La cuestión mapuche desde la historia y la Constitución: por qué es anacrónico el indigenismo

Lo más llamativo de la virulencia reiterada de grupos que se arrogan representatividad aborigen es que no se replica en lugares históricamente habitados por guaraníes, quom, wichís o huarpes, por citar solo algunas de las comunidades indígenas integradas, que no levantan banderas secesionistas

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No cesan los hechos de violencia reivindicados públicamente por agrupaciones que dicen representar a los mapuches, en distintos puntos de la Patagonia, que van desde la usurpación de terrenos pertenecientes a particulares o al Estado Nacional, hasta el incendio de capillas y oratorios, en la mayoría de los casos ante una pasividad llamativa por parte de las autoridades.

Una primera aproximación nos muestra a las claras que la violencia es desplegada por pequeños grupos que no son expresión surgida del pueblo cuya representatividad se arrogan sus voceros o referentes. Basta con trasladarse a esos puntos de nuestro territorio para advertir fácilmente que tales grupúsculos violentos generan masivo rechazo por parte de la población en general, lo que quedó gráficamente demostrado en noviembre de 2021 cuando gauchos participantes de un festival en El Bolsón (Río Negro) disolvieron a rebencazos un piquete de “mapuches” que tenía a maltraer a los vecinos. Es una imagen que debe llamar a la reflexión: los vecinos de El Bolsón apoyaron la firme actitud de conciudadanos suyos hartos de tanto atropello y de la conducta omisiva de las autoridades; funcionarios que, al asumir sus cargos, juraron hacer cumplir la Constitución.

Aclaremos por otra parte, que nuestra Constitución Nacional no utiliza la expresión “pueblos originarios”, sino que refiere a “pueblos indígenas argentinos” (art. 75, inc. 17); en similar sentido, apelando al vocablo “indígena”, lo hace la Declaración de Naciones Unidas de 2007. Por tanto, la alusión a pueblos “originarios” tan recurrente en algunos ámbitos, resulta inapropiada cuando nos referimos a las etnias existentes a la llegada de los españoles siglos atrás. Además de tener un tono discriminador porque implícitamente sugiere que hay ciudadanos “originarios” y otros que pese a haber nacido acá seríamos –por una cuestión racial- “posteriores”, resulta ambigua y confusa, desde que en la historia de la humanidad no hay pueblos estáticos o fijos en un determinado espacio. En todo caso, según los últimos relevamientos, existe consenso en considerar que el género humano, sin especificar una etnia, es originario de lo que hoy llamamos África, y que hace aproximadamente 30.000 años los primeros grupos habrían llegado a América, procedentes de Asia, distinguiéndose en múltiples etnias, desde sioux y mohicanos en el Norte hasta onas y tehuelches en el Sur.

La Constitución Nacional no utiliza
La Constitución Nacional no utiliza la expresión “pueblos originarios”, sino “pueblos indígenas argentinos” (art. 75, inc. 17); también la Declaración de Naciones Unidas de 2007 usa el vocablo "indígena".

En todo caso, citando al filósofo Alberto Buela, lo verdaderamente originario de Iberoamérica es que buena parte de su población no será, luego de 1492 y producto de sucesivas oleadas migratorias, ni indígena ni europea, sino mestiza. Y es quizás ese fecundo mestizaje que nos es propio, que algunos veían como un lastre para su desarrollo (Juan Bautista Alberdi en Bases y Domingo F. Sarmiento en Facundo), donde se encuentra su verdadero potencial, aún en gran medida inexplotado.

Sucede algo curioso con este súbito indigenismo que florece en Hispanoamérica, cuyos voceros forman parte de ONGs que, en el caso “mapuche”, poseen llamativamente sede en países del Hemisferio Norte (“Mapuche-Nation” tiene domicilio en 6 Lodge Street, Bristol, Inglaterra). Lo más llamativo es que la virulencia reiterada a la que recurren estos grupos separatistas, financiados desde el exterior, queda circunscripta a los “mapuches”. Esa modalidad violenta y al margen de la ley no se da en lugares históricamente habitados por guaraníes, quom, wichís o huarpes, por citar solo algunos de muchos ejemplos de comunidades indígenas completamente integradas y que no levantan banderas secesionistas.

En Europa no existen reivindicaciones de pueblos “originarios” con el sentido, alcances y fines con los que se la admite sin crítica entre nosotros. Por caso, en Italia –geografía por la que pasaron decenas de pueblos de distinta procedencia- no tienen un reclamo etrusco, ni se contrapone lo etrusco con lo latino ni con las tribus germánicas que llegaron luego de la caída del Imperio Romano, ello sin perjuicio de reconocer que esa vertiente, la etrusca, junto a las otras estructura lo que constituye la identidad italiana. En el caso italiano, al que podríamos sumar a otras naciones europeas, la identidad se compone y nutre por capas sucesivas, que no se oponen ni eliminan entre sí. No opera allí una lógica de ruptura, sino de continuidad y de síntesis, simplemente porque en la historia de la humanidad el ideal eugenésico de “pureza racial”, étnica o de linaje, no suele materializarse. Los pueblos, aquí y en otras latitudes, parecen optar por el mestizaje que permite que el elemento aglutinante de la comunidad deje de circunscribirse a un mero elemento biológico y migre hacia categorías filosóficas (ideales de vida) o espirituales (una fe compartida).

Esos pueblos comprenden, además, que por más que puedan existir en su seno serios problemas sociales incluso a nivel racial, la solución jamás puede pasar por un intento por retrotraer las agujas del reloj de la historia a siglos atrás. El fundamentalismo indigenista incurre literalmente en un anacronismo.

¿Se entiende el uso de comillas en el vocablo “mapuche”? Porque la realidad es que quienes se arrogan esa representatividad no lo son en su inmensa mayoría. Son impostores que, por razones de las que alguien debería dar cuenta, han logrado tomar de rehén a buena parte de la intelectualidad fundamentalmente en ámbitos universitarios y de investigación.

La ong británica que promueve
La ong británica que promueve los supuestos derechos de la Mapuche Nation (sic)

Se impone una necesaria aclaración respecto de la interpretación de este fenómeno en clave histórica. Acaso nuestra memoria colectiva retenga sólo la llamada Conquista del Desierto de 1878 protagonizada por Julio Argentino Roca. Pero se olvida, quizás adrede, que en 1833 hubo otra, comandada por Juan Manuel de Rosas, secundado por varios caudillos provinciales (como Quiroga y Aldao, entre otros). Es cierto que uno de los objetivos era la expansión de la frontera real y económica para aumentar la producción ganadera. Pero en relación a los pueblos nativos que habitaban la zona pampeana y el norte de la Patagonia, la estrategia fue la celebración de tratados a fin de que se incorporaran a la nacionalidad por entonces aún embrionaria. Esos pueblos eran ranqueles, tehuelches, borogas, que en las últimas décadas del siglo XVIII habían sufrido el ataque de los hoy llamados mapuches, que en realidad eran los araucanos que habitaban el sur de Chile. Se aplicó la fuerza a quienes, independientemente de su sangre, depredaban las poblaciones del lugar incurriendo en delitos graves. La cautiva, es decir, la mujer criolla secuestrada por indios cuando llevaban a cabo un malón, no era una figura literaria de ficción, sino bien real, con nombres y apellidos que se cuentan por miles. Pero al mismo tiempo Rosas fomentó la vacunación de los indios contra la viruela, enfermedad que hasta entonces diezmaba poblaciones enteras. Hizo que los caciques juraran fidelidad a la Bandera Nacional y les otorgó grado militar. En síntesis, efectivizar la soberanía argentina en lo territorial, y al mismo tiempo incorporar a la nacionalidad a todos, también a los indios, que lo hicieron de buen grado en su inmensa mayoría.

Como ocurre hoy, la inmensa mayoría de los descendientes de pueblos indígenas argentinos se sienten parte de una comunidad nacional que no necesita que de afuera le coloquen colores y consignas, siendo la azul y blanca creada por Belgrano la bandera que incluye a todos sin distinciones.

En torno a este indigenismo financiado desde el exterior, nulo en su representatividad entre aquellos a quienes dice representar, agudamente señaló el pensador boliviano Andrés Solís Rada: “Todo parece indicar que se quiere englobar a los pueblos aborígenes de la región para impulsar una ‘nación mapuche’ en territorios argentinos y chilenos, dentro de los planes trazados desde Bristol y apoyados por las Embajadas británicas en Chile y Argentina. ¿Cuál sería la reacción británica si el gobierno argentino propiciara en Buenos Aires el funcionamiento de la sede central de separatistas irlandeses del Reino Unido y proyectara sus actividades a territorio británico?”

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