El mismo drama de 2002, sin Remes, sin Blejer y sin liderazgo político

Desde la renuncia de Guzmán, la crisis pasó de financiera a cambiaria como hace dos décadas. Pero Alberto y Cristina no tienen funcionarios aptos ni controlan al peronismo, que se resquebraja

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La renuncia de Martín Guzmán
La renuncia de Martín Guzmán se produjo por una crisis financiera y la llegada de Silvina Batakis solo empeoró las cosas (REUTERS/Agustin Marcarian)

“Muchachos, acá lo que tenemos que hacer es que la codicia supere al pánico…”.

La frase la pronunció en una tarde agobiante del 3 de febrero de 2002 Mario Blejer, uno de los financistas más respetados de la Argentina, al frente en ese momento del Banco Central. Estaban en el ministerio de Economía con todo el equipo de Eduardo Duhalde, que encabezaba Jorge Remes Lenicov. El país ardía por los cuatro costados. La Corte Suprema pedía que se desarmara el corralito y se les pagara el dinero incautado a los que habían depositado dólares. El peronismo se había entusiasmado con acelerar el derrumbe de Fernando de la Rúa, y ahora sufría en el poder con una situación que se le escapaba de las manos.

Remes Lenicov y Blejer tomaron tres decisiones que lograrían estabilizar el potro embravecido. No tenían muchas opciones.

-Después de una devaluación inicial del peso del 40%, dejaron que el tipo de cambio siguiera subiendo. Del 1 a 1 de la Convertibilidad, llegó hasta los 4 pesos y con los meses fue bajando hasta estabilizarse cerca de los $ 2,80.

-Impusieron retenciones fijas del 20% para que el campo liquidara cuanto antes el producto de la cosecha con el nuevo tipo de cambio, y volcara dólares al mercado.

-El Banco Central salió a emitir letras (las célebres Lebacs) al 140% de interés anual para lograr que los inversores tuvieran un instrumento en pesos más atractivo que la inflación (aquella codicia de la que hablaba Blejer).

Jorge Remes Lenicov
Jorge Remes Lenicov

Las medidas no resultaron gratis. La pobreza se elevó al 52% y el gobierno de Duhalde debió apelar a los primeros planes sociales para sostener a los miles de argentinos que se quedaron desocupados. Pero las decisiones aplacaron la crisis cambiaria y financiera. El otro gran sostén fue político. Duhalde y Raúl Alfonsín mantuvieron el liderazgo sobre el peronismo y la UCR para sancionar las leyes de emergencia que se necesitaron.

Remes Lenicov soportó 111 días en el ministerio de Economía. Quería instrumentar una suerte de nuevo Plan Bonex para pagar las deudas en dólares, pero Duhalde no lo aceptó y prefirió renunciar. En la primera semana de abril lo reemplazaría Roberto Lavagna. Con sufrimiento y con más pobreza, la Argentina en default comenzaba a superar un escenario caótico que tiene muchos parecidos y algunas diferencias con la crisis que ahora arrincona al presidente Alberto Fernández, a la vicepresidenta Cristina Kirchner y a la ministra de Economía, Silvina Batakis.

La mayoría de los economistas cercanos al peronismo coinciden en un diagnóstico. El Gobierno está en un callejón sin salida. La renuncia de Martín Guzmán se produjo por una crisis financiera cuando Enarsa, la compañía estatal que maneja la energía y controla políticamente Cristina Kirchner se desprendió de bonos en pesos y dio inicio a una estampida de inversores privados.

El reemplazo de Guzmán por Silvina Batakis solo empeoró las cosas. Y a la crisis financiera se le ha sumado ahora una crisis cambiaria. El Banco Central no para de perder dólares y observa impotente la devaluación del tipo de cambio libre (llegó a tocar los $ 350), del dólar Contado con Liquidación ($ 322) y del dólar Bolsa ($ 315). El riesgo país quedó muy cerca de los 3.000 puntos básicos, nivel superior al de Rusia y Ucrania en plena guerra.

Cuando se compara la situación de 2002 con la actual de la Argentina, surgen las tres diferencias fundamentales con aquel momento crítico que venía de un quiebre institucional.

-Los bonos en pesos no logran captar la confianza de los inversores y el Gobierno tiene que renovar cuatro billones de pesos hasta fin de año. El presidente del Banco Central, Miguel Pesce, está convencido de que no necesita tomar decisiones audaces que despierten la codicia como sí lo hizo Blejer hace dos décadas, sin que le temblara el pulso.

Mario Blejer (Adrián Escandar)
Mario Blejer (Adrián Escandar)

-El Gobierno se niega a devaluar el dólar oficial, e insiste en público con la fantasía de que no hay devaluación en la Argentina cuando en un mes los dólares de mercado pasaron de $ 200 a cruzar la barrera de los $ 300.

-Al contrario del liderazgo político que les permitía a Duhalde y a Alfonsín conseguir los votos para las leyes de emergencia en el Congreso, hoy Alberto y Cristina no pueden garantizar los votos para ninguna iniciativa. El último consenso legislativo mayoritario fue el aval al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que contó con el respaldo de los diputados y senadores de Juntos por el Cambio. Esa situación ya no volverá a repetirse.

Los peronistas que ya se despegan

Es tal la inoperancia y la sensación de vacío de poder, que Alberto Fernández y Cristina Kirchner no pudieron disponer ninguna medida inmediata después de reunirse durante más de tres horas el sábado en la Quinta de Olivos. La tensión volvió a dominar la mayor parte del encuentro y la Vicepresidenta mantiene su obsesión de culpar al Presidente por su situación judicial. Se aproxima un pedido de condena con prisión efectiva del fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad y esa circunstancia la tiene al borde un ataque de nervios permanente.

Cristina insiste con ampliar el recambio en el gabinete, pero no se ponen de acuerdo en la magnitud de la reestructuración. Allí es donde aparece el planteo de Sergio Massa de reducir a doce la cantidad de ministerios y darle a la sociedad algunas señales de racionalización del gasto. El resultado, por ahora, es la inacción.

El único punto de coincidencia es utilizar el recurso gastado de la victimización. Tanto el Presidente, como algunos referentes del kirchnerismo, salieron en las últimas horas a acusar al campo y a la oposición de esconder posturas golpistas. Arrancó Alberto Fernández y fue como si pasara una brisa: “Hay que enfrentar a los que especulan con el dólar y guardan 20.000 millones en el campo, no los liquidan y esperan mejor rentabilidad”, dijo.

Después lo siguieron algunos personajes menores. La más pintoresca fue la senadora Juliana Di Tullio, quien primero retuiteó un video posteado por un periodista en el que mostraba silobolsas tomadas desde un drone sobre la Ruta 2 en pleno territorio bonaerense. El caso es que no se trataba de soja escondida por especuladores agropecuarios, sino que era girasol de una empresa que lo procesa desde hace quince años.

La senadora insistió horas después con otro castigo original para la especulación en dólares. En este caso, al menos, solo se expresó de forma verbal y se ahorró embarcarse en otra fake news. “Falta acción: yo quiero ver como está la Policía Federal en la puerta de cada cueva”, se entusiasmó. Si Di Tullio se detuviera a leer atentamente los expedientes de la causa Vialidad, tal vez se sorprendería hallando a algún compañero o compañera de militancia en la puerta de las cuevas que tiene ganas de allanar.

En la tarde del domingo, fue el bloque de diputados del Frente de Todos (el que preside Máximo Kirchner) el que salió a denunciar su repudio a supuestas “maniobras y expresiones de neto corte golpista”, a una “brutal corrida cambiaria que pretende una devaluación de la moneda” y a “dirigentes políticos y operadores mediáticos planteando el adelantamiento de las elecciones”. Después llaman a la responsabilidad institucional de la oposición. Un clásico de la paranoia para invertir la carga de la prueba y ocultar el verdadero drama de la falta de gestión.

Como si los fantasmas de aquella batalla con el campo en el 2008 pudieran volver, uno de los opositores más duros de esos días fue quien les respondió otra vez con dureza. “Si quieren saberlo, el precio para comprar los insumos es el del dólar libre; Cristina y Alberto buscan al culpable en el campo porque no saben gobernar”, los atacó Alfredo De Angeli, por entonces productor agropecuario parapetado en los cortes de la Ruta 14 y hoy senador por Entre Ríos de Juntos por el Cambio.

La paradoja del gobierno de Alberto y Cristina, al que el experto en política exterior bautizó este fin de semana en una entrevista en Clarín con el hallazgo de “presidencialismo invertido”, es que las mayores advertencias de resquebrajamiento político no vienen de afuera sino desde las mismas entrañas del peronismo.

El más catastrófico ha sido sin dudas el activista del kirchnerismo y del Papa Francisco, Juan Grabois, quien ha criticado al Presidente en términos durísimos y ha intentado justificarse de modo sorprendente: “Prefiero hablar ahora y no cuando empiecen los saqueos”, advirtió. Fernández ya sabe a quien tiene que preguntarle si ocurre la desgracia que nadie quiere repetir.

Juan Grabois fue uno de
Juan Grabois fue uno de los dirigentes políticos que lanzó una de las criticas más duras contra el Gobierno la semana pasada

Claro que mucho más serio para el Presidente, y para Cristina también, es la postura que tomaron de inmediato los gobernadores de Córdoba y de Santa Fe. Juan Schiaretti, que ya hace bastante tiempo ha decidido separar su camino de la senda incómoda del kirchnerismo, lo hizo a través de los diputados de Córdoba Federal (Carlos Gutiérrez, Ignacio García Aresca y Natalia De la Sota), quienes culparon al Gobierno nacional por “decir barbaridades” y “atacar al campo mientras le meten la mano en el bolsillo a través de las retenciones”.

El santafesino Omar Perotti, más urgido por la derrota electoral del año pasado y la alternativa de otra derrota el año próximo que lo pueda sacar de la cancha, prefirió despegarse de Alberto Fernández en forma personal. “No comparto las expresiones del Presidente”, dijo en una radio rosarina y se preocupó por hacerlo trascender. “Las exportaciones agropecuarias fueron muy importantes en el primer semestre y no veo ninguna especulación en el sector productivo santafesino”, marcó.

Con ese panorama desolador llegó el domingo Silvina Batakis a Washington. Debe reunirse con Kristalina Georgieva y decirle que la Argentina no cumplirá con las metas de déficit fiscal, de emisión monetaria y de inflación con las que Martín Guzmán se había comprometido hace apenas seis meses cuando se firmó el acuerdo con el FMI. Deberá decirle que que tiene el apoyo del peronismo, pero en el Fondo ya saben que solo la acompañaron ocho gobernadores en la Casa Rosada y que Schiaretti y Perotti arman comunicados públicos para despegarse del Gobierno.

Batakis tampoco deberá decirle que tiene el apoyo irrestricto de Cristina porque en el FMI también saben perfectamente que la Vicepresidente no ha hecho en tres semanas un solo gesto de apoyo. Cristina esperará a que logre calmar los mercados alterados. Y si el dólar continúa su ascenso loco entre las nubes, acelerará los movimientos para buscarle un reemplazante.

Alberto, Cristina, Batakis. Todos saben lo que tienen que hacer, pero no lo hacen. Simplemente, porque no quieren pagar el costo. Porque creen que aún se puede alimentar el fuego eterno de la irresponsabilidad. O porque, como dice el politólogo Andrés Malamud, lo que el Gobierno tiene que hacer para evitar la colisión inevitable “tiene un nombre horrible y se llama ajuste”.

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