Hace una semana, un grupo de dirigentes almorzaban en la casa del ex embajador de Israel, Mariano Caucino. Todos eran expertos en crisis argentinas y conocían al peronismo por dentro. Lo saben todo sobre devaluaciones, corralitos, renuncias traumáticas y entuertos institucionales. Además del anfitrión, escuchaban el ex embajador en Madrid, Ramón Puerta, y el ex ministro Domingo Cavallo. Hablaba Miguel Angel Pichetto.
“Cristina va de nuevo por el poder; quiere ser candidata presidencial en 2023, pero tampoco me extrañaría que si Alberto profundiza esta crisis quiera reemplazarlo antes”.
Los participantes del almuerzo siguieron dándole vueltas al asunto sin imaginar que, tres días después, Martín Guzmán renunciaría al ministerio de Economía y Cristina Kirchner impulsaría la designación de una reemplazante sobre la que pudiera influir directamente. Silvina Batakis, y el modo en que se la eligió, es la prueba perfecta de que la vicepresidente ha tomado el control total del gobierno de Alberto Fernández.
En un solo fin de semana, Cristina acabó con los retazos de poder que le quedaban al Presidente. Y, en una jugada de carambola favorecida por virtudes propias y errores ajenos, desactivó la maniobra de una buena cantidad de gobernadores, intendentes y sindicalistas peronistas para imponer a Sergio Massa como un súper Jefe de Gabinete, junto a un equipo económico liderado por Martín Redrado para diseñar un plan de recomposición económica y financiera que pudiera frenar a la inflación.
Esta vez, no le bastaron a Massa sus buenas relaciones con algunos dirigentes de La Cámpora y con Máximo Kirchner. Cristina prefirió evitar la posibilidad de que el peronismo superara el Síndrome de Estocolmo al que lo tiene sometido desde hace 15 años. Temía que el Plan Massa-Redrado tuviera éxito y el Jefe de la Cámara de Diputados se convirtiera en un enemigo electoral. Por eso, acudió a la figura de Estela de Carlotto, quien ofició de puente entre el Presidente y la vice, para ablandar sus enojos y terminar consolidando su estrategia.
De esa conversación entre ellos, surgió el acuerdo-imposición para que Batakis terminara siendo ministra de Economía. Hacía tres años que “La Griega” (como la llaman por su origen familiar) era Secretaria de Provincias bajo el mando del ministro del Interior, Wado De Pedro. Tiempo suficiente para que la funcionaria abandonara de a poco su antiguo caparazón sciolista y se abrazara al kirchnerismo con un fervor sorprendente.
Es que Batakis no siempre fue esa militante de batalla que elogia públicamente a Fidel Castro o se deja fotografiar reclamando la libertad de la activista Milagro Sala, condenada y en prisión domiciliaria por amenazas y corrupción. En el lejanísimo 2014, la ahora ministra fue una de las tres personas que el entonces candidato presidencial, Daniel Scioli, llevó a Nueva York para una presentación ante los empresarios del Consejo de las Américas.
En aquella ocasión, Scioli y Batakis (a quien mostraba como su futura ministra) presentaron un plan de gobierno que incluía promesas de acuerdos con la petrolera española Repsol, con los tenedores privados de bonos argentinos y con el Club de París.
El arreglo con los holdouts lo haría finalmente Alfonso Prat-Gay, ministro del triunfante Mauricio Macri. Y a París, cosas locas de la Argentina, deberá ir Batakis como ministra de Alberto y de Cristina para emparchar el desastre que dejó Axel Kicillof, a pesar de haber acordado pagar unos 9.000 millones de dólares.
Pero el tiempo pasó y ahora Batakis deberá cumplir con las premisas que Cristina le marcó a Martín Guzmán, y que por negarse a cumplirlas determinaron su renuncia con bastante pena y cero de gloria. La vicepresidente ha dejado en claro que no quiere saber nada de reducir la emisión monetaria, que no le preocupa el déficit fiscal y que los cepos a la salida de dólares no solo seguirán vigentes, sino que deberían aumentar en rigor.
Los mercados financieros comenzaron a registrar el fenómeno de una nueva corrida cambiara el domingo al atardecer en el universo paralelo de las criptomonedas, apenas se conoció la designación de Batakis. Y este lunes la recibieron con un dólar blue en 280 pesos que luego fue cediendo. Tuvo suerte porque era 4 de Julio y en el Día de la Independencia de los EE.UU. no cotizaban los bonos argentinos en Wall Street. En caso contrario, el riesgo país hubiera saltado a niveles cercanos a los de la Rusia en guerra.
Mientras los operadores del mercado y el Gobierno le dan vida a un nuevo Suceso Argentino, la política empieza a registrar un fenómeno que se aceleró en las últimas semanas. Cristina avanzó para recuperar la centralidad política del oficialismo y forzó una reconfiguración del Frente de Todos, la coalición con la que llegó al poder en 2019 estableciendo una alianza estratégica con Sergio Massa y designando candidato presidencial a Alberto Fernández, apelando a la última innovación de la militancia setentista: los posteos de un tuit y un video en YouTube.
En las treinta horas que mediaron entre la tarde del sábado y el anochecer del domingo, el Frente de Todos pasó a ser el Frente de Cristina. Ya no hay nada que se le parezca a una coalición. Alberto resignó todo intento de resistencia y ya ni siquiera dan la batalla los amigos del Presidente que imaginaron el mito breve del albertismo. Y Massa se llamó a silencio después de la derrota política para refugiarse en los dirigentes del Frente Renovador, en el que volvieron a ganar espacio aquellos que le proponían tomar distancia de Cristina y observar el terremoto dentro del Gobierno desde las tribunas siempre seguras del Congreso.
Dos de los dirigentes favorecidos por la batalla del fin de semana salieron a hablar en representación del Gobierno. Daniel Scioli, quien cobró dividendos porque Batakis fue su ministra durante la última gobernación bonaerense. Y Juan Manzur, quien vio peligrar la Jefatura de Gabinete y apuesta también a resucitar su relación con Cristina mirando a las elecciones del próximo.
En el interesante almuerzo del que hablábamos al comienzo, Pichetto expuso su tesis del expansionismo de Cristina. Incluyó un dato que ya se evaluó en esta columna, el de intentar subirse a la ola regional de la izquierda si Lula triunfa (como auguran las encuestas) en las elecciones presidenciales de Brasil en octubre.
Claro que luego de conocida la designación de Batakis, le agregó otro ingrediente de mayor actualidad. El ex senador y ex compañero de Macri en la última fórmula presidencial de Juntos por el Cambio, cree que la nueva ministra va a favorecer al gobernador bonaerense Axel Kicillof con el reparto de fondos estatales, como ya lo había impulsado cuando Alberto Fernández decidió recortarle partidas a Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad y cederlas para resolver una crisis de seguridad en la Provincia, conflicto que debe dirimir la Corte Suprema.
Para Pichetto, lo mismo que para Puerta y para otros peronistas que se mantienen dentro del oficialismo pero no se animaron jamás a enfrentar a Cristina, la vicepresidente espera esos fondos para fortalecerse políticamente desde la Provincia. Y evalúan sus objetivos políticos en tres opciones diferentes:
1.- Cristina sigue con la idea de adelantar la elección bonaerense para mantener la Provincia como refugio político y económico en el caso de una victoria de la oposición en el orden nacional.
2.- Cristina apuesta a intentar una tercera candidatura presidencial en 2023, si mejora en algo la situación económica, si puede aprovechar la ola de la izquierda regional post-Lula y si, como ella cree, el adversario opositor termina siendo Macri.
3.- Cristina no descarta que la crisis política y económica que ella también ayudó a desencadenar termine arrinconando al Presidente, y se vea obligada a asumir por ser la primera en la sucesión presidencial, según lo marca la Constitución Nacional.
En una entrevista con CNN Radio este lunes, Pichetto pronunció otra frase que ha despertado más inquietud en el peronismo. “Los militantes que cantaban Cristina presidenta el sábado pasado en Ensenada, no estaban pensando en el año próximo…”.
Las cosas parecen sencillas en el tablero de arena de la política. Pero no lo son tanto en el universo de la realidad, sobre todo de la explosiva realidad argentina con su correlato de crisis cambiaria, de inflación, de retroceso salarial y de pobreza creciente. Miles de empresas y de pequeños negocios dejaron este lunes de vender sus productos a la espera de que aparezcan señales de certidumbre. La economía real es la que siempre sufre más por el impacto de la ficción política.
La historia argentina tampoco ayuda a quienes apuestan a repetir los sucesos del pasado con idéntico resultado. Le pasó a Juan Domingo Perón, cuando regresó para su tercer mandato en 1973 y sumió al país en un caos teñido en sangre. Le pasó a Cavallo en 2001, cuando intentó ordenar la economía de Fernando De la Rúa, y acabó en un corralito con estallido social.
Son lecciones estimulantes para todo aquel (como Cristina, y algún otro) que apueste a recrear las historias del pasado en un país que ha cambiado, y demasiado dramáticamente. Tal vez no leyeron lo más interesante que ha escrito Karl Marx. Aquello de no repetir como farsa lo que ya sucedió como tragedia.
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