Mirar la cara de Greto Garbo. Vale la pena recrearse, internarse en la belleza de la actriz cuya personalidad y misterio fundó un mito que no se debilita, como corresponde a los seres o relatos fundadores. Contra la idea chirriante y en boga, la jactancia de ignorar aquello que merece ser conocido solo en el tiempo en que se vive –”No sé, yo no había nacido”- de oídas, por amistad con el cine, por la vía más impensada.
Todo el mundo sabe algo de Greta Garbo. De La Divina. De Garbo, como se llamó cuando llegó a los Estados Unidos contratada por uno de la Metro para hipnotizar su metro 71, los hombros de apariencia frágil que no revelaba años de una forma de yoga muy física y rigurosa y el método creado por Joseph Pilates.
Mirar la cara de Greta Garbo. El pelo cortado en melena, cejas y labios finos -finitos- mucho antes de que llegara el factor afro como parte del triunfo hip-hop como estética y cultura, ni exposición de piernas formidables ni las tetas majestuosas y abundantes que forman el cielo erótico de los Estados Unidos de América, sin sonrisas para regalar. La seriedad de la mirada se tomó como frialdad. Error: se trataba de unos ojos exploradores, calientes. Recordó Sara Montiel, casada con el productor y director Anthony Mann, que “GG nos visitaba, tomábamos algo y jugábamos al tenis. También nos recreábamos en el azul que nos miraba”.
Era una chica sueca
Greta Lovisa Gustafsson nació en Estocolmo el 18 de septiembre de 1905, en una familia de recursos cortos. La madre, costurera. El padre, barrendero, murió cuando quien iba a ser Grato Garbo tenía 14 años. Ese barrio era de tiempo lento y calles grises. Volaron los meses. Greta fue contratada de un una gran tienda para su línea de sombreros: todo lo quedaba bien y los dados ya rodaban hacia el cine en los ardores de una industria de potencia enorme.
Pasó por Alemania, donde actuó en “Bajo la máscara del placer”, que consiguió incorporar a Marlene Dietrich. Se conocieron en un cabaret gay, aunque sobre todo de ambiente lésbico, y desde allí guardaron una relación que duraría años hasta una ruptura pegajosa y vengativa: Marlene contó para muchos que la actriz máxima que haya dado el cine, tanto mudo como sonoro, usaba la ropa interior demasiado trajinada y “aquello de abajo demasiado grande”. Vengativa, para alguna explicación tan poco -pongamos- educada, porque Garbo era al revés que la leyenda alemana, cuya sensualidad tenía como atracción y deseo la proximidad, la respiración cercana, la voz, tenía como norma callar. No como virtuosismo luterano extremo -no meter la pata-: la Garbo sentía y obraba una sexualidad desbordante, pero no contaba sus relaciones a nadie. Era una de las diosas de la antigüedad –para el poeta, novelista, como investigador de lo muy remoto, Robert Graves, los dioses eran diosas- convocada a la modernidad.
Marlene no dejó de agregar que Greta era aldeana, inculta y poco inteligente. Garbo prefería la discreción sobre el deseo. Marlene Dietrich, queda visto, era capaz de desenrollar cualquier aspecto personal. Historiadores de bajo de la cama deben agregarse a la mexicana Dolores del Río y la poeta española Mercedes de Acosta. Con tendencia al amor de las mujeres, no dejó de entrar bajo sobre las sábanas con Jean Gabin, Orson Welles, John Wayne, entre los más famosos. Siempre con prudencia y sin ruido, regla que no podía quebrarse.
Con una psique peculiar al punto de exigir que se la dejara sola en muchas pausas de rodaje, no iba a fiestas, era lo que hoy llamaríamos antisocial. No aislada o solitaria por exigencia de ser quien era siempre llevó como compañía la propia. Su pensamiento, su aire para ir por el mundo pedía hacer que fuera considerada alguien que estaba en la cima de una montaña que aborrecía. “Solo quiero que me dejen en paz”.
El paso desde el cine mudo con una intensidad necesaria y ganadora que pedía sobreactuación técnica al sonoro multiplicó su embrujo. Astros consagrados terminaron cuando empezaron a hablar. El galán aflautado y la rubia irresistible con un pito como los que se ponen dentro de un garbanzo para soplar el árbitro, empujó a muchos y adorables del gran Hollywood al precipicio. Mary Pickford es un ejemplo paradigmático. Greta, con su acento sueco, no solo pasó la prueba sino también añadió adoración, fama y dinero. En tanto, la unión de Garbo y Marlene -dejó Alemania por oponerse a Hitler y su brutal embestida sobre el mundo- se marchitaba.
Al cine
Hoy en día pueden verse Greta Garbo con placer. Mata Hari, La Dama de las Camelias, Ana Kerenina, La Reina Cristina de Suecia, El demonio y la carne, La Dama Misteriosa, Anna Christie, quizás el récord con 24, y Ninotchka (1939), a destacar por la ruptura de su rumbo y éxito mundial con la selección de papeles dramáticos con la comedia sobre la URSS dirigida por Ernst Lubistch donde rompe a carcajadas por una escena de tropiezos y equívocos.
Pero la más fascinante y misteriosa, resolvió cierto día dejarlo todo.
La fuga
Greta Garbo se fue. Desde Los Ángeles hasta Nueva York donde jamás volvió a ser vista en imágenes, sino captadas por paparazzi ocasionales hasta el fin en el 90. Se fue de Hollywood, se fue de sí misma, escapó del tiempo que iba a venir, uno por día, por aburrimiento, por miedo. Greta Garbo se fugó. Lo dejó todo a los 36. Hay fotos de esa metamorfosis. Pocas. En alguna se la ve salir desnuda y con canas de la pileta que ocupaba en un edificio lujoso de la ciudad. Jamás volvió a hablar. Arropada por la toalla camina sin nadie con el paso lento y flexible de sus pies número treinta y cuatro.
Varios ensayistas, monólogos y obras para teatro, novelas, han dedicado a la atrapante sueca que enamoró un planeta, y llegarán más. Nos lleva ahora mismo en la cabeza, 18 de julio de 2022.
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