Inspirar a los jóvenes como misión de futuro

Es tiempo de mentores, conectores, proyectos e instancias innovadoras que sean capaces de captar la atención de los jóvenes con la pretensión de inspirarlos e invitarlos a construir su propio camino

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Apropiarse de la vida requiere voluntad y acción. Y todos somos distintos ante semejante convite (Foto: Unsplash)
Apropiarse de la vida requiere voluntad y acción. Y todos somos distintos ante semejante convite (Foto: Unsplash)

En su breve y potente “21 Lecciones para el Siglo 21″, Yuval Harari explica con elocuencia por qué el sentido de la vida humana no puede ser un producto prefabricado. Los relatos que intentan darle sentido a la existencia, ya sean laicos o religiosos, son siempre incompletos y externos a nosotros mismos. Pueden ayudar a aferrarnos a algunas creencias y arrojar algo de luz, al menos como escudo protector frente a los vientos impiadosos de la vida real. Pero nada de ello nos terminará liberando del desafío de construir nuestro propio camino casi a la intemperie. Escribir paso a paso un guion de vida que no está predefinido es el símbolo del desafío existencial. Partimos de nuestra biología, desarrollamos cultura tempranamente, aprendemos todo el tiempo, nuestras voces interiores nos atormentan o nos impulsan (o ambas cosas) y las experiencias concretas que vamos transitando tienen el poder para transformarnos. Todo ello en medio de un torrente emocional y social que casi nunca está bajo control.

Jean Paul Sartre alguna vez escribió que somos arrojados al mundo sin haberlo decidido. Evadir o tercerizar la construcción de nuestra propia existencia suele conducir a caminos oscuros. Hacerlo requiere de nuestro despliegue creativo, asumiendo la responsabilidad de gestionar el océano de obstáculos e incertidumbres que supone vivir. Heidegger agregó que dicha existencia debe construirse en la interacción dinámica con otros a través del poder único que nos otorga el lenguaje. “Ser en el mundo”, es decir con otros y sin moldes, es la gran consigna. Y Nietzsche, siempre polémico, diría que vivir es una aventura que requiere una postura de persona fuerte: la autoafirmación para construir con lo que hay, sin especulación metafísica. Apropiarse de la vida requiere voluntad y acción. Y todos somos distintos ante semejante convite.

Claro esté que no se trata de un trayecto fácil. A veces no se puede. Por más bienestar, confort y servicios que la civilización haya logrado en el devenir de la historia, solemos estar rodeados de incógnitas, incertidumbres, fracasos e insatisfacciones. Y quizás más aún con todo lo logrado a partir de los rústicos orígenes de nuestra especie. Como expresa Fred Kofman en “La Revolución del Sentido”, en esta era de abundancia e híper dotación tecnológica, las personas y especialmente los jóvenes, experimentan con más profundidad el desafío existencial. El sentido y el propósito pasa a ser un mantra. Encontrarlo y desarrollarlo es parte de nuestras necesidades básicas. “El sentido ya no es la sal para condimentar la carne, sino que es lo central para transitar la vida con entusiasmo y conexión”, según el Experto en Coaching Empresarial y autor de la legendaria obra Metamanagement.

Pareciera que nuestra biología, producto de la creación o la evolución (según cada uno crea) nos hubiera colocado ante una eterna encrucijada. Débiles pero resilientes. Sensibles y racionales. Inconscientes en tanto pero cerebralmente plásticos en casi todo. Apegados naturalmente a los hábitos, pero dotados de la capacidad de aprendices permanentes. Todo conduce al cerebro, suele decirse. Porque es allí donde reside nuestro sistema operativo, la más maravillosa expresión de nuestra biología.

En el cerebro se encuentra el ancla que suele estancarnos y también la potencia ilimitada para transformarnos. Según los expertos, el cerebro está preparado para grabar y repetir patrones y creencias. Pinker explica el origen cerebral de sesgos psicológicos que nos inclinan hacia el pesimismo. Y también, según múltiples investigaciones, el cerebro muestra tener dificultades para imaginar el futuro. Tiene más facilidad para rememorar, es decir apreciar los cambios mirando hacia atrás que para imaginar, es decir vislumbrar las posibilidades de cambio hacia adelante. Nos hace cuesta arriba la tarea de diseñar futuros. Las cosas son como son, nosotros somos como ya somos, repite en silencio nuestro cerebro mientras no es sacudido.

Pero los hallazgos de las neurociencias convergen en su enigmática condición de plasticidad. Podemos sacar a nuestros cerebros de los circuitos conocidos. Podemos ponerlos al servicio de una mentalidad de crecimiento. Hay técnicas, metodologías y didácticas para ello. Las cien mil millones de células nerviosas que habitan en el cerebro y el medio trillón de conexiones que pueden formarse en él, pueden llevarnos a lugares insospechados, modificar el tipo de observador que somos del mundo y habilitar instancias de aprendizaje transformacional sin límites. Este potencial es nuestro faro para ir siempre por más. Para no aceptar designios del destino ni mandatos de lo que hoy estamos siendo. Es la plataforma que invita a ensayar proyectos, estrategias e innovaciones que generen evidencias acerca de cómo estimular esas nuevas conexiones en nuestros cerebros, amigables con futuros posibles.

En esta actividad de estimulación aparece el arte de la inspiración. Fregar nuestros supuestos para que aparezcan nuevas ventanas de oportunidad, como decía el gran Isaac Asimov, requiere del golpe de la inspiración. Algo debe impactarnos y ganarse nuestra atención vital. Los jóvenes, bajo la alquimia de estímulos, pantallas y dudas a la que esta etapa de la vida suele enfrentarlos, necesitan conectar con fuentes de inspiración que les hagan sentido, que los enganchen con algo relevante que provenga desde sus interiores, que los saquen del tedio cotidiano y los transporten a un mundo de posibilidades. Pueden existir trayectos curriculares aprobados en el sistema educativo y pueden obtenerse trabajos y experiencias que llenen sus calendarios y devuelvan resultados. Todo ello está muy bien y siempre suma. Pero la inspiración, del latín inspiratio (introducir aire en los pulmones), es la mejor manera de llevarnos a conectar con aquello que según Kofman puede darle sentido y propósito a nuestras vidas. Sentirse inspirado es sentirse convocado a consagrarse a un camino con sentido, a una obra con significado, a una vida con propósitos que trasciendan la repetitiva mundanidad.

Inspirar a los jóvenes adquiere importancia estratégica en un mundo bajo acelerada transformación, mucha incertidumbre hacia el futuro y extendido malestar por los costos de la transición en tantos frentes de cambio. Es tiempo de mentores, conectores, proyectos e instancias innovadoras que sean capaces de captar la atención de los jóvenes con la pretensión de inspirarlos. Claro que no es garantía de éxito y realización. La inspiración es un punto de partida, no uno de llegada. Pero es condición necesaria para consagrarse a escribir ese guion propio dotado de sentido. Consagrarse es entregarse con algo más que tiempo a una causa inspiradora. Es entregarse con todos los sentidos, las emociones y la razón a algo capaz de darle contenido a nuestra humanidad.

En este mundo de abundancias y transformaciones, hay al menos tres grandes fuentes capaces de generar inspiración para los jóvenes. Por un lado, grandes causas globales susceptibles de mejorar el mundo. Las nuevas generaciones son especialmente sensibles a todo aquello que tenga impacto en el progreso colectivo. Acá se inscriben temas como reparar el deterioro del Planeta Tierra, humanizar un capitalismo muy centrado en el crecimiento y las finanzas, guiar éticamente el desarrollo de la tecnología con mayor impacto del Siglo 21 como es la inteligencia artificial, eliminar la pobreza extrema habiendo demostrado, en las últimas décadas, que podemos reducirla significativamente o amplificar las oportunidades de formación de las personas como respuesta central a los imperativos de la sociedad digital del conocimiento. Todas ellas, causas que disparan movimientos globales, fundan organizaciones y proyectos y convocan a las personas a un sinnúmero de posibilidades para la creación y participación.

Una segunda fuente tiene que ver con líderes y organizaciones magnéticas, personas y empresas movidas por visiones transformadoras, que toman riesgos de manera genuina buscando resultados que irradien hacia las comunidades y nos acerquen a mejores futuros. Se multiplican los casos que reflejan esta fuente de inspiración, desde los más locales y comunitarios, hasta los más globales y trascendentes. Es el caso de David Varano, creador de Herreros de la Luz, a través de la cual enseña a jóvenes vulnerables de Bariloche el oficio de herrería abriéndoles un horizonte de progreso. También el de Vitalik Buterin, creador de la plataforma Ethereum, como la red más ambiciosa para construir la web 3.0, más cercana al empoderamiento de las personas que de las corporaciones tecnológicas. Y por supuesto el de Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz, creador del Grameen Bank de microcréditos y del Yunus Centre para la promoción de empresas sociales en el mundo. El liderazgo se va democratizando en todo el Planeta y con ello se expanden las fuentes de inspiración para conectar con millones de jóvenes ávidos de este tipo de testimonios y espacios de conexión.

Finalmente, una tercera fuente de inspiración tiene que ver con un enorme espectro de temáticas, disciplinas, problemáticas y sectores de la actividad humana que reflejan la inagotable diversidad del mundo y las crecientes destrezas que podemos desarrollar para actuar en él. Los campos de ocupación, formas de trabajo y espacios vocacionales ya no se agotan en un listado finito de posibilidades. La vida se ha hecho demasiado rica y compleja, como así los problemas que enfrentamos, como para ser capturada por actividades y enfoques tradicionales. Como expresa el CEO de Autodesk, Andrew Anagnost, la construcción es una industria con renovadas oportunidades para los jóvenes. Nuevas demandas, materiales, técnicas constructivas sustentables y opciones de diseño, pueden sacar a la construcción de la etiqueta de “sucia y aburrida” para hacerse más atractiva a millones de jóvenes a través de distintas habilidades, roles y oficios. La construcción, enriquecida por tanta innovación, es cada vez más una fuente de inspiración para personas que buscan propósitos. Este ejemplo se repite por miles. Con la biotecnología, la movilidad urbana, el bienestar personal, la producción de alimentos, las nuevas terapias para salud mental, la seguridad informática, la transparencia y desintermediación a través de blockchain, las energías renovables y un larguísimo etcétera.

En definitiva, causas globales, liderazgos y diversificación de espacios de acción, conforman tres grandes causas de inspiración sobre las cuales organizaciones públicas y privadas pueden trabajar para potenciar las oportunidades de conexión existencial de los jóvenes. Inspiración conduce al entusiasmo y optimismo, aún en presentes de adversidad, y ello cimenta el mejor camino para construir futuros. Como expresa Cyril Dion en su exquisito libro “Mañana, una revolución en marcha”: “Hoy en día, tenemos que movilizarnos como ninguna otra comunidad humana anterior a la nuestra. Tenemos que abrir nuestras reservas de creatividad, de solidaridad, de inteligencia. No hay nada más estimulante. Hay en ello una forma de satisfacer nuestras necesidades de heroísmo de un modo más inteligente que todas las guerras de los últimos milenios. Lo único que tenemos que hacer es contarnos, juntos, esta nueva historia”.

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