Javier Milei es un polemista profesional. Y es comprensible, pues su incorrección política, sus ideas extremas, sus pretensiones de punk rocker y sus rabietas en prime time cuando lo contradicen le han rendido importantes frutos. Es diputado, candidato a presidente y puede darse el lujo de sortear su sueldo público de $360 mil pesos porque cobra diez mil dólares una charla.
Pero lo que hizo en las últimas semanas no deja de sorprender. Se identificó con Margaret Thatcher, propuso la libre portación de armas apenas horas después de que una masacre escolar dejara más de 20 muertos en Texas, defendió la venta de órganos humanos y sugirió que, en algún momento, nuestra sociedad debería dar una discusión sobre la venta de niños. ¿Qué sigue? ¿El canibalismo? ¿La esclavitud? ¿La eugenesia? ¿Hay algún límite o vale todo para la “máquina de meter zócalos televisivos”, como le gusta definirse?
La última polémica ocurrió en el programa radial de Ernesto Tenembaum. El conductor le preguntó si estaría de acuerdo con la venta de niños y Milei dijo que es una discusión para la que no sabe si estamos preparados. Ante la repregunta de Jairo Straccia sobre si la respuesta no debía ser simplemente “no”, contestó que no porque “depende de en qué términos estés pensando; tiene que ver con lo que decidió la sociedad y cómo la sociedad piensa determinadas cosas”. Finalmente, frente a la insistencia de Tenembaum, el diputado dijo que si él tuviera un hijo no lo vendería.
Luego del predecible escándalo que generó, Milei retrocedió en chancletas y, en un reportaje que le hizo Luis Majul, clarificó que lo había dicho en términos filosóficos desde la teoría del economista estadounidense Murray Rothbard, a quien definió como el creador del anarcocapitalismo que sigue como ideal. Agregó que hay un debate sobre el tema, pero que en la “vida real” condena la venta de niños. “Yo soy filosóficamente anarquista, pero en la vida real soy minarquista”, concluyó.
¿En castellano? Si pudiera, me gustaría vivir en un orden social sin Estado, en el que solo rija la propiedad y todo se resuelva mediante acuerdos entre privados. Pero como es una utopía, en la realidad me conformaría con vivir en un Estado mínimo que solo provea justicia y seguridad. ¿Y los niños? En la utopía los vendemos, en la minarquía depende de cada sociedad.
Pero las utopías están para ser perseguidas. Sabemos que son inalcanzables, pero funcionan como un ideal, un baremo hacia el cual intentamos ir y con el que, además, medimos y evaluamos la realidad. Y es también con esa aspiración que buscamos convencer a otros sobre los modos de organizar la vida en común que consideramos mejores. Además, Milei no es un filósofo elucubrando abstracciones en un claustro. Es un diputado de la Nación atrayendo electores (sobre todo jóvenes) en medios de comunicación. ¿Y hay acaso personas más utópicas que los jóvenes?
No por nada el Estado de Milei tiene nombre, líder y territorio. Se llama Liberland, ocupa una franja de siete kilómetros cuadrados en disputa entre Serbia y Croacia, fue declarado soberano por un libertario de origen checo y su gobernante se llama Capitán Ancap (anarcocapitalista) y es el ciudadano argentino Javier Milei disfrazado con un traje de superhéroe negro y amarillo. Búsquenlo. No es una joda en una fiesta del mundo cosplay. Es un producto de marketing político de un economista libertario que aspira a ser presidente de este país (Argentina, no Liberland).
Es más, ni siquiera es cierto que sea apenas una utopía. En su libro “La ética de la libertad” (1982), Rothbard, el economista del que surge el mercado de niños del que habló Milei, dice expresamente que su propuesta “presenta una teoría ética de lo que el derecho debe establecer en concreto” y exhorta a los juristas libertarios a desarrollar esas ideas en leyes para “la sociedad libertaria del futuro”. No es ninguna abstracción filosófica. Es, en sus propias palabras, “un plan general para un sistema de derecho libertario”.
¿Y qué dice el derecho libertario de Rothbard sobre la venta de niños? Que los padres y madres no tenemos derecho a “asesinar o mutilar” a nuestros hijos, pero que no deberíamos tener “la obligación legal de alimentarlos, vestirlos y educarlos”, por lo que podríamos “dejarlos morir”. Pero, además, dado que tenemos “la propiedad” de nuestros hijos, podemos “transferirla a terceros” dándolos en adopción o vendiendo los derechos que tenemos sobre ellos “en virtud de un contrato voluntario”. En consecuencia, dice este buen hombre, “tenemos que enfrentarnos al hecho de que en una sociedad absolutamente libre puede haber un floreciente mercado libre de niños”.
En la “vida real” en la que Javier Milei es diputado ya hay un mercado de niñas y niños. Se llama trata infantil. Según el Informe Global sobre la Trata de Personas elaborado en 2020 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito:
-Un tercio de las víctimas de trata en el mundo son niños y niñas; representan el 34% del total (19% niñas y 15% niños).
-En los países de bajos ingresos la trata infantil llega al 50%.
-La cantidad de niños y niñas sobre el total de víctimas se triplicó en los últimos 15 años.
-El 72% de las niñas son tratadas con fines de explotación sexual.
-El 66% de los niños son tratados con fines de explotación laboral.
Los datos de nuestro país también son alarmantes. Según la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX), la línea 145 (que recibe denuncias y brinda información y asistencia las 24 horas del día de los 365 días del año) registró 1667 denuncias en 2021 y 593 en 2022 (hasta el 1 de junio). Del total de denuncias recibidas desde 2015, en el 31% de los casos había víctimas menores.
Rothbard dirá que estas conductas ilegales también estarían prohibidas en su mercado libre de niños, pues matarlos, dañarlos o explotarlos no estará permitido. Menos mal, che. De todos modos, es difícil pensar que la consideración de seres humanos como mercancía (tenemos derechos de propiedad sobre nuestros hijos e hijas, dice el creador del estado soñado por Milei) no conduzca, más temprano que tarde, a legalizar su explotación.
Pero, aun si así no fuera, si se tratara solo de que quienes quieren hijos e hijas se los compren a quienes no los quieren o no los pueden seguir teniendo entre sus otras propiedades, en la vida real las “transferencias” de niños y niñas a esos fines (las adopciones) son gratuitas por una razón bastante sencilla. Me refiero a que estos sistemas no tienen nada que ver con la necesidad que puedan tener los adultos de conformar una familia.
Ya lo dijo la esposa del Reverendo Alegría: ¿alguien quiere por favor pensar en los niños? El objetivo de la adopción es garantizar su derecho a desarrollarse en un ambiente familiar. Lo relevante al momento de disponer una adopción es el interés superior del niño o niña (y no hace falta explicar que someterlos al mejor postor en el marco de la libre oferta y demanda no necesariamente lo garantiza).
Así lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño. Es cierto que esta norma no existía cuando Rothbard escribió su panfleto en 1982, pero ahora sí y, en la Argentina, tiene la misma jerarquía que la Constitución Nacional que Javier Milei juró respetar por Dios, la patria y los Santos Evangelios. Y, por cierto, el derecho internacional reconoce formalmente derechos especiales de las infancias al menos desde la Convención de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño.
La legislación argentina, con acierto, incluso va más allá: prohíbe toda entrega directa en guarda sin intervención judicial (aunque sea gratuita) y no admite la adopción internacional de argentinos (sí de extranjeros). ¿Por qué? Porque no hay ningún mecanismo jurídico riguroso que impida el tráfico y la venta en las adopciones internacionales.
Esto es así porque, como resulta bastante evidente a simple vista, los niños y niñas no son objetos ni mercancías. A veces son medio intensos, lloran de noche y se sacan los mocos con los dedos, pero no dejan de ser personas. Y, como tales, son sujetos de derechos. Por eso es que no pueden ser propiedad de nadie.
Hay cosas que el dinero no puede comprar.
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