El problema del desempleo joven nos atraviesa. Es un tema que nos convoca y nos anima a muchos a abordarlo. El anhelo es enfrentarlo probando alternativas que logren movilizar estrategias que den respuestas concretas y en definitiva lograr abrir nuevos caminos posibles para aumentar las oportunidades de desarrollo.
Probablemente exista una diversidad de perspectivas que pueden explicar y analizar las causas del asunto que se plantea. Desde la observación y la complejidad que nos envuelve en la práctica, observamos entre otras variables que explicarían el desempleo joven, la limitación que enfrentan muchas empresas al momento de abrir puestos de trabajo. Leyes y altas cargas impositivas parecerían traccionar para el lado contrario, desalentando entonces esta posibilidad. No puede, por otro lado, tampoco atribuirse como consecuencia de una determinada coyuntura ideológica, partidaria o de gobierno, ya que nuestro país viene mostrando cifras elevadas de desempleo juvenil hace décadas.
Hoy traigo una reflexión que se orienta a aquella porción de empleo que está disponible y a la cual le resulta muy complejo llegar a aquellos jóvenes que provienen de contextos sociales vulnerables.
Aquel chico de 20 años que vive en un barrio carenciado, trabaja en el mercado informal, y aquella joven de 22 años que fue madre a los 19 —y que por tener a su hijo pequeño no logra ser admitida en un puesto de empleo formal—, quedando igualmente limitados a aceptar trabajos bajo condiciones y pautas de total precariedad que en numerosos casos, se encuentran al límite de la violación de los derechos humanos.
¿Se puede progresar desde ese presente? ¿Qué sensaciones y emociones tiene un o una joven como ellos? ¿Qué confianza se tienen en esa situación tan limitante?
¿Cómo nos sentiríamos cualquiera de nosotros en esa misma situación? ¿Qué haríamos? ¿Cómo podríamos pensar nuestro presente? ¿Cómo perciben desde allí la mirada de una sociedad agitada que a la vez los mira? ¿Cómo podrían confiar en que pueden y merecen alcanzar “un empleo digno”, viviendo donde viven? ¿Cómo confiar en el anhelado progreso a pesar de estar rodeados de limitaciones y formando parte de contextos sociales vulnerables?
¿Y nosotros? Quienes los miramos… ¿podríamos apostar por ellos? ¿Podríamos tan sólo “abrirles una puerta” para darles una oportunidad?
Parecería que desde la observación en perspectiva, así como los jóvenes no podrían cambiar su realidad sin poder alcanzar “una oportunidad concreta”, aquel que puede generar esa oportunidad de empleo, tampoco podría acercarla a quien se autopercibe sin posibilidad de salir adelante desde un contexto lleno de limitaciones.
¿Y entonces?
Hace muchos años soy parte de una fundación en la que nos dedicamos, no sólo a abordar la complejidad del desempleo joven en contextos de vulnerabilidad, sino que aprendimos a trabajar en la construcción de confianza.
Comprobamos el real poder de la confianza, que radica en la energía transformadora y expansiva que provoca a su vez. Me refiero al poder de la confianza en uno mismo, la confianza en los otros, la confianza que los otros depositan sobre uno mismo.
Vamos por la vida construyendo vínculos desde los más próximos a los más distantes, y la confianza en uno mismo, en los otros y en la que los otros depositan en uno es determinante para nuestro presente.
Si deseo alcanzar un empleo, salgo a buscarlo, pongo en juego habilidades y si activo la confianza en que sí lo voy a lograr, muy probablemente algo a favor consiga o finalmente se cumpla.
Si quiero aportar valor desde mi rol en la sociedad, abriré puestos de empleo dándole oportunidades a los jóvenes sin experiencia y que viven en barrios marginales, porque confío en sus valores potenciales, confío en que podré influir positivamente en ellos, confío que detrás de ellos hay familias conectadas que resonarán también a favor del progreso gracias a ese joven que logrará un empleo de calidad.
La confianza se activa o no, y depende de cada uno.
Sin confianza, nada podemos construir.
Mientras el desempleo joven siga siendo un problema, tal vez sea momento de ocuparnos también de aquellos mecanismos que podemos activar para que en la porción de las posibilidades de empleo que encontramos, haya un lugar de confianza en aquellos jóvenes que hoy no se están pudiendo autopercibir desde ese lugar.
En la fundación nos encontramos con muchísimos testimonios que rodean esta idea: “Encontré mucho más que un programa de capacitación para la empleabilidad, encontré un lugar que me dio seguridad, confianza y motivación para esforzarme y crecer”; “Gracias por darme la oportunidad de formar parte de la fundación”; “La historia de vida de Aldana me llena de emoción y valentía”; “Ella me enseñó a mí”, nos dicen cientos de los voluntarios, todos grandes profesionales y ejecutivos de empresas.
Y así construyendo confianza en uno y en otros, vamos ganando todos. Porque si la vida de un o una joven logra progresar, es porque alguien confió. Ellos, en sí mismos, y a la vez ese otro y esa otra que “le abrió las puertas”.
La experiencia de comprobar cómo nuestro corazón se expande cuando vemos que producto de la confianza hemos hecho bien a alguien, es en definitiva lo que tal vez nos confirma que la oportunidad que se genera va en distintas direcciones: en quien abre una oportunidad y en quien la recibe, al mismo nivel.
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