Sergio Massa mira y se siente tan, pero tan lejos de la Argentina. Un oficial del Ejército alemán lo guía hacia un helicóptero que lo llevará desde el aeropuerto de Munich hasta el Castillo de Elmau, una joya arquitectónica que ahora es un hotel ecológico de lujo sobre la verde ladera de los Alpes Bávaros. Muy cerquita de la frontera con Austria. Son tiempos de guerra, se da cuenta Massa, por las medidas de seguridad y por lo que escucha en Europa. Ya le ayudan a subir al Sikorsky CH-53 Sea Stallion, un gigante de 27 metros de largo preparado para transportar marines. Vuelan a 300 kilómetros por hora por el sur de Alemania.
La Cámara de Diputados, que preside desde 2019, está muy lejos. Igual de lejos que la inflación, el dólar que no para de subir, los bonos argentinos que caen picada y la presión de Cristina Kirchner, que no cede siquiera cuando Alberto Fernández está en Europa para asistir a la Cumbre del Grupo de los 7, la de los países más poderosos del planeta. Todo lo contrario. La presión aumenta día tras día, hora tras hora. Y la Vicepresidenta aprovecha la ausencia del hombre al que hizo presidente con un video en Youtube para desangrarlo desde su teléfono celular.
Cristina habla con algunos ministros (con pocos), habla con los sindicalistas (con muchos), habla con senadores, con diputados y, como se ha popularizado, habla también con economistas que no son del palo. Hasta hace dos semanas, su frontera con el neoliberalismo era Martín Redrado. Luego surgió la conmoción por sus tres horas de charla con Carlos Melconian. Los límites ideológicos se estiran cuando sopla el viento de la adversidad. Ninguno de los dos le dice cosas agradables sobre lo que está sucediendo en el país. Con ellos se preocupó, especialmente, en chequear la caída de las reservas monetarias en el Banco Central.
Con los números que le detalla Redrado, Cristina aprovecha para presionar en público e insultar en privado a Miguel Pesce. Le bastó decir en una tribuna que había que frenar el “festival de importaciones” para que el Gobierno ajustara el cepo y obligara a las empresas a pagar los insumos con sus propios dólares.
El resultado tardó apenas veinticuatro horas en aparecer. La desconfianza de los mercados se tornó exponencial. El dólar blue le apuntó a los $240 y el riesgo país a los 2.500 puntos básicos. La Argentina volvió a transitar entonces ese camino tan conocido. El de la incertidumbre financiera y el de las versiones de cambios para frenar la crisis. El ministro Martín Guzmán y el presidente del Central, Pesce, encabezan todas las apuestas de salidas futuras en el golpeado gabinete de Alberto Fernández.
Entonces la película ya espoileada de la Argentina en crisis vuelve a Massa dentro del helicóptero. El jefe de los Diputados y el tercero en la sucesión del poder observa fascinado el poderío militar de las potencias del mundo, pero su cabeza está a doce mil kilómetros, del otro lado del Atlántico. No deja de pensar en lo que le pidió un gobernador, uno de los diecisiete que tiene el peronismo, quienes acaban de firmar un documento en el Chaco para reclamar que los escuchen. Que los escuche Massa y, sobre todo, que los escuche Cristina. ¿El Presidente? Bien gracias.
—Sergio, fijate bien el punto de las decisiones. Aprovechá el viaje y decile Alberto que las cosas tienen que cambiar…
El comunicado de los gobernadores peronistas empezaba diciendo que las provincias eran “preexistentes” a la Nación y que por eso exigían ser “partícipes de las decisiones que nos afecten”. Una declaración de federalismo para presionar al Presidente. Y un listado de críticas a la situación actual donde se destacan el reclamo por la falta de gasoil en las provincias, por la cantidad de planes que suman los grupos piqueteros y por la falta de resultados económicos de la dupla Guzmán-Pesce.
El documento de los gobernadores peronistas, hay que decirlo, recoge la mayoría de los reclamos que también hace Cristina. La Vicepresidenta lleva 15 años llevando de la nariz al peronismo y nunca hubo hubo un solo gobernador que la enfrentara en forma directa. No todos los barones provinciales del PJ sufrieron Covid en estos años, pero todos comparten el Síndrome de Estocolmo.
Quizás por eso, porque la enfrentó a Cristina en 2013 y le ganó las elecciones legislativas aliado tácticamente a Mauricio Macri, Massa se sostiene un peldaño más arriba que los gobernadores. Por eso, era el depositario del mensaje para conversarlo con el Presidente. Porque sigue teniendo ese diálogo fluido con todos. Más allá del texto algo leguleyo del documento, lo que los mandatarios del PJ le pidieron a Massa es que Alberto Fernández reaccione antes que sea tarde y reestructure el gabinete para oxigenarlo un poco y llegar “como sea” al final de su gestión.
No es una misión fácil. La semana anterior, Massa ya había ido con el mismo propósito a Washington, acompañando a Alberto a la Cumbre de las Américas. Allí hablaron de “repensar el gobierno” y de darle una perspectiva hacia adelante. Pero las charlas sobre el futuro inmediato de la Argentina no le sirvieron de gran cosa. El Presidente había reemplazado a Matías Kulfas en el ministerio de la Producción por Daniel Scioli. El hiperquinético candidato permanente que, además, se convierte en un temible adversario para Massa en la lejana carrera presidencial y en el territorio bonaerense, hoy en manos del kirchnerismo.
Massa había difundido periodísticamente su enojo por la designación de Scioli, y hasta amenazó con alejarse del Frente de Todos y retomar la SRL del Frente Renovador, con la que había llegado a ser un candidato presidencial expectante. Una amenaza que ni los albertistas ni el kirchnerismo toman demasiado en serio. “Sergio tiene demasiada gente adentro para irse de la coalición en un arrebato”, coinciden, por única vez.
Además de la Cámara de Diputados, Massa tiene a Alexis Guerrera en el ministerio de Transporte, a su esposa, Malena Galmarini, al frente de AYSA, a varios funcionarios en otros espacios estratégicos y ahora a Guillermo Michel como titular de la Aduana. Una compensación del Presidente por la sorpresa de Scioli. No es una estructura extraordinaria, pero sí suficiente para que en el massismo no prevalezca todavía la idea de abandonar precipitadamente el barco que le apunta a los témpanos.
“El único bombero que nos queda”
Lo que sí ha retomado Massa con Alberto en Alemania es la necesidad de oxigenar el gabinete para llegar al puente demasiado lejos del verano próximo. El titular de la Cámara baja ha llegado a la conclusión, y en esa idea lo acompaña la mayoría del peronismo, de que el equipo de gobierno no solo necesita un cambio de aire en el ministerio de Economía y el Banco Central.
Massa cree que se impone una gran reestructuración del gabinete. El cambio debería atender las demandas de achicamiento del gasto que crece en la sociedad, y alumbrar un equipo renovado y fortalecido de no más de doce ministros. Con figuras fuertes en las áreas principales, y dirigentes más ejecutivos en las segundas líneas de las secretarías de Estado.
La incógnita es qué lugar ocuparía Massa en semejante esquema. Hace ya varios meses que las versiones lo ubican como eventual ministro de Economía, pero él les ha dicho a sus colaboradores que lo que necesita el Gobierno es que todas las áreas de la economía estén unificadas. Y que esa integración de las funciones sólo se puede realizar desde la Jefatura de Gabinete.
Allí es donde surgen los problemas. Primero, porque una de las áreas económicas es el ministerio de la Producción, donde ya está afincado Scioli con su hiperactividad acostumbrada que en apenas un mes de gestión lo ha llevado a visitar fábricas de zapatos, parques industriales en el conurbano y la planta marplatense de alfajores Havanna. La pulseada entre Massa y Scioli es un playoff con tickets reservados en todo el peronismo.
La otra complicación es que el jefe de Gabinete jamás ha mostrado intenciones de dejar su cargo. Es cierto que el tucumano Juan Manzur entró al equipo de Alberto con una enjundia notable que lo mostraba en la Casa Rosada a las siete de la mañana, poco antes que los mozos y mucho antes que el Presidente. Pero aquel entusiasmo se disipó con los meses y con la sumatoria de escándalos para el Gobierno durante el COVID-19.
Manzur tiene un ojo siempre alerta en la situación de Tucumán, donde está de licencia como gobernador, y pese al bajón del oficialismo no resigna la chance de competir por la candidatura presidencial en 2023. Ha conversado con la vicegobernadora bonaerense, la matancera Verónica Magario, para sondearla como una posible candidata a vice. Y hay hasta quienes creen que él mismo podría secundar a Cristina si ella decide competir otra vez por la Presidencia, como lo está evaluando si Lula llegara a ganar en las elecciones de Brasil. Hay que reconocer que el peronismo carece de muchas cosas, pero no de imaginación.
De todos modos, el mayor inconveniente para un upgrade de Massa en el Gobierno es, como para todos los peronistas, el impiadoso papel de controller que ejerce CFK día por día. La red que el kirchnerismo mantiene en el área de energía se ha mostrado inexpugnable y ni Alberto Fernández ni el ministro Guzmán han podido cambiar a sus funcionarios ni determinar allí ninguna política de Estado. Cuesta imaginar un empoderamiento de Massa sin un acuerdo político que extienda la conexión que ya tiene con la Vicepresidenta y con Máximo Kirchner.
Entre sus amigos, están los que le recomiendan a Massa quedarse en la Cámara de Diputados a mirar desde el puerto como el barco del Frente de Todos enfrenta las olas de quince de metros. La experiencia dentro de la coalición le dio una cuota innegable de poder real, pero su imagen negativa hoy tiene niveles parecidos a los que hunden a Cristina y a Alberto Fernández. Y un año parece poco tiempo para recuperarse.
Como todo lo que sucede con el Presidente, Massa no sabe aún qué impacto le causaron sus sugerencias de reestructurar a fondo el gabinete y reducirlo a menos ministerios para ponerse más a tiro de las expectativas de una sociedad agobiada por la tremenda ineficacia que los economistas llaman mala praxis. “Sergio es el bombero para apagar el incendio; el único que nos queda”, dice un gobernador peronista. Y amaga una sonrisa.
Vista la urgencia del país en llamas, del dólar volando, de la inflación sin freno y de los camioneros sin gasoil, Massa creyó que podrían evaluar las alternativas apenas aterrizaran en Buenos Aires. Pero el Presidente cambió de planes y se fue a Jujuy para ensayar una operación de marketing visitando a Milagro Sala, condenada por violencia y corrupción, con prisión domiciliaria y una trombosis que obligó a internarla en una clínica jujeña. Hubo foto, abrazo y amplio dispositivo mediático.
El mundo al que suele escaparse Alberto Fernández parece mucho más apacible, bucólico y paradisíaco que el carrousel descontrolado que sufren sin remedio la mayoría de los argentinos. Le pasa como al Principito o como a Alicia en el país de las maravillas. Dos criaturas entrañables de ficción, pero a las que nadie había votado para ser presidente.
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