Es la que va: iniciativas sobre masculinidades en las que se involucran los propios varones para desarmar las reglas patriarcales que los benefician, pero cuyos costos también padecen. En este marco aparece la interesantísima investigación que acaba de publicar el Ministerio Público Fiscal de la Ciudad.
¿Qué es esto de las masculinidades?
Las mujeres y otras identidades sufrimos desigualdades estructurales e históricas por la imposición de los patrones socioculturales hegemónicos del modelo patriarcal. Esta desigualdad atraviesa todos los ámbitos: el lenguaje (sexista y androcéntrico), la organización familiar (distribución inequitativa de tareas), las relaciones laborales (diferencias salariales, subrepresentación, techo de cristal), el ámbito público (micromachismo y acoso en medios, redes, transporte, industria cultural, reuniones sociales, espectáculos deportivos) y la educación (desvalorización de niñas, homofobia, estereotipos de belleza, hipersexualización infantil).
¿Qué es el modelo patriarcal? Es una forma de organización social basada en la dominación de un determinado tipo de persona: un varón. Pero no se trata de cualquier varón. Es un varón heterosexual y cuya identidad de género autopercibida coincide con su sexo biológico (varón cisgénero). Y tampoco es solo eso. Es un varón cis y heterosexual que, además, es blanco, occidental, propietario, no tiene discapacidades, etc. Si sos ese varón, estás en la cúspide de la pirámide, amigo.
¿Cómo se sostiene la dominación? Con estereotipos sexistas sobre una supuesta superioridad biológica del varón. Los estereotipos son las ideas, expectativas y creencias que tenemos sobre cómo debemos actuar en la sociedad las mujeres y los varones: cómo debemos vestirnos, qué debemos sentir, qué funciones sociales debemos cumplir. ¿Quién los reproduce? Las instituciones fundamentales de la sociedad: la familia, la religión, la educación, las ciencias, el Estado, el derecho, los medios, etc.
La masculinidad es el principal estereotipo del modelo patriarcal, pues responde a la pregunta ¿qué significa ser un varón? (y, por, lo tanto, una mujer). Los discursos y las reglas con las que socializamos a los varones imponen determinadas características y comportamientos esperables (además de las que ya mencionamos sobre sexualidad, raza, clase, etc.).
Ser un varón es ser autónomo, competitivo, arriesgado, fuerte, viril, no emocional y, en muchos casos, violento. Esto es lo que la socióloga australiana Raewyn Connell, que instaló el tema a nivel global en los años 90 (por entonces bajo el nombre de Robert William Connell), llama “masculinidad hegemónica”. Estas reglas tienen un costo enorme sobre los varones, que se observa, por ejemplo, en la mayor incidencia de accidentes de tránsito por exposición al riesgo o en el agravamiento de enfermedades por la negligencia en el cuidado de la salud que asumen desde roles estereotipados sobre la fuerza, el miedo, la muerte, etc.
Y, además, es una construcción falsa. En el mundo de la realidad no hay uno sino múltiples modos de ser varón (hay varones gays, varones trans, varones que expresan sus emociones, varones no violentos, varones que limpian sus hogares y cuidan niñes). El patriarcado no acepta esta realidad. Por eso no solo subordina a las mujeres y las personas LGBTIQ+.
También son des-jerarquizados los niños, los adultos mayores, los pobres, los negros e incluso los varones cis, heterosexuales, blancos, propietarios, occidentales, etc. que, ante la menor desviación de lo que el modelo espera de ellos, son disciplinados y violentados. Esto incluye a quienes cuestionan o renuncian a sus privilegios de género (por ejemplo, porque se ocupan del trabajo doméstico) o traicionan las redes de alianzas y complicidades entre pares, aun en situaciones pequeñas como objetar chistes sexistas.
La idea de las masculinidades en plural viene a romper la hegemonía del modelo único de varón y, si bien no es nueva, en los últimos años, en especial luego del NiUnaMenos y el MeToo, fue tomando cada vez más fuerza en la academia, las organizaciones de la sociedad civil y el sector público.
Se trata de programas concretos para desarmar los privilegios y padecimientos que produce la imposición violenta del modelo: talleres, capacitaciones, asistencia telefónica (como la línea “Hablemos” 221-602-4003 de la Provincia de Buenos Aires para varones que ejercieron violencia), recursos académicos (es clave el Instituto de Masculinidades y Cambio Social), spots de divulgación (vean la campaña “Amigo Date Cuenta” de la Iniciativa Spotlight), producciones artísticas, etc. Las temáticas son múltiples: parentalidad, micromachismos, salud, acoso escolar, educación sexual integral (ESI), consumo problemático y, por supuesto, violencia de género.
Lo más interesante de estos dispositivos es que quienes los coordinan suelen ser varones. Consultado por Infobae sobre este punto, Chris Gruenberg, abogado antipatriarcal y director del Programa Masculinidades en Deconstrucción, dice que hay distintas explicaciones:
“Algunas personas dirán que es porque los varones solo escuchan a los varones. Esto es muy cuestionable porque profundiza los privilegios masculinos. También hay varones que, por razones obvias, para hablar de violencia se sienten más cómodos con otros varones. Pero yo creo que la razón es que los varones tenemos una responsabilidad política reforzada (doble) de educar a otros varones, sobre todo en espacios estatales o universitarios. ¿Las mujeres pueden hacerlo? Sí, si lo deciden voluntariamente, sí. Pero hay que desactivar la presunción de que siempre son las mujeres las que tienen que hacerse cargo de los programas, los proyectos y las oficinas para deconstruir la masculinidad hegemónica y desnaturalizar la violencia de género. Eso es extractivismo epistemológico. La responsabilidad es de los varones”.
Una parte importante de las iniciativas sobre masculinidades son los espacios de atención a varones que ejercieron violencia de género. El Poder Judicial recurre a ellos en los casos menos graves, en los que se recomiendan las intervenciones profesionales sobre los agresores. Las medidas pueden ordenarse cuando se suspende el juicio a prueba y el imputado logra que se extinga la acción penal en su contra si cumple determinadas reglas, o incluso como parte de la condena.
Los espacios de este tipo incluyen escucha y asistencia telefónica, grupos de reflexión, abordajes psicosocioeducativos, tratamientos psicoterapéuticos, evaluaciones psicodiagnósticas de riesgo y abordajes sobre violencia y consumo problemático de drogas o alcohol. La mayoría limita su atención a mayores de edad que no hayan ejercido violencia sexual ni cometido femicidios, que no tengan psicopatologías graves y que, si registran problemas de consumo problemático, se encuentren en tratamiento.
Pero la pregunta del millón subsiste: ¿sirven para algo?
La respuesta depende de qué queramos decir con “sirven”. Porque una cosa es preguntarnos si la violencia es aprendida y se puede desaprender (y, en todo caso, si se puede desaprender cualquier tipo de violencia). Esto no está tan claro. En relación con la violencia sexual, por ejemplo, ni siquiera hay acuerdos científicos en salud mental sobre la personalidad de los agresores. Pero distinto es que nos preguntemos si, luego de atravesar exitosamente una instancia ordenada por la intervención judicial, los violentos reinciden o no.
En este marco es que aparece la interesante investigación empírica “Reiteración de conductas violentas de varones que asistieron a dispositivos de trabajo en violencia de género” de la Oficina de Planificación de Políticas de Géneros y Diversidades del Ministerio Público Fiscal de la Ciudad.
El estudio analizó 44 casos derivados por la justicia penal y contravencional de la Ciudad a dos dispositivos locales entre enero y julio de 2019. Para medir el impacto y conocer el nivel de reiteración de episodios de violencia de esos mismos varones, dos años después (entre abril y noviembre de 2021) se relevó nuevamente la información judicial local y de la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte.
¿Los resultados? Solo el 23% de los varones que aprobaron el dispositivo con asistencia regular registró nuevas denuncias por violencia de género. Y aunque esto no garantiza que no se hayan producido nuevos hechos porque la tasa de no-denuncia en violencia de género es enorme, es un dato promisorio.
Deberían realizarse mediciones de este tipo en todos los sistemas públicos. También es crucial trabajar sobre masculinidades en las etapas previas de educación y prevención. Un relevamiento sobre ESI que publicó en junio de 2021 la asociación civil FUSA AC indicó que el 63% de los encuestados esperaba que se hablara de masculinidades, pero ello solo había ocurrido para el 6%.
¿El patriarcado se va a caer? Sí, pero no sin que lo empujen también los varones.
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