Salvo en la Argentina, los milagros económicos existen. Y ya que hablamos de territorios donde ocurrieron hechos sagrados, veamos el caso de Israel. En 1984, tenía una inflación superior al 400% anual; el gasto público llegaba al 76% del PBI y el déficit fiscal traspasaba el 17%, desastre que financiaba el Banco Central israelí emitiendo cada vez que lo pedía el gobierno.
Y había más. La deuda externa era dos veces más grande que el Producto Bruto, se necesitaban 1.500 shekels (la moneda local desde 1980) para comprar un dólar (sí, uno), y ningún organismo financiero internacional estaba dispuesto a prestarle un solo dólar más a Israel. La economía del pequeño país que había estado en guerra en 1967 y 1973 estaba en colapso total y sus indicadores eran mucho peores que los de la Argentina actual.
Ese cuadro desesperante obligó a los dirigentes de Israel a tomar una medida desesperada. El líder del Partido Laborista, Shimon Peres, y el del derechista Likud, Ytzhak Shamir, formaron un gobierno de unidad nacional y, después de varios intentos que fracasaron, el 1º de julio de 1985 implementaron un plan político y económico parta estabilizar la economía. Nada que nos sorprenda a los argentinos, degustadores premium de la inflación.
Israel congeló precios y salarios; ancló el tipo de cambio del shekel; recortó el gasto público podando sueldos estatales, subsidios a productos básicos y programas de bienestar social. La novedad estuvo en tres leyes clave que sancionó el Parlamento israelí. Le dio independencia total al Banco Central para determinar las tasas de interés, pero le prohibió emitir shekels para financiar el déficit fiscal. Le otorgó super poderes al ministerio de Economía para monitorear el gasto en cualquier área del gobierno y puso un marcha una ley de reformas estatales que le permitió, por ejemplo, privatizar algunas empresas públicas. Hubo protestas gremiales en todo el país y una recesión que complicó las cosas en los primeros tiempos.
Pero el esfuerzo de Israel valió la pena. A casi cuatro décadas de aquella revolución económica, la inflación anual se mantuvo por debajo del 1% y ahora, por efecto de la guerra, ha subido al 2,8%. El shekel es una moneda fuerte y el gasto público se estabilizó en el 40% del PBI, uno de los más bajos entre los países de la OCDE.
Ya no hay congelamiento de precios, ni de salarios. El tipo de cambio es flexible y solo persisten sin cambios las tres leyes de reformas fiscales y monetarias que sancionó el Parlamento. El espejo de Israel es observado desde hace tiempo por los presidenciables argentinos. Si en el célebre pizarrón de campaña que Bill Clinton tenía antes de llegar al poder en EE.UU. durante 1992 decía “es la economía, estúpido”, en el pizarrón de los candidatos argentinos deberá decir: “Es la inflación, estúpido”.
La suba del costo de vida se ha convertido en el karma del país a la deriva. Y, a excepción de los tres lapsos de ilusión anti-inflacionaria (Alfonsín-Sourrouille en 1985, Menem-Cavallo en 1991-1996 y Kirchner-Lavagna 2003-2006), la cuestión de fondo no se pudo resolver en los cuarenta años de democracia.
La inflación sigue siendo la principal preocupación de los argentinos en todas las encuestas. Mientras los dirigentes del oficialismo y de la oposición ocupan la mayor parte de su tiempo en las pequeñas batallas internas, la inflación de este año va camino a los tres dígitos. Las consultoras económicas la proyectan por encima del 80% y los economistas hablan ya de un fenómeno parecido a la explosión de precios y salarios que en 1975 condenó al endeble gobierno de Isabel Perón y del malogrado ministro de economía, Celestino Rodrigo. Por eso, al destino cercano que avizoran los economistas para la dupla en declive que conforman Alberto Fernández y Martín Guzmán lo están espoileando discretamente como un “mini rodrigazo”. Y nada bueno se puede esperar de una tendencia que lleva el nombre de un fenómeno que terminó estrellado.
Este fin de semana, Martín Kanenguiser analiza en Infobae que la inflación argentina de este año puede ser más alta que la de 1991, la que obligó a Domingo Cavallo a poner en marcha el Plan de Convertibilidad. “La inflación tiene un piso del 80%, pero no se sabe cuál puede ser el techo. No hay perspectivas de una mejora: en ese momento, estábamos mal pero íbamos bien; ahora estamos mal, pero vamos peor”, dice Orlando Ferreres, jugando con una de las frases más famosas de Carlos Menem.
A qué economista consulta cada candidato
Obsesionado desde adolescente con la posibilidad de ser presidente, Horacio Rodríguez Larreta, aprovechó este fin de semana para hacer una incursión estratégica por Israel. El Jefe de Gobierno porteño también quiere conocer de primera mano la experiencia de otro país caótico en lo político, pero que pudo ponerle freno a la inflación. Antes de reunirse el martes con el presidente Isaac Herzog en Tel Aviv, y con otros funcionarios importantes, se enfocó el domingo en reuniones con economistas que fueron protagonistas del milagro israelí.
Rodríguez Larreta acordó encuentros con el director del Instituto de Estudios de Seguridad de Israel, el economista Manuel Trajtenberg; con el profesor emérito de la Escuela de Economía Berglas y ex asesor del Banco Central de Israel, Leonardo Leiderman, y con el profesor e investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Esteban Klor. Junto a su secretario de Relaciones Exteriores, Fernando Straface, escucharon atentamente los consejos de los expertos en una hiperinflación que tiene la singularidad de no haber ocurrido en la Argentina.
Uno de ellos, el profesor Klor, vive en Jerusalén pero nació en Córdoba. Conoce bien la Argentina y el 26 de agosto de 2019 dio una charla en Buenos Aires (junto al economista Miguel Kiguel) auspiciada por la embajada de Israel bajo el atractivo título “¿Cómo salir de la trampa del dólar y de la inflación?”.
Uno de los que lamentó no haber escuchado esa exposición unos meses antes fue Mauricio Macri. Hacía dos semanas que había perdido las PASO frente a Alberto Fernández y la economía argentina se caía otra vez a pedazos. La trampa del dólar y de la inflación, sobre la que Klor daba cátedra, le iba a impedir ser reelecto y ya no había tiempo para revertir la situación.
El economista que enderezó un poco el final de la gestión económica de Macri es quien busca ahora fórmulas para enfrentar a la inflación si Juntos por el Cambio llega a ser gobierno. Hernán Lacunza tiene las mejores relaciones con el ex presidente, con Rodríguez Larreta y con María Eugenia Vidal, de quien también fue ministro en la provincia de Buenos Aires. Trabaja con todos y prefiere mantenerse al margen de la disputa interna en el PRO para ver quién será el candidato presidencial.
Lacunza prefiere explorar fórmulas combinadas que incluyan un acuerdo de precios y salarios sólido, pero también una barrera para el déficit fiscal y la emisión monetaria desenfrenada. El miércoles, el ex vicepresidente del Banco Central con Macri, Lucas Llach, escribió un tuit citando una recomendación de Lacunza para atacar a la inflación en todos los frentes. ”Para salir de una inflación tan alta necesitamos lo que dice @hernanlacunza: la parte ortodoxa y la parte heterodoxa. `Y si hay que recurrir a la macumba también´, como decía Canitrot”.
Adolfo Canitrot fue el viceministro de Economía de Juan Sourrouille, en los tiempos de Raúl Alfonsín. Muy valorado en lo académico y respetado por toda la clase política, tenía una frase sobre la inflación que lo definía y que seguramente influyó sobre el tuit de Llach y sobre los planes de Lacunza. “Si hago la parte heterodoxa y no hago la parte ortodoxa, me voy al diablo…”.
Pero, además de Lacunza, en la coalición opositora existe un circuito de economistas que consultan casi todos sus dirigentes. La inflación es la pesadilla que les quita el sueño.
Patricia Bullrich es una de las presidenciables que viene estudiando el karma inflacionario junto al diputado Luciano Laspina y a Daniel Artana. Y, fiel a su trayectoria combativa, no tiene pelos en la lengua para hablar de economía bimonetaria. Un entremés elegante para no pasar al siguiente plato, el preferido de Javier Milei que, en su momento, propuso sin llegar a concretarlo Carlos Menem: la dolarización de la economía. Entre los radicales, también hay nombres de economistas que se repiten. Facundo Manes viene consultando habitualmente a Martín Rapetti (socio de Diego Bossio en la consultora Equilibra), a Marina Dal Pogetto, a Martín Redrado (quien es consultado con asiduidad por todos los dirigentes políticos, oficialistas y opositores) y a Eduardo Levy Yeyati, que además es economista de cabecera del gobernador jujeño, Gerardo Morales.
Las conexiones resultan más naturales para el senador Martín Lousteau, porque tiene la misma profesión y se cruza con sus colegas todos los días. En su equipo tiene además al diputado y economista Martín Tetaz, quien asegura que una reforma monetaria se puede bajar la inflación en muy poco tiempo. Y pone como ejemplo a Brasil, Uruguay, Chile, Perú o Paraguay, los vecinos regionales que lograron un costo de vida normal.
Y en ese álbum de figuritas de colección, aparece ahora con brillo especial la de Carlos Melconian. El encuentro de hace una semana con Cristina Kirchner lo puso en el ojo de la polémica. Una cosa es darle consejos a Macri, a Rodríguez Larreta, a Patricia Bullrich o a Facundo Manes, con los que habla habitualmente, y otra muy diferente reunirse durante dos horas y media con la Vicepresidenta, quien ahora ha comenzado también a pensar en la posibilidad de una candidatura presidencial si se lo permiten la imprevisible interna del peronismo, las encuestas adversas y las causas judiciales que arrastra como un peso que puede arruinarle el fin de fiesta.
”Hay que darle la chance a la gente de que cambie”, dice Melconian, sobre la reunión con Cristina, mientras le llueven las críticas de los halcones de Juntos por el Cambio. El ex presidente del Banco Nación es el economista jefe de la Fundación Mediterránea y, desde ese lugar institucional, se permite hablar con todos los candidatos. Los que ya se han decidido a jugar o los que, como la Vicepresidenta, esperan una victoria de Lula en Brasil para explorar la tentación de una nueva oportunidad.
El dilema para la Argentina es siempre el mismo. Cómo volver a vivir sin inflación. ¿Cambiará Cristina, escuchando a Melconian, sus métodos fallidos para frenar la inflación? ¿Ya se habrá convencido Macri de que la inflación no se soluciona en cinco minutos? En Israel o en Uruguay lo pudieron hacer. La inflación será el examen más urgente para quien pretenda gobernar un país que insiste en eludir todos los caminos de la racionalidad.
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