Todo el mundo habla de “cultura del trabajo’' y de “empleo genuino”: los funcionarios, los políticos, los sindicatos y los movimientos sociales demandan “crear” ese “empleo genuino”, definido como empleo privado y en blanco.
No les falta razón: según la encuesta de hogares, apenas el 30% de las personas ocupadas son asalariados en blanco del sector privado. En el resto hay de todo, desde maestros, policías o jueces, hasta ñoquis; desde dueños de empresas hasta pseudo empresarios que viven del Estado, profesionales independientes, en blanco o en negro, técnicos cuentapropistas, también en blanco o en negro, asalariados en empresas informales o en pymes que no pueden blanquear a sus empleados o un buen número de planeros que hacen changas, cuando pueden.
Más allá de las categorías, es cierto que ese escaso 30% habla de la necesidad de “crear” más y mejor “empleo genuino”.
Lo incomprensible es que quienes llenan discursos o cortan calles demandando “empleo genuino” no perciban que ese desafío supone más y mejores empresas, y más y mejor educación –en todos los niveles y en todas las edades.
En el siglo XXI hay tres formas de “trabajo genuino”: 1) siendo parte de la sociedad del conocimiento con altas capacidades, 2) con salarios bajos (una forma que está en extinción), o 3) trabajando en servicios para las dos primeras categorías. Quienes no están en uno de esos segmentos del mercado de trabajo, están –inevitablemente– en diversas formas de precariedad laboral. En todos los países están esos tres segmentos. Pero la dimensión de la marginalidad depende de la cantidad y la calidad de las personas que trabajan con su formación de excelencia en la sociedad del conocimiento. Y, por lo tanto, en la capacidad de la sociedad y de las políticas públicas para la creación y el fortalecimiento de más y mejores empresas.
En el segundo evento del ciclo de conferencias “¿Qué podemos aprender de la bioeconomía argentina?”, expusieron creadores y directivos de tres empresas de la bioeconomía que están inmersas en el siglo XXI, nadan en la sociedad del conocimiento. Las tres exportan, las tres dieron el paso de vincular la actividad empresarial con la ciencia. Fernando Buscena de Catena explicó el difícil puente que es necesario recorrer entre la isla de la actividad empresarial y la isla de los científicos: esas dos islas tienen incentivos distintos y, a menudo, contradictorios. Su desafío es llegar a producir los mejores vinos del mundo, con el aporte de la ciencia, que está integrada a la actividad empresarial. Keclon, la segunda empresa que expuso, produce enzimas biotecnológicas que sustituyen –con ventajas– catalizadores sintéticos para un buen número de procesos industriales. El creador de la empresa es un científico que, tras poner en marcha la planta industrial, volvió al laboratorio y sigue investigando y alentando a un grupo de científicos jóvenes a que investiguen con el ánimo de encontrar productos y procesos innovadores que puedan convertirse en empresas que solucionen problemas.
El gran número de productores agropecuarios que son accionistas de Bioceres –la tercera empresa que expuso– muestra, el compromiso del sector con la ciencia, la innovación y –en definitiva– con el futuro. Por Bioceres expuso Claudio Dunan, uno de sus fundadores. El gran logro de la empresa es haber acompañado al Instituto de Agrobiotecnología de la Universidad Nacional del Litoral y del Conicet, que lidera la científica especializada en biotecnología vegetal Raquel Chan. El instituto aisló el gen del girasol que explica la resistencia de esa oleaginosa a la falta de agua. Ese gen, permitió a Bioceres desarrollar y comercializar semillas de trigo y soja resistentes a sequías. Y se avanza hacia otros cultivos: un aporte fundamental para la seguridad alimentaria mundial en tiempos de calentamiento global.
Además de exportar, Bioceres está integrada con otras empresas del mundo en su proceso de investigación científica, innovación, comercialización y financiamiento: es líder global en insumos para la producción agrícola con sustentabilidad ambiental, y avanza en desarrollos biotecnológicos en salud humana y otros campos del conocimiento.
Sobre el final del evento se habló de políticas públicas. Por lo tanto, implícitamente, de “empleo genuino”, ya que este depende –en buena medida– de más empresas como Catena, Keclon y Bioceres. Y de las políticas públicas educativas, científico tecnológicas y de desarrollo económico que faciliten su creación y fortalecimiento. A continuación, algunas de las conclusiones:
Más allá de los tres ejemplos que se mencionan, la vinculación entre las empresas y la ciencia en la Argentina es precaria. Una de las razones es que el marco institucional y los incentivos de los científicos en la Argentina, dificultan esa vinculación.
Salvo contadas excepciones, las empresas privadas están lejos de dar el salto hacia la innovación basada en desarrollos científico tecnológicos. En buena medida, eso se debe a que esos desarrollos son de alto riesgo, particularmente para las pymes. Sin embargo, en muchos países hay políticas públicas para acotar ese riesgo. En la Argentina esas políticas son insuficientes o inexistentes. Los ejemplos internacionales pueden servir como inspiración para resolver esa carencia.
Y, lo más importante: sin un sistema educativo a la altura del siglo XXI, ni la ciencia, ni la competitividad de las empresas, ni el “empleo genuino” tienen futuro en la Argentina.
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