Los muchachos siempre son los primeros en darse cuenta. A mediados de mayo, hace apenas dos meses, el presidente de uno de los bancos más importantes de la Argentina se fue extrañado de la reunión con los gremios para acordar la paritaria salarial de este año. Para no tener demasiadas fricciones por la inflación, les ofrecieron un acuerdo por el 80% de aumento en los sueldos sin posibilidad de revisión. La proyección inflacionaria era entonces del 60%. Por eso, los banqueros se sorprendieron con el rechazo.
-Cerremos en un 60% con dos cláusulas de revisión: una en octubre y otra en noviembre…-, contraatacaron los negociadores del dirigente kirchnerista Sergio Palazzo.
- Pero les estamos ofreciendo un 20% de suba real sobre la inflación; se van a arrepentir.-, advirtieron los banqueros.
Pero los sindicalistas no se arrepintieron y se fueron muy tranquilos. Ya sospechaban que Martín Guzmán tenía poca vida como ministro, y que la inflación era la tortuga que se le iba a escapar indefectiblemente al gobierno de Alberto Fernández.
Una vez más, estaban en lo cierto. Recién promedia julio y la suba proyectada del costo de vida ya cruzó larga la barrera del 80%. El fantasma más temido del peronismo es la inflación de tres dígitos, una tragedia que la Argentina sufrió en 1975 y que, por su autor intelectual (el ministro de Isabel Perón, Celestino Rodrigo), se conoce en la historia economica como “rodrigazo”.
La cuestión con los gremios no ha mejorado ni mucho menos con el reemplazo de Guzmán por Silvina Batakis. El miércoles surgió el primer mazazo sindical para la ministra de Economía. Y fue uno de los secretarios de la conducción de la CGT, Pablo Moyano, el que le clavó la primera banderilla. “Batakis es la continuidad de Guzmán porque dijo que va a cumplir el acuerdo con el FMI”, disparó el camionero. Y, aunque sin muchas precisiones, anunció que habrá una movilización de la central sindical “contra los formadores de precios”. El Gobierno ya sabe que nada bueno pueden esperar con la CGT saliendo a la calle.
Moyano hijo tiene el ADN que tiene. Son muchos en el peronismo los que recuerdan que fue Hugo Moyano el primero en advertir públicamente en agosto de 2013 que Cristina Kirchner marchaba hacia una derrota electoral inevitable.
“Los gobernadores y los intendentes empezaron a sentir el olor a cala”, fue el mensaje de floricultura que entonces lanzó Moyano padre para provocar a Cristina y para que todos lo entendieran. La cala es una herbácea perenne con una olorosa flor blanca que se deja ver en los funerales. Toda la política sabe de qué se habla cuando se habla de calas. Quizás, Alberto Fernández debería prestarle más atención a la simbología vegetal de los Moyano.
La carga de bayoneta de Pablo Moyano contra la ministra Batakis y con el Presidente llega en el peor momento. El miércoles el dólar blue cruzó la línea de los $280 y el riesgo país volvió a situarse por encima de los 2.700 puntos básicos. Ni los mercados financieros ni las organizaciones empresarias terminan de confiar en el plan para sortear la crisis económica, del que solo se conocen enunciados voluntaristas y escasas definiciones.
El último gesto de la ministra fue reemplazar al titular de la Comisión Nacional de Valores, Adrián Cosentino, por su segundo, Sebastián Negri. El cambio repercutió mal en un mercado que va a tientas en la incertidumbre. Batakis intenta controlar las dos variantes del dólar que están fuera de control: el Contado con Liquidación (CCL) y el Dólar Bolsa (MEP). Todo indica que ahora buscarán ponerle más regulaciones y cepos a través de la CNV.
Cosentino había sido designado por Alberto y por Guzmán en el comienzo del Gobierno. Y los tiburones de la City le reconocieron siempre su conocimiento y su experiencia. Había sido secretario de Finanzas en el equipo de Amado Boudou, y en el de Hernán Lorenzino, cuando Cristina tuvo su fantasía neoliberal por un par de años hasta que a Boudou lo tumbó el fraude en la causa Ciccone, y Lorenzino se convirtió en una celebridad de las redes sociales con solo tres palabras: “Me quiero ir”. Otros tiempos.
Batakis y sus nuevos funcionarios se apuraron el miércoles a tratar de mostrar resultados. Celebraron como una victoria la licitación de deuda interna por unos 122.000 millones de pesos, cerca del 40% de los 490.000 millones que vencen a fin de mes. Pero los operadores financieros más escépticos creen que el resultado no habría sido el mismo si los bancos no hubieran recibido una garantía de recompra de bonos del Banco Central.
Claro que la ministra navega en medio del huracán y agradece cualquier momento de sosiego. Sabe que, además de los corcoveos del presente, hay un cuello de botella que será su examen más exigente. Los vencimientos de más de dos billones de pesos en bonos que tendrá en septiembre, junto con la renegociación de casi todas las paritarias. “La están acorralando el dólar, la inflación, los mercados, los empresarios, los piqueteros de Cristina y ahora los gremios; a Silvina se le agotó el crédito en 10 días”, se preocupa un ministro que le tiene afecto.
El miércoles debió enfrentar el primer paro de actividades de los productores agropecuarios y este jueves tendrá un desafío exótico: el que le plantean el dirigente piquetero de izquierda, Eduardo Belliboni, y el activista Juan Grabois, un referente del Papa Francisco que ha criticado y luego defendido la situación patrimonial de Cristina y quien, en estos días, se ha convertido en el crítico más ponzoñoso del Presidente. Y eso que tiene muy calificados competidores. Pero Grabois acumula méritos.
“El Presidente está en un termo con sus amigos de la Capital Federal, tiene que reaccionar”, arrancó dulce Grabois, en una entrevista. El gobierno de Alberto “es una decepción tremenda”, siguió en la misma línea, y también reservó lo suyo para Batakis. “Le tenía fe, pero el pueblo no tiene más tiempo para escuchar a la nueva ministra decir que está todo bien con el FMI”. Casi como si no fuera un integrante más del Frente de Todos, emulando la estrategia de la simulación opositora que viene ensayando Cristina para tomar distancia.
“Se acabó el tiempo; ahora viene la protesta”, amenazó Grabois, invitado este jueves a compartir marcha junto a Belliboni, uno de los jefes piqueteros del Polo Obrero. Los dos, junto a otros activistas de grupos de desocupados y trabajadores informales a los que agrupan bajo el concepto de “economía popular”, le reclamarán al Gobierno la implementación de la ley de “salario básico universal”. Un sueldo no contributivo con obra social para 7,5 millones de personas, que se sumarán a los gastos del Estado y al desequilibrio fiscal que la Argentina no consigue resolver.
Como si no arreciaran las complicaciones económicas y el deterioro acelerado del ingreso de los argentinos, Alberto (y Batakis) sufren en estas horas la reducción de la fortaleza política a niveles minúsculos. Cristina y Máximo Kirchner mantienen el mísero respaldo de su silencio. Pero el Presidente y la ministra saben perfectamente que los ataques de la CGT, la CTA y los Grabois de este mundo tendrían cero relevancia sino contaran con el combustible esencial de la estrategia kirchnerista.
El 1º de julio pasado, en el aniversario de la muerte de Perón, un colaborador del Presidente negoció con la cúpula de la CGT que los gremios le prestaran el salón Felipe Vallese para que Alberto Fernández presidiera el acto y mostrara algo de fortaleza política frente a los embates de Cristina. “Si ustedes no nos ayudan, se va a terminar cayendo el Gobierno”, dramatizó el funcionario.
Los jefes de la CGT aceptaron el pedido, pero pidieron a cambio que Alberto les asegure unos $35.000 millones para las obras sociales sindicales y otros 5.000 millones adeudados del año pasado. “Cuando el piso se mueve, lo único seguro es la guita”, explica un sobreviviente de tres décadas de crisis argentinas.
En otra exhibición asombrosa, el ministro Aníbal Fernández ha dicho que el Presidente “ha conseguido cosas mágicas para el país que debieran premiarse”. Hasta ahora ha logrado un país sin rumbo ni moral, con la inflación y la pobreza como las únicas dos tendencias que se consolidan. Cuesta imaginar un premio adecuado para esta decadencia a la que le faltan dieciseis meses.
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