Con 10 ministerios alcanza perfectamente para gobernar

En “La reinvención del gobierno”, Osborne y Gaebler exponen la necesidad de modernizar la gerencia pública estatal de la posguerra con los paradigmas de productividad y eficiencia de la gestión corporativa privada en la era informática

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Reunión de Gabinete en Casa Rosada (Imagen de archivo - Jefatura de Gabinete)
Reunión de Gabinete en Casa Rosada (Imagen de archivo - Jefatura de Gabinete)

Arrancamos fuerte y a los pies con un par de preguntas para el “académico” Carlos Melconian: ¿habló con la vicepresidenta Cristina Fernández sobre la eventual sanción de la postergada ley de Coparticipación Federal? ¿Surgió durante la charla la posibilidad de dictar un nuevo blanqueo de capitales orientado a la búsqueda de inversiones productivas? ¿Y el envío de una ley de Reforma Laboral al Congreso? ¿Existe liderazgo político y parlamentario para llevar adelante estas reformas?

Viajemos ahora treinta años atrás para buscar en la biblioteca (en 1992 internet estaba con trabajo de parto en los Estados Unidos) un libro titulado La reinvención del gobierno. El objetivo principal de la obra era ilustrar sobre la necesidad de modernizar la gerencia pública estatal de la posguerra con los paradigmas de la productividad y la eficiencia de la gestión corporativa privada en la creciente era informática. Disclaimer ad-hominem: ¡Ah, pero Macri y sus planillas de Excel! Calma radicales, el ingeniero llevó a 21 el número de ministerios del Poder Ejecutivo, 4 más que los utilizados por su antecesora en el cargo.

Los autores del ensayo en cuestión, subtitulado La influencia del espíritu empresarial en el sector público, fueron David Osborne y Ted Gaebler. En esos años de auge globalizador comenzaba la gestión presidencial de la dupla demócrata integrada por Bill Clinton y su compañero Al Gore, de quien Osborne era uno de sus principales asesores políticos. En tal condición dirigió los equipos técnicos que elaboraron el informe de la Comisión Nacional sobre Servicio Público Estatal y Local (National Commission on State and Local Public Service) en 1993. Al año siguiente, el vicepresidente Gore (tal vez uno de los más activos en cuestiones ejecutivas de la historia estadounidense. ¿Y por casa?) le presentó oficialmente a Clinton en un acto en los jardines de la Casa Blanca la Revisión del Rendimiento Nacional (NPR, por sus siglas en inglés).

Los autores basaron la matriz de su trabajo en la articulación de conceptos elaborados por dos profetas de la teoría de la administración de negocios: John Naisbitt (1929-2021) y Peter Drucker (1909-2005). Del primero tomaron su paradigma de la reinvención corporativa, y del segundo la filosofía del “entrepeneur” como agente de la innovación y del cambio en la gestión y reasignación de los recursos que necesitaban las agencias gubernamentales surgidas de la posguerra en 1945.

En la última década del milenio estaba muy bien delimitado el modelo burocrático tradicional con su gestión basada en procedimientos administrativos y, por otro lado, el modelo gerencial enfocado en la gestión por productividad y resultados. En la segunda década del siglo XXI, con los avances en materia de inteligencia artificial, el desafío es articular una eficiente gobernanza democrática sustentada en el desarrollo de gestión a través de redes sociales que generen resultados positivos y confiables en materia de capital social. ¡Con 10 ministerios alcanza perfectamente para gobernar! Se ahorran millones y se evalúa en tiempo real a los funcionarios que no funcionan.

Treinta años no es nada

En 1992 durante el primer mandato de Carlos Menem comenzó a regir oficialmente el peso como nueva unidad monetaria convertible con el dólar. Se privatizaron las quebradas empresas públicas, entre ellas Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) que se transformó en una sociedad anónima con la finalidad de que sea una compañía “integrada, económica y financieramente equilibrada, rentable y con una estructura de capital abierto”, según disponía la Ley 24.145, oficialmente denominada Ley de Federalización de Hidrocarburos. La provincia de Santa Cruz, por entonces gobernada por Néstor Kirchner fue una de las más beneficiadas financieramente por esa ley defendida a viva voz en el recinto parlamentario por el entonces diputado justicialista neuquino, Oscar Parrilli.

También se instrumentó el llamado Plan Brady diseñado por el exsecretario del Tesoro norteamericano (1988-1993). En marzo de 1989, Nicholas Brady presentó su programa para intentar resolver el endeudamiento crónico externo de los países subdesarrollados.

Ante los máximos ejecutivos del FMI y del Banco Mundial, el funcionario del presidente George H. Bush propuso convertir deuda vieja por deuda nueva contratada exclusivamente con la banca privada respaldada por bonos del Tesoro de los Estados Unidos. A propósito, resulta extraño que en estos momentos de gran turbulencia financiera internacional el G7 no haya puesto en su agenda la revisión del desempeño de los organismos multilaterales de crédito surgidos a fines en la mitad del siglo pasado.

El entonces ministro de Economía Domingo Cavallo se había comprometido con el Fondo Monetario Internacional a llevar adelante una política fiscal tendiente a lograr un superávit primario de unos 3.300 millones de dólares por año. Se proponía también el aumento de las exportaciones (basadas en la desregulación comercial de entes estatales) del 6% anual, y el paulatino crecimiento de las importaciones por una apertura de la economía.

Pedro Pou, el expresidente del Banco Central durante el gobierno de Menem señaló por entonces que “tras la apertura económica y la privatización de las empresas públicas se produjo un aumento extraordinario de las importaciones de capital y se introdujeron tecnologías que requieren el uso intensivo de capital. La rigidez de las instituciones del mercado laboral (negociación colectiva centralizada, alto costo de la indemnización por despido, y elevados impuestos sobre los salarios) ha impedido los ajustes necesarios en la demanda de mano de obra”.

El gran déficit de la era menemista fue la implementación de un plan de reconversión social y laboral de al menos cinco años, desplegado en simultáneo a la privatización y capitalización de las quebradas empresas de servicios públicos.

En materia de política de exterior el gobierno argentino se había retirado a fines de 1991 del grupo de los Países No Alineados, decisión que de acuerdo a lo consignado entonces por el diario español El País, no significaba “más que dar una mayor coherencia al claro alineamiento del Gobierno del presidente peronista Carlos Menem con las posiciones que defiende EEUU en política exterior. Argentina fue el único país latinoamericano que participó con dos barcos en la guerra del Golfo”. Reformada la Constitución Nacional 1994 y lograda la reelección en 1995 con el 50 por ciento de los votos, en 1997 el presidente Bill Clinton bendijo a su par argentino nombrando al país como aliado Extra-OTAN.

Finalizada la gestión justicialista el 10 de diciembre de 1999 los argentinólogos del gobierno estadounidense no supieron o no quisieron persuadir a los principales dirigentes políticos y empresarios del país sobre la conveniencia de sostener las revolucionarias reformas económicas llevadas adelante por Menem. CELAC y BRICS son hoy algo más que siglas inconvenientes para los estrategas de Washington.

La gran enseñanza de la última Cumbre de las Américas (la primera se había realizado en 1994 en medio de los postulados del llamado Consenso de Washington) es que la mayoría los países hemisféricos siguen mirando a los Estados Unidos como un padre millonario y egoísta que se desentiende de la vida cotidiana de sus problemáticos hijos. El problema es que, en simultáneo a las graves consecuencias económicas para Europa que provoca la guerra entre Rusia y Ucrania, ya es una realidad en América Latina la influencia cada vez mayor de un millonario padre sustituto en numerosas áreas del engranaje económico y de infraestructura pública. Y este acaudalado padre no habla inglés sino mandarín.

Rompan todo que siempre paga el Estado

Hasta el presente no existen textos desapasionados y exhaustivos sobre los profundos cambios económicos, políticos y socioculturales ocurridos en la década del ´90. Maldita hoy para algunos (que participaron activamente en ella). Imprescindible para otros, sin la cual el país tendría en la actualidad una economía similar a la de Haití.

La gran mayoría de los funcionarios del Poder Ejecutivo, legisladores, gobernadores e intendentes que ocuparon cargos durante los años de la gestión menemista no realizaron públicamente un balance sobre esa etapa histórica del peronismo. Es probable que muchos de ellos consideren hoy que el populismo es más redituable que el pragmatismo. Pequeño detalle, las arcas públicas están exhaustas.

Tras la renuncia del presidente de la Alianza (UCR-FrePaSo) Fernando de la Rúa en diciembre de 2001, en enero de 2002, bajo el mandato de Eduardo Duhalde, se abandonó el régimen de convertibilidad instaurado por Carlos Menem a fines de 1991 que había logrado reducir drásticamente los índices inflacionarios que terminaron con el gobierno de Raúl Alfonsín en mayo de 1989.

El 6 de enero de 2002, el ministro de Economía Jorge Remes Lenicov, con el apoyo de los principales grupos económicos, sindicales y mediáticos del país, dispuso que todas las deudas denominadas en dólares u otra moneda extranjera, existentes a esa fecha serían convertidas en deudas denominadas en pesos. Y también que todos los depósitos en dólares u otra moneda extranjera en entidades financieras serían convertidos a pesos, a razón de $1,40 por cada dólar estadounidense. Seguridad jurídica para inversores extranjeros y riesgo empresario nacional, bien gracias. Los contribuyentes deberán pagar por varios años más la mala praxis (por decirlo suavemente) con la que el gobierno duhaldista llevó adelante la devaluación y la pesificación asimétrica que terminaron con el régimen de convertibilidad instaurado en 1991.

Dos décadas después, con quince años de gobierno kirchnerista y cuatro del macrismo, el valor del dólar alcanzó los $240 y el índice de pobreza actual al 40 por ciento de la población. Y a este explosivo cuadro se le suma un índice de inflación que podría superar el 70 por ciento a fines de este año. Cuesta imaginar entonces por qué Cristina Fernández no le ofreció el ministerio de Economía a Carlos Melconian cuando asumió su segundo mandato, en diciembre de 2011. ¿Habrá sido porque Carlos Menem sí se lo ofreció en 2003 en caso de resultar electo presidente por tercera vez?

Son algunos de los interrogantes que flotan en la atmósfera desvanecida del sueño kirchnerista que supuestamente venía a reparar la siesta económica del macrismo. Sinceramente los segundos tiempos nunca dieron resultado. ¿Para qué probar con un tercero? En la urgente búsqueda del bienestar y del desarrollo de la mayoría de la población, el presidente que resulte electo el año próximo no solo deberá reinventar el gobierno, también deberá refundar el país.

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