El último gardeliano -por la sonrisa, la gomina bien puesta, también por una popularidad que no significaba claridad total: guardaba mucho interior sin ser expuesto en la feria- murió a los 90. ¿Demasiado? No sé si se puede decir sin más algo así sin molestar un poco, pero en ese caso cualquier disculpa es suficiente para ver a la gran congoja popular –que pida esa turbiedad del sacrificio joven- no fue castigado con el olvido. Cacho Fontana tuvo baches y tramos crepusculares pero no olvido. Hay quienes lo tuvieron en cuenta y admiraron como un renovador de gran intelección y velocidad para adaptarse y superar cada etapa al punto que hay quienes siguen su estilo hasta la imitación. Se llama durar y emigrar de generación en generación. Son pocas las transmigraciones del tipo. Si alguien lo hubiera detectado en un partido de fútbol, toda la tribuna emplearía un buen rato en gritar ¡Cacho! ¡Cacho! Hasta que se pusiera de pie y levantara una mano.
Estilo es la palabra, si es que pueda encontrar una sola para Fontana. Quien tiene un estilo es rico sin la sacralidad del patrimonio. Cacho Fontana pintó desde la largada una manera pero no la invención de un personaje: dio en el blanco. Empezó con su estilo, no lo fabricó. Era Fontana en persona. Muchos reconocen cuánto aprendieron de él. Antes, digámoslo, Cacho Fontana no aprendió de nadie antes.
Un ejemplar único
El azar, el océano genético y migratorio lo dejó en estas playas, con un padre ferroviario y una madre que cosía. Lo que pudieron. Cacho, hijo único, también hizo lo que pudo: desde Barracas hacia el centro y los cabarets caros, los clubes de barrio, los carnavales, se le ofreció el trabajo de presentador de orquestas de tango y sus cantores. Un trabajo imprescindible que empezó a echar fama entre los que estaba en la precisa , con “ayudas” estimulantes y de riesgo entendidas como ventaja para centrarse bien y meterle con todo. Lo contó en un programa de televisión.
Sus hijas Ludmilla y Antonella perdieron a Liliana Caldini y a Cacho, los padres, en dos días. Liliana era una gran belleza, modelo con fama desde la campaña de Chesterfield en adelante -promovía la marca con la música del Zucundún, de Donald-, y él ya consagrado como ídolo absoluto con decenas de tapas de revista cada tanto. ¿Ídolo de qué, en qué cosa a fijar con precisión? En ser Cacho Fontana. Un fenómeno de transmisión de comunicación. En modo de decir, en nombrar las cosas. Todo. El estilo, una rareza. En cierta medida arte. En gran medida ventas.
Anunciador de grandes músicos de tango, no vivió sus días con mentalidad tanguera. Cualquiera sabe qué es vivir con mentalidad tanguera, imagino, distinto del tango como construcción cultural con obras de valor extraordinario.
A esta altura es necesario cuidarse del sentimentalismo rápido, una de nuestras especialidades. Fue muy distinto sin proponérselo, con una gran naturalidad de hombros relajados, era cortés, todo lo que llevaba puesto le quedaba bien: se movía con una gracia natural. Tenía clase.
Nos hemos visto una cantidad de veces, siempre a punto de afecto y preparado para reír. Al poner tecla más tecla reafirmo que desde siempre he tenido amigos –frecuentados o intermitentes- mayores que uno. Ninguna genialidad: saben más. Pueden apresar los días de vivir como los peces sorprendidos -Lorca- que leíamos casi a escondidas en años verdes con su historia y su erotismo.
Dotado de los que ven lo absurdo y lo grotesco, tenía un sentido del humor. Un test empírico: Cacho Fontana era un hombre inteligente.
Tuvo grandes éxitos en radio y en televisión. El desaforado y vertiginoso Fontana Show con María Esther Vignola y Rina Morán –acompañantes y carcajadas históricas de las grandes locutoras- en Rivadavia, Video Show, Odol Pregunta, Cacho era siempre un número ganador.
Se unió a Beba Bedart, actriz y bailarina incomparable. Entró de lleno en el escándalo al revelarse que mantenía un affaire -siempre negado por él: “solo quería componer las cosas”- con Nancy Herrera. No quedó claro si después de que ella y Olmedo se hubieran separado o no y fue un escandalazo de los que suenan como tambores taiko, los japoneses. Allí perdió Cacho Fontana con el público ancho: el actor amado -iba a producirse la caída desde el balcón– era un amigo desleal. Todo ese tiempo de hace unos treinta años fue muy revuelto y embarrado. Con su amante Marcela Tiraboschi, una de las secretarias espectaculares de Sofovich, acabó en denuncia de maltrato con incitación al uso de estupefacientes. Fueron cuatro años en la justicia y el sobreseimiento. Un encuentro con Susana Rinaldi -si en realidad lo hubo como se jura- pasó en tranquilidad.
Mucha niebla cayó sobre él -y sobre Pinky- cuando los dos hicieron un maratón para reunir fondos destinados a sostener la guerra de Las Malvinas que no llegaron o se desviaron. Nunca se aclaró qué fue de lo reunido, aunque los convocantes no fijaron como responsables a los dos. Algo espantoso.
En fin, deslumbrante estrella claroscuro, fue una personalidad fuera de lo común, un cambiador y una celebridad
Todo pasa y todo queda, pasaje del poema al uso diario y al refrán.
¿Quedará Cacho Fontana? ¿Acaso no fue una de las frases de su marca? Sí, con seguridad.