La rueda virtuosa del campo está frenada

El proceso que habíamos iniciado en 2015, con mejores rutas y más trenes de carga, menos retenciones, menos trámites y más mercados para exportar, hoy está detenido o en retroceso

"Los aumentos de las retenciones y otros impuestos, sumados a una innecesaria desconfianza y agresividad, han detenido una rueda virtuosa", aseguró Macri

Poco antes de asumir como presidente, en 1868, Domingo Faustino Sarmiento dio un discurso en el que prometió hacer “cien Chivilcoy”, porque era uno de los pocos lugares del país donde la agricultura se estaba tecnificando, los productores tenían títulos de propiedad y la ciudad se iba llenando de gente con ganas de progresar y participar de la cosa pública. Ahora diríamos que en aquel Chivilcoy había un ecosistema productivo, donde distintas personas se asociaban para generar innovación y mejoras para toda la comunidad.

Uno podría decir hoy, emulando a Sarmiento y tomando una expresión de Fabio Quetglas, que la Argentina necesita “cien Tandiles” o “cien Villas María”, es decir, ciudades medianas y exitosas, con sus universidades, sus empresas y sus ecosistemas productivos, que impulsen el agro y la innovación –con un lugar destacado para la biotecnología y el AgTech– y den oportunidades de trabajo a la gente de la zona, tanto a quienes no terminan el secundario como a aquellos que logran una educación de clase mundial y quieren quedarse en el lugar de sus afectos. Siempre dije, especialmente cuando era presidente, que un objetivo de la clase política debería ser permitirle a cada argentino desarrollar su proyecto de vida en el lugar donde nació. La expansión de este tipo de ciudades, de las que Tandil y Villa María son sólo dos ejemplos, sería una excelente manera de hacerlo.

Lamentablemente, este proceso para el campo que habíamos iniciado en 2015, con mejores rutas y más trenes de carga, menos retenciones, menos trámites y más mercados para exportar, hoy está detenido o en retroceso. El Gobierno ve al agro sólo como una fuente de dólares a la que exprimir, sin valorar su potencial científico, su capacidad para generar cadenas de valor y de inserción federal. Los aumentos de las retenciones y otros impuestos, el regreso del cepo cambiario y los cupos (y las prohibiciones) a la exportación y el exceso de regulaciones, sumados a una innecesaria desconfianza y agresividad, han detenido una rueda virtuosa que finalmente se había puesto en movimiento.

Estas decisiones tienen costos, a veces medibles y a veces no tanto. Entre los costos no medibles están los jóvenes que, sin oportunidades, se van a trabajar a las grandes ciudades o fuera del país, abandonando el lugar donde nacieron. Esas ciudades rurales necesitan esa energía para prosperar y posicionares como polos de atracción, pero la pierden porque el Estado les está diciendo que su trabajo no es valioso y que no vale la pena innovar, invertir o esforzarse al máximo.

Las principales organizaciones de productores agropecuarios se manifestaron la semana pasada para exigir cambios en la política económica de Alberto Fernández

Hay costos, sin embargo, que sí se pueden medir. Nuestra producción de granos está estancada, cuando podría estar explotando. En la campaña 2020-2021, la última con datos oficiales, se cosecharon 139 millones de toneladas, todavía por debajo de la de 2018-19 y similar a la de 2016-2017. Siguen siendo cifras importantes, que colocan al campo argentino entre los principales productores mundiales, pero muy inferiores a lo que podrían ser si le damos al campo las herramientas y el impulso para hacerlo. Brasil, por ejemplo, no solo duplicó su producción de granos en los últimos diez años: también pasó de importar carne argentina a ser el principal exportador global, mientras desarrollaba ciudades como Goiania o Quirinópolis.

Este estancamiento no sólo impide o ralentiza el desarrollo de una parte importante del sector: también nos cuesta plata. Una mayor producción y exportación de granos permitiría el ingreso al país de decenas de miles de millones de dólares que serían muy útiles para aliviar nuestros problemas macroeconómicos (aunque no fiscales, porque sigo creyendo que en el mediano plazo las retenciones deberían dejar de existir). Y les daría a los productores y a todo el ecosistema productivo del agro recursos para continuar en la vanguardia de la biotecnología y la innovación ligada al campo. No es solo expandir el área sembrada, es hacer aún mejor lo que ya hacemos bien.

Como nos pasa con la energía, estamos perdiendo una gran oportunidad, desperdiciando tiempo mientras el mundo avanza y nos pone en bandeja la chance de ser líderes globales. Tenemos que reaccionar y retomar el rumbo iniciado en la década de los ‘90 y después en 2015. No lo veo posible con este Gobierno, que insiste en ver al campo sólo como un enemigo o una fuente de ingresos. Por eso debemos tener en claro que a partir de 2023 no debemos ver al campo como nuestra rama principal de exportaciones (que también lo es), sino además como un motor de prosperidad, arraigo e innovación en buena parte del país.

La comunidad del campo sabrá cómo hacerlo. En 20 años duplicaron el área sembrada cuando se eliminaron las juntas de granos y carnes, inventaron la siembra directa (y la exportan al mundo), los silobolsas, el alimento para destete precoz, el trigo y la soja resistentes a la sequía, clonaron la vaca Pampa y son líderes de una revolución del AgTech, con más de 100 apps que se usan en muchos países. Esta nueva generación puede liderar una nueva revolución de las Pampas, sin esperar nada del Estado a cambio. Así florecerán los próximos Tandiles, las próximas Villas María. Aquellos Chivilcoy soñados por Sarmiento. Sólo necesitan que los dejen trabajar. Es triste ver cómo ahora no lo están haciendo.

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