El fin de semana pasado, en medio del caos generalizado, ocurrió algo casi gracioso. Mientras el país seguía en vilo los vaivenes del diálogo roto entre el presidente y su vice, y se esperaba que al menos pudieran hablar por teléfono para decidir sobre los destinos de todos (y todas), una especie de clamor sacudía a Twitter: pedían que el reemplazo de Martín Guzmán al frente del Ministerio de Economía fuera una mujer.
Los argumentos, supuestamente feministas, estaban sin embargo cargados de estereotipos: se dijo que nosotras somos más empáticas, que nos sacrificamos más y somos más trabajadoras, que entendemos mejor el sufrimiento del pueblo y manejamos una sensibilidad política de la que los varones carecen. Y cuando finalmente la portavoz del Gobierno anunció que la nueva ministra sería Silvina Batakis, hubo hasta una legisladora que celebró su género porque las mujeres “sabemos de partos, de economía doméstica, de ser cabeza de familia, de atender comedores y organizaciones sociales, de pobreza feminizada”, “Hacía falta una mujer para agarrar esta brasa caliente”, dijo otra. Se ve que son razones suficientes para que una mujer sea la cara de la peor crisis financiera que se recuerde desde 2001.
Se sabe poco sobre cómo llegaron a acordar su nombre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, se dice que es una “mujer de” Wado de Pedro –en cuya cartera trabajó hasta este domingo– y de Daniel Scioli –fue su ministra de Economía en la provincia de Buenos Aires entre 2011 y 2015–, pero se sabe que se barajaron otros nombres, y eso tiene que ver con las oportunidades de ejercer cargos relevantes que tenemos las mujeres en general.
En 2003, el diario británico The Times publicó una columna que sostenía que las compañías que habían incluido mujeres en sus directorios tenían peores rendimientos. El título se preguntaba sin eufemismos ni pudores: “¿Ayudan o son un obstáculo?”. Tal vez romper el famoso techo de cristal no tenía tanto sentido.
Lo desarrolló esta semana en un interesante hilo de Twitter la politóloga Milagros Faggiani: unos meses más tarde, en 2004, los psicólogos australianos Michelle Ryan y Alexander Haslam respondieron con los resultados de una investigación sobre las mismas empresas que citaba el artículo del Times. Lo que encontraron entonces fue que sus balances ya eran malos cuando decidieron contratar mujeres. Así acuñaron el término “acantilado o precipicio de cristal” (glass cliff), que significa que las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de alcanzar un puesto de dirección durante períodos de crisis o recesión, es decir, cuando el riesgo de fracasar es mayor.
Lograban romper los techos de cristal, pero sus liderazgos eran precarios, y tendían a llevarse la responsabilidad de las malas gestiones. Ya hubo manifestaciones en ese sentido en estos días. Mientras ciertas feministas se felicitaban por el logro, los machirulos de siempre auguraban una corrida con excusas cantadas: “Van a decir que es culpa del patriarcado”, señalaron.
También habló de machirulos la ex ministra Felisa Miceli –inhabilitada en 2012 para ejercer cargos públicos por ocho años, después de que se encontró en el baño de su despacho una bolsa con $100.000 y US$31.000 mientras se desempeñaba al frente de la cartera de Economía de Néstor Kirchner, en 2007–, primera mujer en el puesto que ahora ocupa Batakis. “Esta mini corrida va a durar unos días. Los mercados son un poco machirulos y la llegada de una mujer no les gusta mucho”, dijo en un programa de radio, como si fuera una voz autorizada. La profecía de los machistas se cumplió demasiado pronto: ser mujer es una buena excusa en caso de que todo empeore aún más.
¿Podría haber surgido el nombre de Batakis en condiciones de menor gravedad económica e institucional? Es contrafáctico, pero para muestra basta con ver el resto del gabinete de Fernández: sólo hay dos mujeres además de la nueva ministra; una está a cargo del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, la otra asumió en plena pandemia, tras el escándalo por la vacunación VIP que se llevó puesto a Ginés González García. Lejos de la promesa de un gobierno paritario –el mismo que con gran felicidad “le puso fin al patriarcado”–, Batakis es la tercera funcionaria de primera línea entre 20 ministerios, es decir que apenas el 15 % está ocupado por mujeres.
Sobre si Batakis representa el estereotipo que indica que las mujeres son más comprensivas respecto de la situación social, también pesa su pasado reciente como ministra de Economía de Scioli –un cargo en el que fue pionera entre 2011 y 2015–. A la sucesora de Guzmán se la recuerda por haber pagado el aguinaldo de estatales y docentes en cuotas en 2012, cuando Nación no enviaba fondos a la provincia.
¿Tenemos mejor mano las mujeres para hacernos cargo de las crisis? No hay nada aparte de las preconcepciones que lo indique y, por lo general, tampoco lo hacen los resultados. Pero lo cierto es que, hasta hoy, sólo en los momentos dramáticos los varones están dispuestos a ceder su poder. Pensemos en el escenario del domingo: ningún político parecía dispuesto a aceptar el sillón en llamas frente a una economía devaluada y con inflación de récord sin la garantía de un poder casi absoluto.
Si la alternativa es no acceder a cargos de relevancia, es bastante obvio por qué de todas formas las mujeres tenemos que aceptar la trampa: como no tenemos oportunidades de romper el techo en condiciones más normales, nos exponemos a caer por el precipicio que, ya vislumbramos, no parece tener demasiada escapatoria.
En lo personal, preferiría que la imagen de la desgracia no recayera sobre una mujer, aunque hay que decir que hace rato lleva también la de Cristina Kirchner. Otra prueba de que las mujeres en política no suelen ser muy distintas de los tipos, y es que no pueden hacerlo tampoco: para ascender –y sobre todo para mantenerse– hay que moverse con las reglas de ellos. El Financial Times ya dio su veredicto: “Argentina ha nombrado a una ex funcionaria provincial relativamente desconocida –dice la nota de esta semana–. [...] Los analistas financieros señalaron que el nombramiento de Batakis no contribuirá a calmar el sentimiento negativo de los mercados, dados sus vínculos con el ala más radical del gobierno peronista, aliada de Fernández de Kirchner”.
Como me explicó ayer un trader: “Kristalina Georgieva y la mayoría de las cabezas de los organismos internacionales hoy son mujeres, así que en ese sentido es inteligente poner a jugar a una mujer contra ellas. También podría aplacar los ruidos internos de la coalición, porque es cristinista. Pero aunque se lleva muy bien con un sector de la City, dejó sin fondos las arcas de la provincia y se dice que se mueve más por el humor de la política que por el de la economía. Está marcada por la agenda popular, que no es necesariamente la que puede hacerle bien al país”. Muy politizada, concluyen con la entonación de Mirtha Legrand.
Preferiría también que a Batakis se la juzgue por lo que pueda hacer –atada de manos como parece–, y no por su estilo para vestirse o su sonrisa, un factor que sólo importa en las mujeres. O por cualidades que poco podrían afectar la Economía: “simpática, optimista y divertida”, la definió su ex jefe, Scioli. A nadie le importaba la sonrisa o el gesto adusto de Guzmán –aunque hay que decir que sus glúteos trabajados en el gimnasio fueron objeto de comentarios que no habríamos tolerado sobre una ministra–, pero si la funcionaria es una señora, se le exige que sonría. Como a todas, bah.
En 2017, la propia Batakis escribió sobre algunas de estas cosas en una columna de Página 12 titulada “Una mina como vos… en la economía feminista”. Entonces la hoy doctoranda de la Universidad Austral –se graduó en la Universidad Nacional de La Plata y tiene un Máster en Finanzas Públicas Provinciales y otro en Economía Ambiental de la Universidad de York, Inglaterra– sostenía que “si bien desde los 90 surgió una corriente de economía feminista, los supuestos estructurales de la economía neoclásica (que son patriarcales) no cambiaron. Cuando el comportamiento humano se mueve por cooperación, acuerdos, intercambios, competencia, solidaridad, cohesión social, la economía se mueve sólo por competencia con supuestos machistas”.
¿A quién le hablaba la ministra cuando escribió que “Por esto, una mina como vos, sí una mina como vos, es doblemente atacada”? Probablemente a Cristina a quien, se sabe, todo le cuesta el doble. La vice compartió por entonces en sus redes la nota en la que Batakis parafraseaba al maestro de Guzmán, Joseph Stiglitz: “La desigualdad nos priva del talento de las mujeres, mujeres que no estamos en ninguno de los supuestos de la concepción neoliberal de la economía”, dijo entonces. “Por eso no se tolera a una mujer femenina disputando el poder, porque una mujer femenina con poder lo que en el fondo discute son los supuestos de la teoría económica neoclásica, y con ello todas las fuentes de riqueza que surgen de la explotación de unos sobre otros y otras”, opinaba.
Es bastante llamativo como, no obstante las desventuras nacionales, los medios se empeñaron en contar que Batakis “no usa maquillaje, pero tiene debilidad por los vestidos” casi más que en publicar su curriculum. Las coloridas flores tejidas al crochet del outfit con el que asumió fueron más comentadas que su receta contra la inflación. Y no, no hay parangón: una mujer en política siempre es juzgada primero por su apariencia.
“Un hombre puede ponerse el mismo traje azul marino cien veces, pero si yo repito un blazer, comienzo a recibir cartas de queja”, dijo en su momento una de las mujeres más poderosas del mundo, la ex canciller alemana Angela Merkel. Y es que para las mujeres no basta con la autoridad que da la trayectoria: hay un modelo que encarna el éxito, un modelo monetizable que se traduce en millones que sostienen a las industrias de cosmética, moda y cirugías estéticas, y que deja ver la huella de la dominación masculina aún entre las que parecen estar en la cima (del precipicio).
Para poder competir en el mercado de trabajo –y sobre todo en el de la política– a la par de los varones, las mujeres cargan con un costo extra: su valor también se asigna de acuerdo a normas físicas que para ellos se relajan, porque son quienes dominan ese mercado, y por ende también a nosotras.
Es decir que una mujer que llega a un cargo político después de trepar al acantilado que casi siempre rechazaron sus pares hombres para no inmolarse, y que lo hace en un momento crítico, además tiene que sonreír y ser empática, y vestirse y maquillarse como mandan las tendencias. Es decir que el país se incendia, pero Batakis tiene que pensar en las flores. No son las que le tirarán a ella: “Si se viste así, ¿qué puede esperarse que haga con la Economía?” Si le hubieran preguntado eso a Roberto Lavagna, por caso, tal vez todavía habría corralito.
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