La política es el instrumento desde el cual se construye la democracia y la Republica. Lo hace desde el debate, la competencia electoral, también desde el diálogo, el acuerdo y los consensos, pero fundamentalmente desde el respeto de la Ley.
Es inconcebible pensar el sistema democrático si la política no dialoga, entre los propios y con los que piensan diferente, cuando aún en la disidencia se encuentran puntos en común. Hoy en la nuestro país nadie habla con nadie, no se encuentran vínculos entre las fuerzas políticas.
En esa situación, la democracia argentina hoy parece más una ficción que un sistema político. Nos encontramos con un Poder Ejecutivo Nacional débil, un Parlamento ausente y un poder Judicial vapuleado, lo cual deviene en un vacío de República. Y un conglomerado federal disperso, con gobiernos provinciales atrincherados en sus territorios, con nula participación en la mesa de las decisiones.
Es decir que el sistema que nuestra Constitución Nacional define en su Artículo 1°, “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución”, está cancelado.
El debate político argentino en la actualidad se plantea desde trincheras y facciones, que son variadas y muchas dentro del propio gobierno nacional, donde las disputas internas han erosionado y dejado sin autoridad a la institución presidencial.
No solo es necesario, sino imprescindible que se tome dimensión de la profundidad de la crisis que está atravesando la sociedad y se adopten decisiones políticas que pongan bajo control la situación de gobernabilidad.
En estas circunstancias, no alcanza con armar los reiterados planes económicos y/o parches de emergencia. Hoy necesitamos la reconstrucción de nuestro sistema político e institucional, sin el cual no tendremos salida de la crisis.
Estamos marchando sin rumbo, en medio de un gran desorden que comienza a tener expresiones temerarias mediante pronunciamientos que incitan a la violencia, con organizaciones que se apoderan de la calle y esgrimen la representación popular que no tienen, usando consignas de medio siglo atrás.
Como contra partida aparece en redes y medios de comunicación un video de un militar retirado de los autodenominados “carapintadas”, quien llama a organizarse a los que denomina ex combatientes. Recordemos que esta seudo-organización tuvo a maltraer a nuestro sistema hasta que un Presidente con poder y decisión terminó con esa pantomima el 3 de diciembre de 1990.
En este marco el actual Presidente, desde una tribuna y casi a los gritos, fustiga a un sector productivo al cual denomina “especuladores”, siendo quienes mayores aportes realizan al ingreso de divisas al país y a su gobierno por derechos de exportación.
Todas estas escenas, casi dantescas, transcurren en medio de niveles de pobreza que rondan el 50%, con un inflación galopante, con un pérdida inédita del salario de los trabajadores formales y una economía estallada en todos sus aspectos, solo para mencionar algunos de nuestros problemas.
De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, el término farsa significa: “Obra de teatro breve de carácter burlesco que tiene como fin hacer reír; o enredo que tiene como fin engañar o aparentar”.
La tragedia “es un género dramático caracterizado por la representación de temas graves y elevados que conducen a su protagonista a un desenlace fatídico”. Asimismo, también podemos referirnos a una obra dramática en la que predominan rasgos de la tragedia griega clásica.
En este momento, a nuestro país le caben todas estas caracterizaciones, con un gobierno nacional cuyo armado en sí mismo fue una farsa, que transitó por acontecimientos dramáticos y que todo indica que tendrá un desenlace fatídico.
Ahora el gran interrogante de la mayoría de los argentinos es cómo se resuelve esta situación cuya crisis central es de características políticas, que conlleva a graves consecuencias económicas y sociales.
Esta problemática no tendrá solución sola o con el paso del tiempo: la falta de resolución agravará los actuales conflictos y profundizara la crisis.
Entonces la disyuntiva no tiene opciones. Tiene solo un camino, que es encontrar desde la política los instrumentos institucionales para reconducir este proceso a un nivel mínimo de estabilidad que luego pueda encontrar una salida.
Para esto es necesario construir puentes y diálogo entre los actores políticos, para analizar cuáles son las alternativas que dispone el sistema institucional. Es decir, la política debe volver hablar entre sí , incluyendo a los que piensan diferente.
No se trata de especular o pensar en pactos espurios. Se trata de asumir el liderazgo de una sociedad lastimada, asustada y a la deriva.
La Nación necesita de dirigentes que sin pensar en “costos políticos” den un paso al frente y asuman el rol de articular y conducir un proceso de emergencia que evite un mal mayor. El colapso del sistema está a la vuelta de la esquina.
Vamos a esperar que se cumpla el apotegma del General prusiano Carl Von Clausewitz que dice: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. En nuestro caso, el estallido reemplazaría al término guerra.
Creo que somos muchos los que percibimos este grave cuadro de situación del sistema político. Sin embargo, a diario desde el Gobierno siguen construyendo trincheras e ignorando la magnitud de la crisis.
Entonces, si desde el oficialismo son incapaces de promover un salida a esta encrucijada, tal vez desde otros sectores deberemos plantear sin miedos ni tapujos, dentro de los marcos Constitucionales, alternativas que indiquen una salida.
Hay una sociedad expectante que espera ver ya no un camino, sino aunque sea una huella que le permita tener alguna esperanza de que hay dirigentes pensando en ella.
Creer en la idea que desde la no política se puede construir una democracia y una República es tan absurdo como creer que podemos hacer una tortilla sin romper huevos.
Estamos en el límite, como no estuvimos nunca del estallido social, pero estamos a tiempo de evitarlo. La política y los dirigentes debemos volver hablar, lo contrario nos hará a todos responsables del devenir dramático de la Argentina.
Si finalmente llegamos al colapso, sin duda las mayores responsabilidades le caberán a quienes hoy gobiernan, pero seguramente habrá una mirada muy crítica hacia toda la política.
En los momentos de grandes crisis emergen los líderes y los dirigentes diferentes que son aquellos que no eluden responsabilidades.
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