Argentina en crisis, casi una costumbre. Repetir que de esto se sale con un acuerdo ya cansa. Casi es una verdad de Perogrullo.
Nuestro país tiene muchos problemas, algunos estructurales y que merecen un tratamiento de mediano y largo plazo. Hay dos que nos acompañan desde hace mucho tiempo, el desmanejo en la política de servicio público de energía y el del comercio exterior.
En energía no hay mucho que inventar, los que quieren hacer difícil lo fácil son los que tienen intereses inconfesables para que el tema no se encauce en la normalidad.
Es mentira que es un problema mundial, es mentira que en todo el mundo se subvencionan las tarifas. Es mentira que es un problema complejo.
La generación de energía tiene un precio, transparente, auditable, concreto. El transporte de esa energía también lo tiene.
El precio más complejo es el de la distribución a los usuarios generales, no el de las grandes industrias.
Ese precio depende de la concentración de la población, del tipo de consumo que tienen y del clima de cada lugar. Todos son diferentes, pero también se pueden establecer con precisión.
Por esa razón cada provincia define su cuadro tarifario de distribución y por eso el AMBA puede, aun sin subsidios, tener una tarifa menor. Aunque lo justo sería que la Provincia de Buenos Aires pueda administrar esa tarifa de la misma manera que las demás. Compensando los costos de las áreas más alejadas y menos pobladas con las de mayor densidad, lo que haría más racional su precio final.
Cuando se dictó el último y vetusto marco regulatorio, incumplido desde el 2002 hasta la fecha. Se estableció como parámetro del cuadro tarifario el costo de la energía y la calidad de servicio.
Como dijimos, el costo de energía se conoce hora a hora de cada día, no es opinable. El de la calidad de servicio se establece en función de la cantidad de horas de corte del suministro por año y de la cantidad de fallas en el sistema admitidas. Si se incumplían una u otra se multaba a las distribuidoras.
Nada se cumplió, entonces el problema es claro y la solución también, es que se pretende intervenir en una industria que no admite intervención alguna.
Si se quiere subsidiar se lo hace después de establecer la tarifa, que se expresa en la factura y luego se subsidia lo que el Congreso por ley establezca en el presupuesto anual. Simple y sencillo.
En ese tema las cuentas nacionales argentinas se juegan 15 mil millones de dólares para este año.
Es simple, si lo complican es porque ocultan objetivos.
El otro tema es el del ingreso y egreso de divisas.
La aduana para Argentina es un problema que la antecede, ya el Virreinato no pudo con el contrabando en nuestros puertos.
Comenzar con los efectos del contrabando es comenzar por los pies, no será buscando contrabandistas como se solucionará, en todo el mundo los hay, aquí son endémicos.
El problema está en el Estado, está en la aduana, en el sistema financiero, en el control del comercio exterior.
Empecemos por la Aduana, al igual que en la AFIP, se debe remunerar a los funcionarios a cargo en una cantidad acorde a la responsabilidad que tienen. Deben ganar groseros ingresos para poder competir con los cantos de sirena del contrabando.
Con ese instrumento se debe tomar a los funcionarios que autorizan el movimiento de entrada y salida de las mercaderías y advertirles que sus tarjetas de crédito, movimientos de fondos, de ellos y de sus familias serán auditados y que ante la más mínima duda se los suspenderá en sus funciones y en caso de ser culpables de una acción delictuosa se los procesará como corresponde.
Argentina tiene un contrabando obsceno y un movimiento financiero de sus mercaderías de importación y exportación incontrolado.
Si esas dos áreas se ponen en orden nuestro país pasará a hablar de cómo administrar su superávit y no de como ajustar su déficit.
Para eso si se necesita un acuerdo, para lo otro, que es sumamente simple, lo que se necesita es poder y convicción para hacerlo.
Recordemos la muerte del Gral. Echegoyen. Decía el diario La Nación en 1990: “Tengo que salir al aire y decir lo que sé”, se impacientó el fallecido brigadier (R) Rodolfo Echegoyen el 12 de diciembre de 1990, horas antes de morir, mientras se dirigía con su hijo Rodolfo al casamiento por civil de éste. Dos meses antes había renunciado a la administración de la Aduana, en la que investigaba presuntos casos de contrabando, drogas y lavado de dinero.
Es tanto el dinero en juego en el comercio exterior que remunerar bien a los funcionarios que lo hagan eficiente es un acto rentable de justicia.
Es tan fácil reducir a la mínima expresión el subsidio a la energía que no hacerlo es un acto de fraude al pueblo argentino.
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