El terrorismo de Estado en la América Latina actual

En algunos países se ven sucesos que deberían servir de alerta. En ese sentido, entre otras cuestiones, las dictaduras de Nicaragua, Venezuela y Cuba tienen en común la violación sistemática de los derechos humanos, la inexistencia de división de poderes y la persecución de quienes denuncian al régimen

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Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel
Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel

“La libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía… Como el hueso al cuerpo humano, y el eje a una rueda, y el ala a un pájaro, y el aire al ala, así es la libertad a la esencia de la vida. Cuanto sin ella se hace es imperfecto. El hombre ama la libertad, aunque no sepa que la ama, y anda empujado de ella y huyendo de donde no la hay (José Martí).

“Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos” (Simón Bolívar).

¿Qué es lo que plantea la existencia del terrorismo de Estado? Es, por excelencia, la presencia de un Estado totalitario. Donde el monopolio de la fuerza estatal esta dirigida a reprimir las manifestaciones y expresiones distintas. Donde, por medio de la cárcel, la tortura y la muerte, se pretende imponer un ideal de vida uniforme y un modelo político y económico sin oposiciones de ningún tipo. Un Estado que impone su esfera de poder sobre las libertades individuales en nombre de un “bien superior”.

La dictadura argentina definía ese “bien superior” como el “modo de vida occidental y cristiano” y su accionar criminal se dirigió a los “enemigos” que querían socavarlo. Así vivimos la represión más sangrienta de nuestra historia contemporánea con miles de desaparecidos, torturados, presos, asesinados, exiliados, listas negras y censura.

Todo lo que no entraba en ese modo de vida debía ser suprimido. El fin justificó los medios. A la violencia terrorista se le respondió con una violencia injustificable y peor: la del terrorismo de estado.

No hay que olvidarlo para no repetirlo porque, como dijo Juan Gelman al momento del discurso de agradecimiento por el otorgamiento del premio Cervantes: “Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular”.

Por eso fueron y siguen siendo tan importantes los juicios por las graves violaciones a los derechos humanos que se realizaron en Argentina contra los responsables de la dictadura militar. Sirvieron como un ejemplo ante el mundo de que la joven democracia argentina no estaba dispuesta a olvidar porque no quería repetir los mismo horrores en el futuro. Para ello la memoria, la verdad y la justicia eran, son y serán el camino. El terrorismo de estado debería ser imposible en una democracia porque su presencia es su negación.

La mayoría de los ciudadanos que abrazamos los valores de la democracia, la justicia y la libertad no debemos resignarnos a que los derechos humanos queden apropiados por facciones que no creen en su significado y en los valores que representan.

Queda, entonces, una asignatura pendiente: llevar justicia a las víctimas de la violencia terrorista. Hoy se empiezan a observar algunos pasos en ese sentido. Si eso se concretara sería entonces, interpretando a Gelman, la forma completa de limpiar al pasado para que entre en su pasado. Para que la justicia sea el valor que se imponga a la injusticia y la impunidad. Para que se escriba la historia completa de una década plagada de sangre y violencia.

Miguel Ángel Ekmekdjian (Tratado de Derecho Constitucional) explicaba sobre el poder y la libertad: “Desde los albores de la humanidad el meollo de la historia humana ha sido la búsqueda del delicado e inestable punto de equilibrio entre ambas magnitudes (...). Pero el equilibrio se rompe permanentemente en beneficio del poder. Éste amplía su propio espacio permanentemente, avanzando sobre su opuesto y trayendo aparejada la reducción, proporcionalmente inversa, del espacio de la libertad”.

Según este pensamiento, el poder tiene una tendencia natural a avanzar sobre la libertad y, en este sentido, hay situaciones a escala global de degradación institucional a las que hay que prestarles atención porque plantean algunos interrogantes. ¿Qué pasa cuando gobiernos surgidos de la voluntad popular (o con un origen legitimo aparente) olvidan los valores fundamentales que hacen a la existencia misma de la democracia? ¿Alcanza para determinarlos como democráticos cuando las políticas de estado y esos valores solo son aparentes? ¿Cuando en nombre de un supuesto bien superior, la degeneración institucional y la falta de libertades políticas se imponen por la fuerza desde el estado al conjunto de la sociedad?

Tomando en cuenta algunas experiencias históricas y otras contemporáneas, antes de la negación de la democracia y el establecimiento del terrorismo de estado, hay una degradación que va ocurriendo de manera progresiva.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en “Como Mueren las Democracias” (2018), sostienen: “Las dictaduras flagrantes, en forma de fascismo, comunismo y gobierno militar, prácticamente han desaparecido del panorama. Los golpes militares y otras usurpaciones del poder por medios violentos son poco frecuentes. En la mayoría de los países se celebran elecciones con regularidad. Y aunque las democracias siguen fracasando, lo hacen de otras formas. Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos electos.”…”No hay tanques en las calles. La Constitución y otras instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes. La población sigue votando. Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la que van destripando hasta despojarla de contenido”.

Vemos en la actualidad sucesos en algunos países que deberían servir de alertas en este sentido. La falta de tolerancia y el autoritarismo cultural instigados desde el gobierno; la construcción de un relato oficial “comprando” desde el estado opiniones de referentes culturales e intelectuales; la utilización de grupos para-estatales para “ganar la calle”; la desvirtuación del sentido constitucional de división de poderes y la falta de valores y principios como marco, límite y objeto de la acción política. Todo esto dentro de la percepción por parte de la sociedad de la falta de legitimidad del sistema, producido por el desacople entre los objetivos y necesidades personales de los dirigentes y los problemas urgentes no resueltos de los ciudadanos.

En estos casos, si no se toman todas las medidas dentro del marco del estado de derecho, si no se construye una alternativa política democrática y si no se denuncian los avances autoritarios desde la sociedad civil; la instauración de las dictaduras y del terrorismo de estado serán el resultado. Hay algunos ejemplos de esto en la América Latina contemporánea: Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Estas tres dictaduras tienen en común la violación sistemática de los derechos humanos manifestándose en la inexistencia de división de poderes; en la supresión de la personería jurídica y la prohibición de la actividad de cualquier organización de la sociedad civil opositora (partidos políticos, sindicatos, ONGs); en la inexistencia de la libertad de prensa; en la persecución de quienes denuncian al régimen; en la supresión de la autonomía universitaria; en la censura y las listas negras para las expresiones culturales no oficiales y en la existencia de un sistema de represión estatal con presos políticos, exiliados, torturados, desaparecidos y asesinados.

En los últimos años millones de venezolanos, cubanos y nicaragüenses fueron empujados a abandonar sus países y generaron una de las migraciones forzosas más masivas de la historia contemporánea. Tal vez estos tres ejemplos sirvan como un espejo del futuro para los países que no detecten a tiempo las alertas que suponen la degradación de la democracia y no actúen en consecuencia. En un contexto global de inestabilidad, carencias y oportunidades, América Latina enfrenta un desafío histórico comparable al de la recuperación de las democracias en la década del 80.

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