado del río

Muchas veces, sugestionados desde una asimetría en los motivos, creemos que quienes se encuentran en la otra orilla están motivados por emociones totalmente opuestas a las nuestras

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Río Jordan
Río Jordan

El viaje estaba a punto de terminar. Después de largos 40 años de travesía, la Tierra Prometida estaba al otro lado del río. La fragancia de esa tierra nueva llenaba cada rincón del cuerpo. Los paisajes hablaban de futuros, los montes de destinos, los campos verdes de un sueño finalmente cumplido. Pero dos de las 12 tribus de Israel le piden a Moisés no cruzar el río. Ellos prefieren permanecer al otro lado del Jordán. Han descubierto que también esa tierra es buena para el pastoreo de su ganado. Ellos imaginan la construcción de su vida en la otra orilla. Como todo en la vida, por más que el plan sea ideal, es imposible esperar que todos acuerden en estar del mismo lado.

Tras la muerte de Moisés y el fin del Pentateuco, las 10 tribus que cruzaron el Jordán logran establecerse en la Tierra Prometida. La historia seguirá siendo narrada ya según el Libro de Josué, el discípulo de Moisés. Los años pasan y los vínculos se distancian. Una mañana como cualquier otra, llegan rumores de las tribus que habían decidido permanecer del otro lado del río. En aquella comarca diaspórica, habrían construido un altar para venerar a otros dioses abandonando la fe en el Dios de Israel.

Al escuchar acerca de la traición, las diez tribus arman un ejército para ir a la guerra contra sus hermanos. Sin embargo, a último minuto el derramamiento de sangre es evitado. Deciden antes del combate enviar al Sumo Sacerdote como mensajero, para conocer de manera directa cuáles eran las verdaderas intenciones, los motivos últimos y las acciones reales que sucedían al otro lado del río. Poner en palabras cara a cara el conflicto y escuchar al otro, logra transformar al mensajero en un hacedor de la paz.

El Departamento de Ciencias en Psicología del Boston College realizó en el año 2014 un estudio del que participaron miles de personas involucradas en diferentes tipos de grietas. Demócratas y republicanos, israelíes y palestinos, cada grupo desde su propia orilla. El estudio muestra que cada parte sentía que su propio grupo estaba motivado eminentemente por el amor a su causa o a sus ideas más que por el odio al otro espacio, mientras aseguraban que el grupo rival estaba involucrado en el conflicto esencialmente desde el odio como factor motivador principal.

Al concepto se lo conoce como “asimetría de atribución de motivos”, y se basa en la creencia de un grupo de que sus rivales están motivados por emociones (porque no hablamos aquí de convicciones) totalmente opuestas a las suyas. La idea está impulsada por un grupo que ve a sus propios miembros involucrados en actos de “amor, cuidado y afiliación” pero, como señala el informe, “rara vez observa estas acciones entre sus opositores”.

No sabemos exactamente lo que ocurre del otro lado de la orilla, pero sugestionados desde una asimetría en los motivos del otro, lo leemos desde el prejuicio. Nos convencemos que del otro lado no hay voluntad, o que sólo predomina el impulso de un sentimiento negativo hacia nosotros. Es sin dudas por esos motivos llenos de antipatía y hostilidad que ese llamado no se hizo a tiempo, o que algún mensaje no fue respondido rápidamente. Cualquier silencio, alguna ausencia o la falta de invitación a un encuentro es entendido desde el resentimiento o el rencor. Sólo nosotros parecemos actuar desde los valores del respeto y el compromiso a algún ideal. La asimetría con la que medimos lo que sucede del otro lado es malinterpretada por adelantado.

Del otro lado del río puede haber una nación entera, un espacio político antagónico, ese grupo de amigos, alguna parte de la familia o hasta el amor de una vida. Los años pasan y los vínculos se distancian. Cada vez más. A veces, antes de pensar en ir armados a la batalla, quizá simplemente haya que transformarse primero en mensajero. En alguien que proponga una escucha, un café a la vera del río. Una mesa donde, desde el respeto, poder definir los puntos que nos hagan disfrutar el tener un río tan poderoso en común. Poder ser Hacedores de la Paz.

Amigos queridos. Amigos todos.

Alan Morinis, uno de los grandes maestros del Musar, la disciplina del carácter desde la ética judía, enseña que uno de los grandes desafíos de la madurez espiritual radica en el arte de alejar el fósforo de la mecha. De la decisión de poder generar esa distancia, depende todo lo que vendrá. La reconstrucción de un vínculo, el reencuentro con el otro, la redefinición de un futuro. El otro lado de la orilla espera. Espera que la crucemos de una vez, para traer paz a nuestras gentes, a nuestros miedos, a nuestra alma y a nuestra tierra.

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